Error # 3 en la enseñanza de la Biblia: Villanizar a los villanos

No me gusta descubrir los errores que he cometido, pero sí me gusta aprender a evitarlos. Al estar tomando un taller en mi iglesia sobre tres errores frecuentes que cometen los maestros de la Biblia, ¡me di cuenta de que había estado cometiendo los tres! Pero también aprendí cómo evitarlos, y tú también puedes.

Es por eso que comparto contigo estos errores en una serie de tres partes (aquí está la parte 1 y la parte 2), y hoy comparto el error número tres:

Error #3: Villanizamos a los villanos

Quizás porque los cristianos saben que la Biblia es donde descubrimos exactamente lo que está mal o es pecaminoso, tendemos a despreciar a las personas «malas» en la Biblia, en lugar de identificarnos con ellas. Nosotras, las maestras de la Biblia, hacemos esto particularmente bien.

Es como si nosotras, paradas frente a un grupo de mujeres, sosteniendo nuestras Biblias, señalando un versículo en particular, estuviéramos paradas en una plataforma elevada como jueces de aquel cuya pecaminosidad está manchada en la página. Pero no tenemos esa posición; Dios sí. Y nuestra enseñanza debe invitar a las mujeres a inclinarse ante Él, no a juzgar al lado de Él.

Cuando nosotras, maestras y líderes de la Biblia, nos enorgullecemos de arrugar la nariz ante el pecado, mostramos una arrogancia que refleja a algunos de los más grandes villanos de la Biblia. ¿Puedes pensar en alguien más malvado que los fariseos y los líderes religiosos que conspiraron para asesinar a Jesús? Ese fue el crimen de todos los crímenes. ¡Sin embargo, piensa en cómo miraron con desprecio a otros «pecadores» mientras ignoraban su propio pecado!

Al igual que con los fariseos, es imposible participar en la repugnancia de señalar con el dedo sin elevarnos a nosotras mismas. Y elevarnos a nosotras mismas no resultará útil para nuestros propios corazones o para los corazones de las mujeres con las que compartimos la verdad. En lugar de menospreciar, es mucho más constructivo ayudar a nuestras mujeres a encontrar puntos en común con las personas pecadoras de la Biblia. En lugar de villanizar a los villanos, pongámonos al lado de la figura bíblica que se comporta mal y preguntémonos: «¿He hecho algo de lo que este personaje ha hecho?».

A continuación, se muestran dos ejemplos:

Ejemplo 1: Un rey quejumbroso (1 Reyes 21)

El rey Acab quería el viñedo continuo al palacio para poder plantar un huerto. Pero Nabot, el dueño del viñedo, se negó. La tierra tenía historia. Había estado en su familia durante generaciones. A Nabot no le importaba que el rey le ofreciera un viñedo mejor o una gran suma de dinero. Para Nabot, este viñedo no tenía precio.

Al escuchar un «no», Acab se fue a casa y se enfadó como un niño pequeño. Se acostó en la cama, negándose a comer. Su esposa entró y le preguntó por qué estaba molesto. Y él le dijo: «Porque le hablé a Nabot de Jezreel, y le dije: “Dame tu viña por dinero; o, si prefieres, te daré una viña en su lugar”. Pero él dijo: “No te daré mi viña”» (1 Reyes 21:6).

Si lees las palabras de Acab en voz alta, ¿usarías tu voz más quejumbrosa? Yo sí. Quisiera pintar a Acab como un mocoso llorón, ¡y con todo el derecho!. Sin embargo, hacerlo no es constructivo. Me exime del texto, en lugar de abrir mi corazón a su mensaje.

Mucho más útil, tanto para mí como para las mujeres a las que enseño, es preguntar: «¿Alguna vez me he llegado a comportar como Acab?». Quizás hago pucheros cuando no me salgo con la mía o me marcho cuando alguien no me da lo que quiero. Me retiro a mi habitación, donde me enojo. Recluto simpatizantes al contar mi versión de la historia, tal como lo hizo Acab. Es mucho mejor ponerme al lado de Acab que villanizarlo y mirarlo desde arriba.

Al abrir mi Biblia, puedo buscar un villano al que criticar o un error que evitar. 

Ejemplo 2: Los líderes hipócritas (Mateo 6:1-18)

Cuando Jesús predicó el Sermón del Monte, no llamó a los fariseos ni a los líderes religiosos por su nombre, pero todos sabían de quién estaba hablando cuando mencionó a los «hipócritas», especialmente cuando escucharon los tres ejemplos que Jesús dio:

  • Cuando des, no toques trompeta para anunciarlo (Mateo 6:2).
  • Cuando ores, no lo hagas en voz alta en una esquina (Mateo 6:5).
  • Cuando ayunes, no tomes medidas adicionales para verte realmente horrible (Mateo 6:16).

Así es como me siento tentada a enseñar ese pasaje:

¿Tocar una trompeta? Tienes que estar bromeando. ¿Orar en voz alta en la esquina de Broad y Main? ¡Por favor! ¿Caminar luciendo demacrada y sombría para parecer súper espiritual? ¡Caramba! Obviamente, estos líderes religiosos se sentían un poco necesitados de atención, ¿verdad? Querían que todos los ojos estuvieran puestos en ellos y ansiaban una aprobación constante.

No me ayuda a ponerme en una posición elevada, juzgar la hipocresía de estos fariseos, o invitar a las mujeres a las que estoy enseñando a hacer lo mismo. ¿Por qué? Porque nuestras iglesias están llenas de mujeres que hacen las mismas cosas y nuestra hipocresía es mucho más seria de lo que podríamos esperar.

