10 cosas que no hizo Jesús

La Pascua es la temporada del año en que nos detenemos a recordar todo lo que Cristo ha hecho por nosotras. Pero, ¿alguna vez te has detenido a pensar en lo que Jesús no hizo por ti?

1. No se quedó en el cielo.

Que Jesús ascendiera de la tierra al cielo tiene sentido para mí, pero lo que no puedo imaginar es que descendiera de la santidad del cielo a la inmundicia de la tierra. Sin embargo, eso es lo que hizo Jesús, dejando atrás Su trono de zafiro por el terreno rocoso e infestado de espinas del mundo, sin un lugar donde reclinar la cabeza. Cristo cambió voluntariamente la gloriosa comunión que disfrutaba con el Padre por la compañía de pecadores.

Seré honesta:
Yo me habría quedado en el cielo, pero Jesús no.

Yo me habría quedado con mis vestiduras de la realeza, pero Jesús no lo hizo.

Me habría quedado donde los ángeles dijeran para siempre: «Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos, llena está toda la tierra de Su gloria» (Is. 6:3), pero Jesús no.

Él voluntariamente cambió las alabanzas del cielo por algo menos placentero: «¡Fuera! ¡Fuera! ¡Crucifícalo!» (Jn. 19:15).

2. No se consideraba a Sí mismo mejor.

Aunque Cristo habita en una luz inigualable, mantiene el mundo en su lugar y dice a las olas hasta dónde llegar; eligió hacerse nada, sin «aspecto hermoso ni majestad para que lo miremos» (Is. 53:2). Considerando a los demás más importantes que Él mismo, el Hijo de Dios se hizo no solo hombre, sino siervo.

Él lavó los pies de los discípulos, caminó de pueblo en pueblo, y habló con una samaritana. Él sanó, alimentó y liberó, hasta finalmente dar Su cuerpo como rescate, cargando Su propia cruz hasta que ya no podía sostenerse de pie.

3. Él no pecó.

Aun después de haber ayunado durante 40 días en el desierto, Jesús persistió en pureza. Aunque la tentación de rendirse, ceder y vengarse permaneció ante el Señor, sin importar nada, Él no cedió.

Le llamaron mentiroso; le escupieron a la cara; testificaron contra Él. Aun así, Jesús se aferró a la santidad. No sé cómo lo hizo. Yo habría fracasado miserablemente desde el principio, pero Jesús ni una sola vez se rindió a Su carne. En cambio, se convirtió en el Cordero santo y justo necesario para nuestra expiación. 

4. No se resistió a ser arrestado.

Puedes estar seguro de que me opondría si la policía se presentara en mi puerta para detenerme por un delito que no he cometido. Especialmente si supiera que el delito se castigaba con la muerte. Pero Jesús no se resistió al arresto. Sabiendo lo que le esperaba, Jesús le dijo a Judas, Su traidor: «Amigo, haz lo que viniste a hacer» (Mt. 26:50). Entonces Jesús permitió que Sus acusadores lo ataran y se lo llevaran. 

«Fue oprimido y afligido, pero no abrió Su boca. Como cordero que es llevado al matadero, y como oveja que ante sus trasquiladores permanece muda, Él no abrió Su boca». -Isaías 52:3

5. No recurrió a los ángeles.

Cuando Judas, junto con un grupo de soldados, algunos sumos sacerdotes y unos cuantos fariseos, se presentaron para arrestar a Jesús, Pedro estaba dispuesto a luchar. «Entonces Jesús le dijo: “Vuelve tu espada a su sitio… ¿O piensas que no puedo rogar a mi Padre, y Él pondría a mi disposición ahora mismo más de doce legiones de ángeles?”» (Mt. 26:52-53). 

Pero Jesús no llamó a los ángeles. No dio ninguna orden a las huestes celestiales para que cumplieran Sus órdenes. En lugar de eso, hizo que los ángeles se retiraran mientras Él soportaba una cruel golpiza que destrozó Su cuerpo. 

