Arrepentimiento continuo
Débora: ¿Cómo saber que verdaderamente te has arrepentido de tu pecado? Porque hay vida en ti.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Las buenas obras fluirán de un corazón arrepentido. Si no hay fruto es porque no hay raíz. No hay evidencia. No hay vida. No hay crecimiento. Solo hay muerte, si no ha habido un arrepentimiento.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, coautora de «En busca de Dios», en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 5 de agosto de 2025.
Gozo de un avivamiento en la relación personal con Dios. Esto es lo que queremos que experimentes a medida que estudias junto a nosotros el contenido de la serie titulada, «En busca de Dios». Este es un estudio de doce semanas (que puedes hacer individualmente o en grupo) en el que estamos viendo diversos temas. Esta semana estamos indagando …
Débora: ¿Cómo saber que verdaderamente te has arrepentido de tu pecado? Porque hay vida en ti.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Las buenas obras fluirán de un corazón arrepentido. Si no hay fruto es porque no hay raíz. No hay evidencia. No hay vida. No hay crecimiento. Solo hay muerte, si no ha habido un arrepentimiento.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, coautora de «En busca de Dios», en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 5 de agosto de 2025.
Gozo de un avivamiento en la relación personal con Dios. Esto es lo que queremos que experimentes a medida que estudias junto a nosotros el contenido de la serie titulada, «En busca de Dios». Este es un estudio de doce semanas (que puedes hacer individualmente o en grupo) en el que estamos viendo diversos temas. Esta semana estamos indagando sobre qué es el arrepentimiento y cómo se hace evidente en la vida de cada creyente.
Aquí está Nancy para dar inicio al episodio de hoy.
Nancy: Leí una historia de un conocido «gángster» llamado Mickey Cohen que asistió a una reunión en el sur de California donde un famoso evangelista estaba predicando. Después de la reunión, este «gángster» expresó interés en el mensaje. De modo que algunas personas hablaron con él y realmente trataron de animarlo a que aceptara a Cristo.
No se entregó a Cristo en ese momento, pero tiempo después otro amigo le insistió a que invitara a Cristo a su vida. En ese momento él lo profesó. Pero desde ese momento en adelante su vida no dio evidencia alguna de arrepentimiento ni de cambio.
Después le dijo a su amigo: «No me dijiste que tendría que renunciar a mi trabajo» (refiriéndose a sus estafas). «No me dijiste que tendría que renunciar a mis amigos» (refiriéndose a sus compañeros gánsters).
Había escuchado de «tal o cual» que era un jugador de fútbol americano cristiano, y otra que era una actriz cristiana y otro un senador cristiano. Así que él pensó que él podía ser un gángster cristiano.
Nos da risa, excepto que realmente no es chistoso. La mayoría de las personas que profesan ser cristianas no viven en una manera considerablemente diferente de aquellos que no son cristianos. ¡Algo anda muy mal con esa imagen!
Piensa en cuántos miembros de la iglesia tú conoces, quizás es tu propia experiencia, que siguen en su vida cristiana por años y años, esclavos de los mismos pecados, no pueden tener victoria. Algunos de ellos sin ningún deseo de cambiar; que no hacen ningún esfuerzo para cambiar, sin entusiasmo, sin apetito por los asuntos espirituales.
Yo creo que el problema mayor es que mucha gente que se sienta en nuestras iglesias semana, tras semana, tras semana, verdaderamente nunca ha nacido de nuevo. Están vivos físicamente, pero no están vivos espiritualmente. Son religiosos, pero no son justos. Profesan algo con sus labios que no poseen en sus vidas.
Y he llegado a creer que la gran mayoría de las personas que son miembros de nuestras iglesias evangélicas nunca se han convertido. No son miembros de la iglesia, del cuerpo de Cristo.
No tengo manera de saber quiénes son esas personas. Tú no tienes manera de saberlo tampoco. Pero Dios sí lo sabe.