Piensa en los líderes religiosos a los que Jesús estaba advirtiendo. Estaban tan interesados en ser admirados y vistos que malinterpretaron quién era Jesús y por qué había venido. En lugar de acogerlo como su Mesías, conspiraron contra Él, al que todo el mundo miraba, percibiéndolo como una amenaza. En lugar de arrojarse a sus pies en señal de arrepentimiento, tramaron para que lo clavaran en una cruz.

Una vez más, es tentador pensar en ellos como los villanos de todos los villanos. Pero cuando señalamos con disgusto sus trompetas, sus oraciones en las calles y sus ayunos con rostro demacrado, nos colocamos por encima de los fariseos, no entre ellos. Nos vemos inmunes a su hipocresía y orgullo, no proclives a ello. Miramos con desprecio sus corazones, en lugar de examinar el nuestro.

Mientras aconsejo a mi propio corazón y a las mujeres a las que estoy llamada a enseñar, es mucho más constructivo preguntarme: «¿En qué ocasiones actúo como estos fariseos? ¿Hay momentos en los que quiero que todos me miren más a mí que a Jesús? ¿Anhelo aprobación y atención, pregonando los dones que he recibido generosamente? ¿Oro con un lenguaje florido y una palabrería excesiva, en lugar de hacerlo con el corazón? ¿Llamo la atención sobre lo exhausta que estoy debido a mi devoción al ministerio de la iglesia? Es mejor colocarme al lado de los fariseos que villanizar a los villanos y señalarlos.

Colocándome entre los villanos

Me encanta la canción «Profundo es el amor de Dios». Encuentro estas estrofas especialmente conmovedora:

Ahí en esa cruz está

Él carga con mis culpas

Vergüenza siento al escuchar

Mi voz entre las burlas

Por doloroso que sea, debo encontrarme entre los burladores al pie de la cruz, porque hasta que vea que mi pecado fue la causa de la muerte de Jesús, no veré mi necesidad de Él como mi Salvador.

Comparto la condición de cada villano en la Biblia. Endurezco mi corazón como el faraón. Soy egocéntrica como Acab. He traicionado como Judas. He negado como Pedro. Soy una hipócrita como los fariseos. Me burlo como los que crucificaron a Jesús. Al abrir las páginas de mi Biblia, es bueno para mí verme entre los villanos porque allí recibo la advertencia y la instrucción que necesito. Es allí, entre los villanos, donde veo mi desesperada necesidad de Jesús, y allí también la verán las mujeres a las que sirvo.

Aquí hay algunos consejos más para ayudarte a abstenerte de villanizar a los villanos en la preparación de tu mensaje:

  • Haz una lista. Comienza compilando una lista de los defectos que ves en este villano bíblico, luego observa cómo estos defectos son comunes a las personas de hoy. Caín detestaba ser superado. Acán era un mentiroso y un ladrón. Nabucodonosor era su propio dios. Judas era un amante del dinero. Las mujeres que te escuchan podrán relacionarse con cada uno de ellos.
  • Encuéntrate a ti misma primero. Humíllate y encuentra puntos en común con los villanos antes de pedirles a las mujeres que lo hagan. Una maestra quebrantada que dice: «Debemos humillarnos. . . », es más efectiva que una maestra engreída que dice: «Deberías…».
  • No eludas. Puede ser tentador pasar por alto algunos pecados graves de la Biblia, pintándolos como pecados del pasado pero no del presente. Piensa en la historia de las hijas de Lot que emborracharon a su padre para que él durmiera con ellas (Génesis 19:30-38). Ese relato podría ser más fácil de omitir, pero ¿no nos saltamos también nuestros propios pecados? ¿Podría haber una mujer en tu grupo que esté pensando en comprometerse sexualmente para obtener seguridad de un hombre en lugar de esperar que Dios le proporcione un esposo a su tiempo? ¿Ves por qué sería útil que ella escuchara acerca de las hijas de Lot?
  • Ten cuidado con el disgusto. No enseñes con una actitud de «Nunca lo haríamos». De hecho, lo haríamos. Cuando nos sentimos tentadas a sorprendernos u horrorizarnos con los villanos de la Biblia, tenemos que reconocer que somos igualmente ciegas a nuestra propia pecaminosidad. Piensa en el faraón, que asesinó a todos los bebés varones recién nacidos en Éxodo 1:22. ¿Te preguntas cómo podríamos justificar tal decisión? Piensa en cómo has justificado algunos de tus propios comportamientos egoístas y pecaminosos. Estas historias de personas profundamente pecadoras del pasado están destinadas a llevar a Dios a esas personas profundamente pecadoras de hoy, donde encuentran gracia, perdón y esperanza.
  • Siempre lleva la conversación sobre el pecado de regreso a Jesús. Sí, el pecado es grave y desastroso. Pero tenemos un Salvador que vino a salvar. Tomó cada gramo de la carga de nuestro pecado y los llevó a la colina del Gólgota. Jesús murió, fue sepultado y resucitó a una nueva vida, y nosotras también podemos.

¿Estás lista para volver a tu preparación para el estudio bíblico? Cuando te encuentres con los villanos de la Biblia, no los villanices. En su lugar, ayuda a las mujeres a encontrar puntos en común con personas pecadoras del pasado que necesitaban la salvación tan desesperadamente como nosotras hoy.

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Sobre el autor

Shannon Popkin

Shannon Popkin

Shannon Popkin es una conferencista y escritora de Grand Rapids, Michigan, quien disfruta combiner su amor por el humor y el contar historias con la pasión por la Palabra de Dios.

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