Entre el «yo también» y el «ven a Cristo»
En medio del agotamiento, las dudas y las luchas cotidianas de la maternidad, muchas veces buscamos empatía o validación en quienes nos rodean. Pero más allá de encontrar consuelo en otras voces, necesitamos la verdad que transforma.
Frases destacadas del episodio de hoy:
- El lenguaje actual pinta la maternidad como un sacrificio engorroso, porque lo ve a través del lente del «yo».
- El verdadero problema no son nuestros días malos, o que después del embarazo nuestros cuerpos no quedaron iguales, o que nuestros esposos no nos ayudan, sino la conclusión de decir: «Si tantas madres se sienten así, debe ser verdad, entonces me lo voy a permitir».
- El verdadero problema es que, sin la obra del poder transformador de Cristo en nuestra vida, inevitablemente volveremos a caer en nuestros patrones de complacencia o ira.
- Si buscamos la conformidad con nuestra norma cultural que está …
En medio del agotamiento, las dudas y las luchas cotidianas de la maternidad, muchas veces buscamos empatía o validación en quienes nos rodean. Pero más allá de encontrar consuelo en otras voces, necesitamos la verdad que transforma.
Frases destacadas del episodio de hoy:
- El lenguaje actual pinta la maternidad como un sacrificio engorroso, porque lo ve a través del lente del «yo».
- El verdadero problema no son nuestros días malos, o que después del embarazo nuestros cuerpos no quedaron iguales, o que nuestros esposos no nos ayudan, sino la conclusión de decir: «Si tantas madres se sienten así, debe ser verdad, entonces me lo voy a permitir».
- El verdadero problema es que, sin la obra del poder transformador de Cristo en nuestra vida, inevitablemente volveremos a caer en nuestros patrones de complacencia o ira.
- Si buscamos la conformidad con nuestra norma cultural que está engrandeciendo el concepto de empatía, puede que descubramos que nos adaptamos muy bien y que tiene total lógica, y que siempre vamos a encontrar a alguien que justifique nuestra forma de actuar o que nos haga sentir mejor en esos días malos.
- La única manera de hacer un cambio real es conformarnos al carácter de Cristo. No tenemos que ser esclavas de la cultura que dicen: «¡Hoy fui un desastre!», y por el otro lado resuena: «¡Yo también!».
- El agotamiento es real, tus luchas también lo son. De hecho, compartir nuestras luchas y confesar nuestros pecados, animarnos con la verdad de la Palabra y estar llenas de himnos y cánticos espirituales, es bíblico.
- No hay nada malo en reconocer el cansancio, la dificultad, las dudas y las preguntas para buscar oración y aliento, pero no para que validen nuestros sentimientos.
- Cuando nuestro objetivo es que nos validen, que se identifiquen con nosotras, nos hundimos en el fango del egocentrismo y de la autocompasión.
- Jesús nos extiende la mano para ayudarnos a ser madres dependientes de Dios y libres, al darnos la capacidad de intentar ser fuertes cuando somos débiles.
- La enseñanza bíblica sobre las madres nos anima a mirar fuera de nosotras mismas y prestar atención a nuestros hijos, nuestros hogares, nuestros esposos, nuestras amigas y nuestras comunidades, y encontrar maneras de levantarnos el ánimo los unos a los otros.
- La verdadera compasión no choca las manos, sino que se abrazan, oran juntas y se animan a continuar. La persona compasiva te comprende, pero también te extiende su mano y la verdad de la Palabra para no dejarte allí, sino que crezcas cada vez más.
- No solo tú serás beneficiada al vivir para el Señor, sino que tus hijos se sentirán más amados, y verán que el costo de seguir a Cristo en los roles que nos da, aunque a veces no es tan fácil, vale la pena. Seguir a Cristo vale la pena. ¡Él es nuestro refugio!
- El verdadero refugio donde recibimos consuelo, fuerza y sobriedad de mente, o la perspectiva de Dios, es nuestro Dios. No te conformes, no te acomodes, puedes ser lo que Dios te llama a ser, porque Cristo mora en ti y Su Espíritu te ayuda.
- Lo importante es que limpies tu visión para sacarte de la ecuación y coloques a Cristo en ella. Identifícate con Cristo, pues Él ya lo hizo en Su carne al morir en la cruz. Aunque no pecó como tú, tomó tu pecado en Sí mismo para que tú recibas Su abundante gracia, Su perdón de pecados y puedas vivir para Él.
- Una vida que entiende esto no se ve perfecta, pero sí se ve dependiente de Él. El caminar en este mundo no es fácil, Jesús lo dijo y lo sabe, por eso nos dio al Espíritu Santo, a Su Palabra, a la comunidad de fe y a hermanas para caminar juntas.
Pasajes bíblicos para ser alentada:
«Porque Dios es quien obra en ustedes tanto el querer como el hacer para Su buena intención». —Filipenses 2:13:
«Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos aunque la tierra sufra cambios, y aunque los montes se deslicen al fondo de los mares». —Salmo 46:1-2
«Diré al norte: “Entrégalos”; y al sur: “No los retengas”. Trae a Mis hijos desde lejos y a Mis hijas desde los confines de la tierra,a todo el que es llamado por Mi nombre y a quien he creado para Mi gloria, a quien he formado y a quien he hecho». —Isaías 43:6-7
«Porque Dios nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él. En amor nos predestinó para adopción como hijos para Sí mediante Jesucristo, conforme a la buena intención de Su voluntad, para alabanza de la gloria de Su gracia que gratuitamente ha impartido sobre nosotros en el Amado. En Él tenemos redención mediante Su sangre, el perdón de nuestros pecados según las riquezas de Su gracia que ha hecho abundar para con nosotros. En toda sabiduría y discernimiento nos dio a conocer el misterio de Su voluntad, según la buena intención que se propuso en Cristo, con miras a una buena administración en el cumplimiento de los tiempos, es decir, de reunir todas las cosas en Cristo, tanto las que están en los cielos, como las que están en la tierra». —Efesios 1:4-10
«Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser hechos conforme a la imagen de Su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos». —Romanos 8:29
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