Pienso que una de las razones principales por las que esto ocurre es que desde hace unos cien años, o más, y en muchos de nuestros esfuerzos evangelísticos modernos de hoy en día, a menudo llaman a la gente a hacerse parte, a hacerse miembros, a caminar por el pasillo, a hacer esto y lo otro, a unirse a la iglesia; pero no han llamado a la gente a arrepentirse.
Un mensaje errado, predicar un evangelio separado del llamado al arrepentimiento para con Dios y la fe en Jesucristo, va a producir resultados equivocados. Podremos llenar nuestras iglesias. Hemos demostrado que podemos hacerlo. Pero cuando comienzas a predicar, a proclamar y a compartir el evangelio, es una historia muy diferente.
La gente no se va a poner en fila tan rápido para escuchar eso, porque requiere un cambio de ciudadanía, un cambio de lealtad, un cambio de fidelidad, un nuevo rey. Y la gente no quiere un nuevo rey. Ellos quieren ser su propio rey. No quieren arrepentirse. Dios tiene que dar el regalo del arrepentimiento. Y separado del arrepentimiento no hay conversión.
Marcos capítulo 1, versículos 14 y 15, dice: «Después que Juan había sido encarcelado, Jesús vino a Galilea proclamando el evangelio de Dios». ¿Qué es el evangelio? Él dijo: «El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio». Arrepentíos y creed en el evangelio.
No son dos exhortaciones separadas; dos cosas separadas que tenemos que hacer. En realidad es una. Es como «sal de Chicago y ve a Denver». No puedes ir a Denver sin salir de Chicago, si estás en Chicago. Entonces es «arrepiéntete y cree en el evangelio». No puedes creer si no te has arrepentido. Y si te has arrepentido, entonces creerás. Y si crees, entonces te has arrepentido.
Así que tenemos millones de personas sentadas en nuestras iglesias evangélicas que «han aceptado a Cristo», quizás por lo que pensaron que Él podría hacer por ellas, algo que pensaron que podrían adquirir; algo que querían añadir a sus vidas. Así como hacen otras religiones del mundo, ellos solo agregan un dios a sus otros muchos dioses. Eso no es dios con «d» mayúscula. Es dios con «d» minúscula. Eso es idolatría.
Han aceptado a Cristo, pero nunca se han arrepentido ni han creído en el evangelio. Siguen a Cristo como la gente lo hizo en Juan capítulo 6, para ver qué podían conseguir de Él.
Mientras Jesús estuviera haciendo milagros, ¡allí estaban las multitudes! Mientras Jesús proveyera comida y carne, las multitudes estaban allí. Mientras Jesús estuviera haciendo lo espectacular, lo extraordinario, lo sensacional, las multitudes se amontonaban.
Pero en Juan capítulo 6, cuando Jesús empezó a proclamar el mensaje en el que decía que Él era el Señor, ¿qué sucedió allí? Al final del capítulo 6 dice: «Como resultado de esto muchos de sus discípulos se apartaron y ya no andaban con Él» (v. 66). La iglesia se vació.
¿Sabes qué creo? Si vamos a experimentar avivamiento en nuestros días, quizás sea necesario que la iglesia se vacíe antes de que se llene con lo verdadero. Ahora bien, no estoy sugiriendo que tratemos de vaciar nuestras iglesias. Solo estoy diciendo que la verdad podría vaciar nuestras iglesias. O la gente tendrá que arrepentirse y creer en el evangelio.
Yo creo en el despertar que se aproxima y en el avivamiento por el cual hemos venido orando y anhelamos; y uno de los primeros resultados, uno de los resultados más obvios, será que millones de los miembros de nuestras iglesias evangélicas se convertirán. Muchos, hoy en día, nunca se han rendido ante el señorío de Jesucristo. Todavía están gobernando sus propias vidas. Pero se consideran salvos, seguros y rumbo al cielo, aunque no hay fruto ni evidencia de arrepentimiento en sus vidas.
