Me cuesta delegar, ¿qué puedo hacer?

Durante los años que tengo en el evangelio, he tenido la oportunidad de enseñar la Biblia en grupos pequeños, y por un breve tiempo fui coordinadora del ministerio de mujeres en una iglesia local.

Cuando comencé a servir era muy jovencita y tenía mucha energía. El grupo de estudio que dirigía comenzó a crecer con rapidez y estaba discipulando muchas jovencitas, pero, aunque pensé que todo lo tenía bajo control, pronto me di cuenta de que mis manos, fuerzas y recursos no eran suficientes.

Las jóvenes necesitaban ser escuchadas, que alguien orara por ellas, que caminara junto a ellas; todas requerían tiempo. Aunque mi deseo era servirles con excelencia, sabiendo que todo lo hacemos para la gloria de Dios, mis esfuerzos no eran suficientes. Así que, me acerqué a quien fuera mi pastor en aquellos años y él me recordó el pasaje de Éxodo 18:18-19, cuando el suegro de Moisés le aconsejó delegar responsabilidades.

«Con seguridad desfallecerás tú, y también este pueblo que está contigo, porque el trabajo es demasiado pesado para ti. No puedes hacerlo tú solo. Ahora, escúchame. Yo te aconsejaré, y Dios estará contigo. Sé tú el representante del pueblo delante de Dios, y somete los asuntos a Dios».

Desfallecer, era la palabra correcta. Así era justo como me sentía. La idea de pedirle ayuda a otras me era incómoda, no por compartir con ellas el servicio, sino porque para mis adentros pensaba: es mi grupo, yo lo he trabajado durante tanto tiempo. Además de que solía pensar que nadie podría hacer lo que yo hacía, con el mismo amor y con la misma excelencia con la que buscaba hacer las cosas. Pero al leer este pasaje, puedes ver algo importante: el verdadero representante de la iglesia frente a Dios es Cristo. Por lo tanto, es a Él a quien debía imitar, Su carácter de siervo y mi humanidad limitada debían unirse para la edificación de mis hermanas.

Me sometí por fuera, pero por dentro me resistí. Obedecí por fuera, pero por dentro mi deseo de controlar estaba haciendo estragos en mi corazón. Delegué responsabilidades, pero poco tiempo después, volví a tomarlas. De una u otra forma saboteaba lo que las otras chicas hacían y terminaba por hacerlo yo.

Era como un pulpo que quería atraer todo hacia mí para solucionarlo y hacerlo a mi manera. ¿Cuál fue el resultado? Ese grupo de estudio se desintegró, terminé más agotada de lo que pensé. 

Las chicas no fueron cuidadas como debía y mi corazón resultó herido por mi propio pecado. Me costaba delegar en aquel entonces, pero en ocasiones me he dado cuenta de que aún me cuesta delegar porque sigo pensando que, si Dios lo puso en mis manos, entonces yo y solo yo, soy

responsable de que se haga con excelencia, es decir, como para el Señor.

Sí, pero no

Si estás en una situación similar en la que te has dado cuenta de que, al igual que yo, te cuesta delegar, quiero animarte a confiar en que el Señor nos capacitará para hacer lo que nos ha encomendado de manera que le honre y le glorifique. Así que, sí, somos responsables delante de Dios del grupo de estudio en el que servimos, del club de lectura que guiamos, nosotras daremos cuentas a Dios de cada ministerio que nos ha encomendado. Pero no olvidemos que Dios no nos manda a hacerlo a solas, el ministerio nunca se ha tratado de una sola persona, Dios nos creó como un cuerpo, un cuerpo que sirve en conjunto para cumplir los propósitos de Dios (1 Co. 12:12-27; Ro. 12:4-5) con los dones que Él ha dado. No todas tenemos todos los dones, por eso, ¡nos necesitamos!

