Cuidado con estas 7 distorsiones del evangelio

Una querida amiga trabajó en un banco en el extranjero por un año manejando cantidades grandes de dinero. Durante la capacitación para esta posición tuvo que estudiar varios billetes y aprender sus detalles para poder discernir fácilmente cuando se encontrara con billetes falsificados.

Estudió el objeto real para poder identificar las distorsiones. 

Lo mismo se aplica al evangelio de Jesucristo. Como miembros de una iglesia, queremos ser mujeres que equipen a otras mujeres para que conozcan el evangelio, de modo que podamos identificar los «evangelios» falsos y comprender cómo la verdad se aplica a nuestras vidas. 

Pero, ¿por dónde empezamos? 

Construye los cimientos

Empezamos con el evangelio para construir una base firme para todos nuestros eventos, reuniones, estudios bíblicos y grupos pequeños:

«Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien también hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes…Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Entonces mucho más, habiendo sido ahora justificados por Su sangre, seremos salvos de la ira de Dios por medio de Él». -Romanos 5:1-2, 8-9

Este pasaje da respuestas a tres preguntas que podemos utilizar como base para ayudar a nuestras mujeres a construir unos cimientos firmes del evangelio: 

  • ¿Salvadas de qué? De la ira de Dios. No hay ningún evangelio aparte de la existencia de la ira de Dios y de Su juicio justo contra los pecadores (v.9). Esta es una realidad incómoda, pero es una que debemos enseñar a nuestras mujeres, porque el ignorar o menospreciar el pecado, no significa que desaparezca. Dios es el estándar—y nosotras hemos pecado contra Él.
  • ¿Salvadas por quién? Por Jesucristo. Los cristianos son salvados de la ira de Dios por medio de la sangre justa de Jesús, el Cordero inmaculado y sacrificado que absorbió la ira de Dios hacia nosotras (v. 8). Sólo Jesús tiene el poder de salvar a los pecadores desesperados y muertos de la ira de Dios, dándoles vida eterna en su nombre, cumpliendo lo que nosotros nunca podríamos hacer.
  • ¿Salvadas cómo? Por la gracia por medio de la fe. La verdadera fe dice: «No traigo nada a la mesa. Vengo con las manos vacías, pero Cristo voluntariamente dio Su vida por mí». Le enseñamos a las mujeres que la fe es confiar en Jesús para que nos rescate del pecado porque sabemos que no podemos rescatarnos a nosotras mismas. Y la fe es confiar en que Jesús lo hará al margen de cualquier cosa que hayamos hecho. 

Cuidado con las distorsiones

Cuando las mujeres en nuestras iglesias se olvidan del evangelio, están más expuestas a ser llevadas y zarandeadas por las ideas siempre cambiantes del mundo. Así que, igual como es de importante que nosotras, como maestras, construyamos cimientos firmes para las mujeres a las que enseñamos, también debemos tener cuidado con las distorsiones que se producen en nuestro mundo y en nuestras iglesias.

He aquí siete distorsiones del evangelio que debemos tener en cuenta al tratar de dirigir bien a las mujeres: 

  1. La cultura de la «buena persona»

Esta cultura dice: «Todos somos básicamente personas buenas. Cometemos errores y fallamos—nadie es perfecto—pero somos buenas personas de corazón».

Esta afirmación es errónea, y es peligrosa. Tenemos que recordar a nuestras mujeres que el ignorar el pecado no lo hace desaparecer. Hay Alguien ante quien tendremos que rendir cuentas, y aunque nuestro orgullo no concuerde con esa idea, el pecado es real, y es un poder del cual necesitamos un rescate. Nadie es bueno, ni uno solo (Sal. 14:3).

  1. La cultura de la «autoestima»

La distorsión afirma: «Eres tan impresionante que te mereces un Salvador y todo lo que Él pueda darte para resolver tus problemas». 

La «autoestima» se ha infiltrado en nuestras iglesias, especialmente en nuestros ministerios de mujeres. Si hiciéramos un inventario de todos los estudios que hay para mujeres en el mercado, encontraríamos bastantes tácticas de autoayuda que nos hacen sentir bien, pero contienen una ausencia asombrosa de la doctrina del pecado. Porque el pecado no nos hace sentir bien, así que, está disfrazado con palabras como «inseguridad» e «imagen negativa de sí mismo». Pero cuando menospreciamos la idea del pecado, perdemos el evangelio.