Este es el mensaje que Pedro predicó el día de Pentecostés. «Arrepentíos y sed bautizados» (Hch. 2:38). El bautismo no salva. El bautismo es el fruto externo, la evidencia externa de un cambio interior en el corazón, el corazón interno del arrepentimiento. «Arrepentíos y sed bautizados cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para el perdón de vuestros pecados».
En el segundo gran sermón de Pedro, después que el mendigo cojo fue sanado, que está en Hechos capítulo 3, Pedro dijo: «Arrepentíos y convertíos» (Hch. 3:19). «Arrepentíos y convertíos para que vuestros pecados sean borrados».
No hay perdón de pecados mientras sigas viviendo bajo tu propio señorío, mientras no le hayas dado la espalda al ídolo que tienes en ti mismo y te conviertas a la adoración del verdadero Dios. Eso es arrepentimiento.
Cuando el apóstol Pablo se paró frente al rey Agripa y dio testimonio de cómo Cristo se le apareció a él y le dijo que Él lo estaba mandando a ser testigo, Pablo dijo: «No fui desobediente a lo que el Señor Jesús me dijo, sino que anunciaba, primeramente alrededor de mi casa, y aun a los gentiles, que debían arrepentirse y volverse a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento». (Hch. 26:19-20, parafraseado).
Ese no es un evangelio de buenas obras. Eso no quiere decir que si haces todas estas obras, eso te hace un cristiano. Él está diciendo que si eres cristiano, si te has arrepentido, si te has convertido por la fe a Cristo, la evidencia se verá en el hecho de que desempeñarás obras de acuerdo a tu arrepentimiento. Las buenas obras fluirán de un corazón arrepentido.
Si no hay fruto, no hay raíz. No hay evidencia. No hay vida. No hay crecimiento. Solo hay muerte, si no ha habido arrepentimiento.
La Escritura habla acerca del arrepentimiento de obras muertas y el arrepentimiento del pecado. ¿Qué son esas obras muertas? Una obra muerta es cualquier acto religioso que hago con el propósito de obtener favor o mérito con Dios, por mi propio esfuerzo humano. Eso es una obra muerta.
Las obras muertas pueden incluir, orar, cantar, diezmar, hacer buenas obras, aceptar a Jesucristo, ayunar. Y quiero repetir que para millones de miembros de la iglesia en nuestros países, el «hacer la oración para aceptar a Jesucristo» no ha sido más que otra obra muerta, otra manera en que intentaron por ellos mismos obtener el favor de un Dios santo.
Son obras, pero están muertas. El autor de Hebreos dice en Hebreos 6:1: «Tenemos que arrepentirnos de las obras muertas» (parafraseado). Tenemos que arrepentirnos de nuestra religión, que pensábamos nos iba a salvar, no solo arrepentirnos de nuestros pecados. Claro que ese gángster necesitaba arrepentirse de sus pecados, pero buenos miembros de la iglesia también necesitan arrepentirse de sus obras muertas.
Tú y yo necesitamos vivir arrepintiéndonos, necesitamos continuamente arrepentirnos. No solo basta el haber tenido una experiencia pasada de arrepentimiento para salvación, sino que debemos vivir arrepintiéndonos día tras día.
Déjame pedirte que abras tu Biblia si la tienes ahí, en 2 Corintios 7. En un momento en el ministerio de Pablo, él fue forzado a mandar una carta dura a la iglesia en Corinto, una carta de amor, pero firme; una carta disciplinaria. No sabemos exactamente cuál era el asunto, pero se trataba de un asunto específico, aparentemente en una carta que no era ni primera ni segunda a los Corintios, otra carta que no tenemos hoy como parte del canon de las Escrituras.
Había un asunto en la iglesia que necesitaba ser corregido. En la segunda carta a los Corintios, donde acabamos de buscar, Pablo elogió a los creyentes por la manera en que respondieron a su previa reprensión.
¿Cómo respondieron? Con tristeza y arrepentimiento. Él les dijo: «Esto está fuera de orden, esto necesita ser tratado». Aparentemente era un asunto serio. El pecado siempre lo es. Y ellos respondieron con arrepentimiento y tristeza conforme a Dios.
