La sumisión - Tercera parte

La verdadera sumisión tiene dos enemigos constantes: el control y la manipulación. Podemos preguntarnos: «¿Tú crees? ¿Cuál es el problema? Yo me someto, yo soy ayuda».

Déjame decirte que aunque creamos que estamos sujetas y somos ayuda idónea, el deseo de control y la manipulación son una realidad de la conducta femenina. Cuál de nosotras no ha visto este deseo de control cuando constantemente le damos órdenes a nuestro esposo, en casi todas las áreas de su vida, 24/7, sin tomar en cuenta su opinión ni respetar su punto de vista. 

Queremos controlar la ropa que se va a poner, el uso de su tiempo, cuándo y dónde debemos socializar, qué debe decir, quiénes son sus amigos, dónde estacionarse, y queremos controlar, hasta los ministerios en los que debe servir en la iglesia. Aun delante de los demás tomamos la iniciativa de liderar las situaciones y llevar la voz cantante. Cuando «ayudo», tristemente muchas veces estoy siendo controladora y sabia en mi propia opinión.

Si consideras que estoy exagerando respecto a tu «ayuda», te recomiendo hacer dos cosas: primero, pregúntale a tu esposo qué tan idónea es tu ayuda; y segundo, comienza a evaluar cada una de tus «ayudas» para él.

El otro enemigo es la manipulación. Es un poco más sutil que el control, pero no menos peligrosa. Esta fue la táctica que usó Satanás en el huerto del Edén para engañar a Eva. 

La manipulación se define como tratar de influenciar a otro con engaño o astucia.

La serpiente no se acercó a Adán directamente, sino que se dirigió a la mujer. ¿Por qué? Porque ella era más vulnerable y tenía acceso directo al hombre.

Hoy en día ocurre lo mismo, así como Eva fue usada por Satanás, nosotras podemos estar siendo usadas por él y siendo presas de sus maquinaciones para llevarnos por un camino equivocado. Tal como nos advierte el apóstol Pablo en 2 Corintios 11:3«Pero temo que, así como la serpiente con su astucia engañó a Eva, las mentes de ustedes sean desviadas de la sencillez y pureza de la devoción a Cristo».

La manipulación es engañosa y podemos caer presa de ella porque creemos tener «buenas intenciones» y «conocer el bien y el mal», cuando en realidad estamos tratando de salirnos con la nuestra, tanto en asuntos grandes como pequeños.

Por eso es de vital importancia que cuestionemos nuestras motivaciones. Nuestro trabajo no es conseguir lo que queremos, ni cambiar a nuestros esposos, ese es el trabajo exclusivo de Dios, quien lo diseñó justo con las características particulares que cada una de nosotras necesitamos para crecer en gracia. Nuestro trabajo es someternos a Dios y por ende, a nuestros esposos, ser su ayuda idónea y amarlos.

Te invito a que hagamos un pequeño examen que nos permita identificar nuestro nivel de sumisión:

  1. ¿Haces de cosas pequeñas, grandes problemas?
  2. ¿Críticas a tu esposo diciendo o pensando cosas negativas acerca de él o te dedicas más a orar por él?
  3. ¿Cuán a menudo le dices cosas que lo animan y muestran admiración por él?
  4. ¿Te enfocas en sus éxitos y fortalezas o en sus fracasos y debilidades? (Es decir, las cosas que quisieras ver cambiadas en él)
  5. ¿Lo amas y respetas tal como es? Eso no significa que no tenga áreas que cambiar. ¿Ven los demás cualidades en él que tú no puedes percibir porque lo ves con ojos críticos, juzgando todo lo que hace?
  6. ¿Eres rápida en ceder y complacerlo? ¿Tan rápida como cedes y complaces a otros?
  7. ¿Siente él que tiene la libertad de fallar?
  8. ¿Lo alientas a seguir adelante y lo animas? ¿O eres tú su peor verdugo?
  9. ¿Hablas bien de él a los demás? ¿Cubres sus faltas o las expones? (En este caso no me refiero a situaciones en que necesitas exponer algo serio o pecaminoso.)
  10. ¿Cuál es tu tono de voz hacia él cuando están en desacuerdo?

Si estas preguntas han evidenciado áreas de tu vida que necesitan ser cambiadas o en las que estás pecado, sé tú la primera en correr a la cruz de Cristo y confiesa. Primero a Dios y después a tu esposo, y pídele al Señor que te ayude a ondear la bandera blanca de la sumisión y que haga sendas derechas para tus pies. ¡Dios te bendiga!

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Sobre el autor

Patricia Acebal de Saladín

Patricia Acebal de Saladín

Patricia vive en Santo Domingo, República Dominicana. Está casada con Eduardo Saladín, pastor de Iglesia Bíblica del Sola Gracia en Santo Domingo. Le apasiona llevar el mensaje de la feminidad bíblica a las mujeres de habla hispana. Su anhelo es … leer más …


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