Sigue el consejo

Sigamos el consejo de Jetro a Moisés cuando le dijo: «Además, escogerás de entre todo el pueblo hombres capaces, temerosos de Dios, hombres veraces que aborrezcan las ganancias deshonestas, y los pondrás sobre el pueblo como jefes de mil, de cien, de cincuenta y de diez. Que sean ellos los que juzguen al pueblo en todo tiempo. Que traigan a ti todo pleito grave, pero que ellos juzguen todo pleito sencillo. Así será más fácil para ti, y ellos llevarán la carga contigo. Si haces esto y Dios te lo manda, tú podrás resistir y todo este pueblo por su parte irá en paz a su lugar» (Éxodo 18:21-23).

Es en oración y dependencia del Espíritu Santo que podremos delegar en otras hermanas la labor que Dios nos ha encomendado y ha encomendado a la Iglesia. El mayor problema es ver el ministerio como nuestro ministerio, y no lo es. Hacer parte a otras mujeres habla de humildad, de confianza en Dios que capacita a quien Él desea usar. 

Pero también habla de tener un corazón que no busca lo suyo e imita a su Señor, «el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres» (Fil. 2:6-7). Nadie es mayor que otro; delante del Señor somos iguales, los dones solos embellecen Su obra.

Confía

Todo esto se lee sencillo, ¿verdad? Pero como coordinadoras es necesario presentarnos delante de Dios con nuestro corazón en las manos para confesar por qué no hemos querido incluir a otras mujeres a la obra que Él ha dado. Es necesario que dejemos de pensar que somos las únicas capacitadas para hacer la obra y que dejemos de seguir las estructuras humanas de pensar que todo se enfoca en una persona ¡nosotras! y no en la Persona de Cristo.

Cristo mismo nos modeló lo que es delegar cuando eligió doce hombres con múltiples errores, con naturaleza pecaminosa, mientras Él les modelaba cómo servir al Padre y en ellos crecía un deseo genuino de querer servir por ver a su Señor. Debemos confiar en que el Señor es el dueño de la obra del ministerio, nosotras somos solo sus siervas a quienes Él, por gracia, nos ha dado la oportunidad de servirle. Hoy estamos y mañana no, porque nuestra labor es apuntar a Cristo. Confiemos, mujer.

Incluye a otras

Te comparto tres pasos prácticos que me han servido las veces que he necesitado delegar en algún ministerio o servicio.

  1. Ora por dirección

Toda decisión que tomemos debe ir sumergida en oración. Confiamos en que es Dios quien elige a quienes han de servir, así que oramos para que sea Él quien provea y nos guíe a invitar a las mujeres que nos acompañarán en el ministerio o servicio.

  1. Incluye a otras

Para invitar a otras mujeres a servir con nosotras al Señor, es necesario conocer a las mujeres, hacernos cercanas a ellas, estar presentes, discipularlas. Buscamos conocerlas para identificar sus fortalezas, sus destrezas, pero también y sobre todo, su vida espiritual. Su carácter es más importante que sus dones. En primera instancia, no escogemos a las personas por sus dones, debemos identificar esos dones, pero acompañarlas en su crecimiento a la semejanza de Cristo. En estas relaciones intencionales, podemos tener una idea más clara de en qué forma pueden servir mejor al Señor.

  1. Enséñales cómo

En humildad compartamos con ellas lo que hemos aprendido, lo que hacemos en el ministerio. Compartamos de gracia lo que de gracia hemos recibido, los recursos que hemos desarrollado, las relaciones que hemos construido y la forma en como lo hemos hecho, pues nada nos pertenece. Seamos de edificación a sus vidas para qué juntas seamos de edificación a la iglesia de Cristo. El mensaje es: comparte y equipa, así como Jesús lo hizo, como Pablo lo hizo, porque es Su misión la que avanzamos.

Sigue confiando

Por último, sigue confiando en que el Señor te guía. Confía en el don que Dios te ha dado. Confía y sé humilde para recibir retroalimentación de parte de ellas. Cultiva relaciones de bendición y edificación, porque juntas reflejan más y mejor a nuestro Señor Jesús. Al final, vivimos para que Cristo brille, no para que nosotras brillemos.

Que sea por medio del servicio de sus hijas, en unidad, que el evangelio alumbre los corazones de aquellas mujeres a quienes sirven, que ellas puedan ver el amor de Cristo en medio de ustedes, que hay gozo en ustedes porque Cristo está en medio suyo.

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