Pablo dice en segunda a los Corintios 2, versículo 4: «Pues por la mucha aflicción y angustia de corazón os escribí con muchas lágrimas». De paso, esto es un buen recordatorio para cuando tengas que compartir alguna corrección con otro creyente, sea tu hijo o una amistad que estés confrontando, que veas la manera en que Pablo confrontó a los creyentes cuando estaban en el error, en amor. Él dijo: «Pues por la mucha aflicción y angustia de corazón os escribí con muchas lágrimas, no para entristeceros, sino para que conozcáis el abundante amor que tengo especialmente por vosotros».
Si verdaderamente amas a alguien, hablarás la verdad. «Fieles son las heridas del amigo» (Prov. 27:6). Pablo les dice: «Los amo tanto que no puedo dejar pasar esto por alto. Necesité tratar con este asunto. Pero lo hice con un corazón oprimido. Lo hice con un corazón afligido. Esto me causó lágrimas, angustia y aflicción. No me fue tan fácil escribir».
Mientras leo este pasaje, estoy pensando acerca del padre diciéndole a su hijo, a quien está a punto de disciplinar: «Esto me duele más a mí que a ti». Realmente eso es lo que Pablo está diciendo. «Me duele el tener que lastimarlos. Pero porque amo a Cristo y porque los amo y porque quiero que amen a Cristo, tengo que hacer esto».
Luego Pablo mandó a su colega, a Tito, a Corinto a ver cómo iban las cosas. Y Tito regresa de Corinto con noticias que fueron como música a los oídos de Pablo. «Los corintios recibieron tu carta. Sí, les dolió al principio. Les causó dolor y tristeza. Pero respondieron con tristeza conforme a Dios. Recibieron el mensaje. Recibieron la verdad y se han arrepentido».
Pablo estaba lleno de alegría y gozo. Y ese es el contexto de la segunda carta a los Corintios capítulo 7, que acabamos de ver. Segunda a los Corintios 7:7: «Tito nos dijo de vuestro gran afecto, vuestro llanto y vuestro celo por mí». Él nos dijo cómo respondieron ustedes.
Versículo 8: «Porque si bien os causé tristeza con mi carta, no me pesa; aun cuando me pesó, pues veo que esa carta os causó tristeza, aunque solo por poco tiempo».
¿Qué está diciendo Pablo? Cuando mandé esa carta, lo pensé dos veces. ¿Hice lo correcto? ¿Lo hice en de la forma correcta? ¿Los iba a lastimar o a dañarlos de alguna manera? Él no quería dañar a estos preciosos niños en la fe. Él no quería herir su fe. Él no estuvo ahí para ayudarlos a responder. Tú sabes que una carta nunca es lo mismo que poder hablar cara a cara…
Pero él dijo: «Tuve que mandar esta carta, y los entristeció mi carta». Eran palabras duras de su padre espiritual en la fe. Y lo que haya sido fue, aparentemente, un lenguaje muy duro porque no lo tomaron a la ligera. Los hizo lamentarse. Pero él dice: «No me arrepiento, aunque sé que esa carta les entristeció».
Ahora, antes de seguir, permítanme señalar que su carta sí les entristeció. No fue consejo sin dolor. Les dolió, los hirió. Les trajo pesar. Les trajo dolor por un tiempo.
Cuando das corrección conforme a Dios a tus hijos o a otro creyente en el cuerpo de Cristo, esto les puede causar dolor. Asegúrate de que lo estás haciendo con humildad. Asegúrate que lo estás haciendo con la actitud correcta en tu corazón. Asegúrate de demostrar dolor en tu propio corazón, que no estás enojado con ellos, que los estás corrigiendo en amor y con ternura de corazón, así como Pablo lo hizo con estos Corintios.
El hecho de que le duela a la persona que recibe la corrección no quiere necesariamente decir que lo hiciste incorrectamente. La disciplina adecuadamente administrada debe causar dolor, porque el dolor trae arrepentimiento y cambio.