6. No eligió Su propio camino.

Como gotas de sangre saliendo de Su cuerpo, Jesús oró: «Padre Mío, si es posible, que pase de Mí esta copa» (Mt. 26:39). En Su humanidad, Jesús no quería ir a la cruz (es importante que recordemos eso), pero Él fue de todos modos porque era la voluntad de Dios (Is. 53:10).

Aunque Jesús deseaba desesperadamente un camino diferente, no eligió el Suyo. Expuso Su agonía ante el Padre y luego declaró: «Pero no sea lo que yo quiero, sino como tú quieras» (Mt. 26:39). 

7. No se bajó de la cruz. 

Aunque la multitud se burló: «Que se salve Él mismo si Este es el Cristo de Dios, Su Escogido» (Lc. 23:35), Jesús se negó a hacerlo. Que conste en acta que podría haber bajado de la cruz, poniendo fin a su agonía en un instante, curando Sus heridas, vengándose y revelando Su gloria a todos los presentes. Pero entonces, ¿dónde estaríamos? ¿Qué esperanza tendríamos?

Para los pecadores y los desamparados, Jesús permaneció en Su lugar, desnudo, colgado solo por clavos, mientras Sus pulmones se comprimían, Su corazón fallaba, Su carne se desgarraba y la ira de Dios se derramaba sobre Su alma. 

8. No quitó los ojos del objetivo.

Cristo soportó la cruz por el gozo puesto delante de Él (Heb. 12:2). Jesús dejó a un lado la vergüenza por nosotras, puso Su mente en el cielo y esperó la recompensa: la salvación de la humanidad y la restauración de la justicia. 

Nosotras ni siquiera podemos imaginar todo lo que Dios tiene reservado para Sus hijos, pero Jesús sí lo sabía: Su lugar a la derecha del Padre, Su intercesión como nuestro Sumo Sacerdote, Su oferta de perdón, gracia y paz para todos los que acuden a Él. Y no dejó que nada se interpusiera en Su camino. 

9. No se rindió con nosotras.

La humanidad aún no ha cambiado sus costumbres. Seguimos pecando; seguimos pisoteando la gloria de Dios y negando Su santidad, insistiendo en el egoísmo por encima del servicio. Incluso después de que los profetas advirtieran del juicio venidero, de que Dios exiliara a Israel y de que el Hijo de Dios extendiera Sus brazos en la cruz, seguimos cometiendo los mismos pecados de siempre.

Pero donde ha abundado el pecado, también sobreabundó la gracia. Donde la transgresión ha irrumpido, también lo ha hecho la misericordia. Hasta el día de hoy, Cristo sigue quitando nuestro pecado y poniéndolo tan lejos como el este está del oeste (Sal. 103:12), y continuará haciéndolo para todas las que vengan a Él hasta que todo pecado sea limpiado. 

10. No nos deja solas.

Jesus declara en Juan 16:7: «Les conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a ustedes; pero si me voy, se lo enviaré». Por gracia, mediante la fe, el mismo Espíritu que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos vive ahora en nosotros (Ro. 8:11). 

Podemos sentirnos solas en este mundo, pero en Cristo no lo estamos. Estamos selladas por el Espíritu, bendecidas por el Espíritu, fortalecidas por el Espíritu y sostenidas por el Espíritu. Gracias a que Cristo nunca titubeó. Podría habernos abandonado a nuestra suerte, pero no lo hizo. 

Gracias, mi Salvador y mi Dios, por todo lo que hiciste y por lo que no hiciste por mí. Que todo el pueblo de Dios alabe Tu nombre y dé gloria al Rey por las muchas maneras en que Tu amor misericordioso ha salvado a la humanidad. Amén.

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Sobre el autor

Stacey Salsbery

Stacey Salsbery es esposa de granjero y madre de cuatro hijos. Cuando no está sirviendo una comida, viajando en un tractor con su esposo o llevando a los niños a practicar, la encontrará escapando de la locura escribiendo devocionales en … leer más …


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