  1. La cultura del «individualismo expresivo»

Esta afirma que el cristianismo se trata de «ser fiel a ti misma», «siguiendo lo que te dice tu corazón» y «viviendo con autenticidad». 

Pero esta idea va en contra de todo lo que dice el evangelio. Somos pecadores que no debemos confiar en nuestros corazones porque son engañosos. Esta distorsión les parecerá atractiva a tus mujeres (¡incluso a ti!) porque hace que la verdad gire en torno a ti. Sin embargo, solo nos llevará a la confusión y, en última instancia, a la muerte espiritual.

  1. La cultura del «Jesús opcional»

Esta creencia dice: «Jesús es un camino, no el camino. Una persona puede encontrar su camino a Dios a través de un número de diferentes experiencias espirituales».

Decir que Jesús es opcional no solo va en contra de la enseñanza bíblica sobre quién es Jesús (Jn. 14:6), sino que frustra el evangelio. 

Pídele a las mujeres que enseñas que piensen en lo que dijo C.S. Lewis: «Si Jesús es sólo “un camino” hacia Dios, entonces es un lunático o un mentiroso por las afirmaciones divinas que hizo y Su sacrificio en la cruz fue por nada. Fue un desperdicio de vida. Y si esto es cierto, entonces “nuestra fe es en vano”» (1 Co. 15:14).

  1. La cultura del «Jesús de la prosperidad»

Esta visión distorsionada dice que Él garantiza a Sus seguidores una vida feliz y saludable sin problemas. Pero Jesús sufrió. Y aquellos que creen en Él, sufrirán también (Mr. 8:34). Debemos de ayudar a nuestras mujeres a evitar la creencia de que Jesús está aquí para hacer nuestras vidas acogedoras y que todo sea más fácil. Si se engañan creyendo esto, no seguirán a Jesús durante mucho tiempo porque se sentirán decepcionadas, amargadas e incluso con el corazón duro hacia Dios cuando las circunstancias no salgan como ellas quieren.

  1. La cultura de «La Fe y…»

Esta distorsión afirma que «la fe y…» algo más es suficiente para salvarme: la fe y mis buenas obras; la fe y suficiente auto-desprecio; la fe y un entendimiento correcto de Dios. 

Muchas de nuestras mujeres tienen dificultades para creer que Dios daría gratuitamente un regalo tan grande sin exigirles que se lo ganen. Debido a que nuestra naturaleza pecaminosa grita por independencia y control, queremos tener algo que ver con nuestra salvación. Pero no podemos añadir ni una cosa a la obra y a la persona de Jesucristo. Consumado es. La muerte fue derrotada, el mal fue vencido. Todo gracias a Él.

  1. La cultura de «Fe, así que…»

El extremo opuesto del espectro dice: «Jesús es mi justicia y mi perfección, así que puedo vivir como yo quiera porque al final ¡soy salva!».

Los teólogos se refieren a esto como «gracia barata». Sí, es para libertad que Cristo nos ha liberado, pero somos liberadas del poder del pecado para vivir para Cristo, no para permanecer en nuestro pecado y vivir de cualquier manera que queramos. La fe no nos da la libertad de permanecer en el pecado; nos libera del pecado para que nuestras vidas apunten cada vez más a Jesús. 

Como maestra de mujeres, ¿cómo sería para ti construir unos cimientos firmes en el evangelio para ellas este año ministerial? ¿Cómo puedes equipar a tus mujeres para poder discernir las distorsiones del evangelio? Alabado sea Dios, este hermoso evangelio se aplica incluso a estos esfuerzos mientras le confías tus mujeres a Él y caminas por fe en que Él te equipará con todo lo bueno para hacer Su voluntad y apuntarlas a Jesús.

«Y el Dios de paz, que resucitó de entre los muertos a Jesús nuestro Señor, el gran pastor de las ovejas, mediante la sangre del pacto eterno, los haga aptos en todo obra buena para hacer Su voluntad, obrando Él en nosotros lo que es agradable delante de Él mediante Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén». -Hebreos 13:20-21

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