Lees acerca de esto en Hebreos capítulo 12, versículo 11: «Ninguna disciplina es agradable por el momento. Es dolorosa» (parafraseado). Si no es dolorosa, no es disciplina efectiva. ¿Pero qué dice el escritor de Hebreos?
«A los que han sido ejercitados por medio de ella, les da después fruto apacible de justicia». Sí, duele. Y ustedes, madres, saben de esto al disciplinar a sus hijos.
Si no disciplinas a tu hijo, no amas a tu hijo. Si no corriges a tu hijo, si no aplicas la vara por rebelión y desobediencia con niños pequeños, no amas a tu hijo. Si no amas a otro creyente lo suficiente para hablarle la verdad, realmente no estás demostrando amor verdadero.
Pero cuando hablas la verdad, cuando administras disciplina bíblica, disciplina en la iglesia, lo mismo aplica. Duele, entristece. Eso es parte de lo que lo hace efectivo.
No podemos ser libres de pecado hasta que nos aflijamos por nuestro pecado. Es una cosa buena el afligirnos por nuestros pecados. Por eso es que algunos padres que conozco, cuando les administran una disciplina a sus hijos, ellos dicen: «Yo sé que mientras estés gritando, y pateando, y chillando, no te has quebrantado. Yo sé que no te estás arrepintiendo. Lo que quiero escuchar es un llanto suave, evidencia de un corazón suave, tierno, sensible, con dolor». Dolor, sí. Pateando y agitándote, no.
Ustedes, mamás, conocen la diferencia. Y Pablo dijo: «Yo vi esto en los corintios. Sí, les entristeció. Sí, les dolió. Los lastimé en mi carta». Lloraron y se lamentaron por su pecado. Y eso fue algo bueno.
¿Cuándo fue la última vez que lloraste o te lamentaste por tu pecado? ¿Qué tan seguido te encuentras llorando o lamentándote por tu pecado? No solo por el hecho de que te sorprendieron pecando, sino por la raíz de tu pecado, por la causa. Por la rebelión en contra de Dios. No porque hizo tu vida miserable, o que destrozó una relación, sino por el egoísmo, el orgullo, la rebelión que te causó que le hablaras de esa manera a esa persona, o que te llevó a mentir o a manipular o a ser reaccionaria contra el liderazgo de tu esposo.
¿Cuándo fue la última vez que lloraste o te lamentaste por lo que tu pecado le hizo a Dios? Tengo que decirte que es demasiado poco frecuente para mí. Ahora, a mí eso me da convicción de pecado. Pero una de las cosas que quiero que Dios haga en mi corazón, es que me dé la habilidad, la gracia para llorar y lamentarme por mi pecado.
No estoy hablando solo de lágrimas. Las lágrimas pueden ser parte de eso. Pero puedes arrojar baldes llenos de lágrimas y nunca tener un momento de verdadero arrepentimiento.
Jesús dijo: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados» (Mt. 5:4). Parte del arrepentimiento es el aprender a llorar y a lamentarnos por nuestros pecados.
Yo recuerdo haber estado en una cruzada de avivamiento de Life Action Ministries donde yo les ministraba a las mujeres. Durante la primera semana, de dos semanas de reuniones, mientras me reunía con las mujeres mañana tras mañana, había un sentir de pesadez, de lamento, de aflicción entre aquellas mujeres debido a su pecado, mientras ellas compartían sobre lo que Dios les estaba trayendo convicción, sobre lo que Dios estaba haciendo en sus corazones.
Todavía me puedo acordar de esto aunque probablemente fue hace unos 15 años. Mi tendencia como obrera cristiana joven en ese tiempo era querer rescatarlas de eso. Quería rápidamente aplicar la gracia de Dios y decir, «no tienes que lamentarte, no tienes que afligirte. Está bien». Quería ser misericordiosa.
Hay tiempo para la misericordia. Hay tiempo para la gracia. Pero me acuerdo que Dios impresionó mi corazón en esa escena particular: «No liberes o alivies la presión mientras el Espíritu de Dios la esté poniendo. No les evites el llegar a la cruz. No detengas el llorar y el lamentarse apropiadamente por su pecado. Es una parte importante del proceso».
Así que tomé un paso atrás y observé a Dios traer esta pesadez, esta convicción, este llanto, este lamento por su pecado.
Quiero decirte, cuando llegó la liberación durante la segunda semana, fue tan dulce, tan plena, tan rica, tan hermosa. Me di cuenta, y pienso que fue la primera vez que verdaderamente pude entender, que muchas veces la liberación que experimentamos en el perdón y en la gracia de Dios es en proporción a la medida en que hemos estado dispuestos a lamentarnos por nuestro pecado.
Así que no anheles ser rescatada de la cruz y no rescates a nadie de la cruz antes de que Dios termine de traer convicción a esa persona. Pablo dijo: «Mi carta les causó lamento». Y déjame decirte esto: El pecado trae placer momentáneo y dolor duradero. Eso es lo que hace el pecado. Placer por un tiempo, pero dolor duradero.
Pero el arrepentimiento trae dolor momentáneo, lamento momentáneo, y gozo duradero. ¿Cuál preferirías tener? ¿El placer del pecado por un tiempo, pero sabiendo que pasarás una eternidad lamentándote? ¿O lamentarte y llorar ahora, por un tiempo por tu pecado, pero saber que te traerá gozo duradero?
Vamos a regresar con este pasaje en el próximo programa y veremos otras evidencias del arrepentimiento. Pero solo quiero que nos quedemos aquí por un momento llorando y lamentándonos por nuestro pecado.
¿Llorarías y te lamentarías por tu pecado?
Oh, Señor, ¿nos darías un corazón que ve el pecado como Tú lo ves? Y que estemos dispuestas a soportar la aflicción, la tristeza, el dolor de Tu convicción, la convicción de Tu Espíritu Santo al ver nuestro pecado como realmente es, como una ofensa capital en contra Tuya. Ayúdanos a lamentarlo, a llorar por ello de una manera bíblica y piadosa. Danos una tristeza conforme a Ti que produzca verdadero arrepentimiento y cambio duradero. Por amor a Jesús, te lo pido, amén.
Débora: Nancy DeMoss Wolgemuth ha estado ayudándonos a poner algunas cosas en perspectiva. El pecado es serio y el arrepentimiento trae gran gozo.
El episodio de hoy es parte de una serie titulada, «En busca de Dios». Y más que una serie, se trata de un estudio que puedes hacer tanto de manera individual como en grupo. Encuentra los recursos relacionados a «En busca de Dios» en nuestro sitio web, AvivaNuestrosCorazones.com.
Diariamente recibimos mensajes de oyentes que comparten con nosotras cómo han sido bendecidas a través de enseñanzas como esta. Una de ellas nos escribió:
«Deseo bendecirlos mucho de parte de nuestro Dios. Agradezco a nuestro Señor por este ministerio tan lindo y edificante para tantas mujeres, que, como yo, necesitamos cada día la dirección de Dios. ¡No imaginan cómo Aviva Nuestros Corazones me ayuda y me provee herramientas para ministrar a otras mujeres! ¡Dios es bueno!».
¡Amén, amada, hacemos eco a tus palabras! ¡Dios es bueno! ¡Qué alegría que los recursos puedan ser de ayuda mientras ministras a otras mujeres! Gracias a todas las que nos escriben compartiéndonos sus testimonios. Y es nuestra oración que en este tiempo nos unamos para buscar a Dios en Su Palabra y en oración, y juntas arraigar y edificar nuestras vidas en Él.
En el episodio del día de mañana escucharemos a Henry Blackaby. Él nos explicará por qué necesitamos arrepentimiento. ¡Te esperamos aquí en Aviva Nuestros Corazones!
Llamándote a libertad, plenitud y abundancia en Cristo, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de la Biblia de Las Américas, a menos que se indique lo contrario.
*Ofertas disponibles solo durante la emisión de la series de podcast.
Únete a la conversación