«La libertad no tiene precio», decía un joven recién salido de prisión. Sin embargo, considerándolo bien, creo que sí lo tiene. La libertad de muchos le ha costado la libertad a alguno. A través de la historia, movimientos de liberación fueron precedidos por entrega, lágrimas, sangre, restricciones y renuncias de alguien que por una ardiente pasión lo dio todo por esta causa.
Mujeres como Amy Carmichael, una misionera irlandesa que sirvió en la India, arriesgaba su vida para liberar a miles de niñas de la prostitución sagrada en los templos, y Harriet Tubman, afroamericana nacida en esclavitud, huyó en busca de su libertad y se expuso valientemente al peligro para salvar a cientos de esclavos, incluyendo su familia, llevándolos a un estado libre. «Libertad o muerte», si no podía tener una, tendría la otra. Ella dijo: «Daré hasta la última gota de sangre que corre por mis venas para que este monstruo llamado esclavitud muera».
Cuánto me recuerda esta frase a Uno que arriesgó mucho más que cualquier ser humano podría arriesgar; dejó un palacio celestial y entregó Su vida en humillación hasta la muerte y muerte de cruz (Flp. 2:6-8) para liberarnos de la peor esclavitud que ha existido jamás y que causa la muerte: el pecado. Solo Cristo nos hace libres de este monstruo (Jn. 8:36).
Lo que hace hermosa esta temporada de Pascua es lo que representa: una libertad sin igual gracias a un sacrificio perfecto y eterno. La celebración de la Pascua y sus instrucciones en el Éxodo fueron los primeros bocetos de este gran cuadro de redención. Esta fiesta sagrada que encabezaba el año en el calendario judío, los primeros 14 dias del mes de Abiud, era un mandato divino por todas las generaciones como un recordatorio de la liberación del pueblo de Israel de Egipto. A medida que este cuadro fue tomando forma y color, llegamos a ver su cumplimiento en la persona de Jesucristo quien es nuestra Pascua y ha sido sacrificado por nosotros (1 Co. 5:7). Una mezcla de gozo y quebranto sentimos aquellos que hemos comprendido de qué hemos sido librados.
Dios enviaría la última plaga como juicio sobre los egipcios a causa de la negación del Faraón de dejar ir a Israel para servir al Señor. Por la fidelidad de Dios al pacto hecho a Abraham y Su eterna compasión, Dios había determinado liberar a Su pueblo del terrible sufrimiento por tal opresión, pero lo haría con brazo fuerte. La muerte llegaría sobre toda la tierra de Egipto, pero la cena de Pascua era el pago por la liberación.
Demos una mirada a algunos simbolismos que nos muestran a Cristo y Su sacrificio para salvarnos.
El cordero
Esta víctima destinada a ser sacrificada se escogía el día 10, era inspeccionada meticulosamente durante 4 días para ver si cumplía los requisitos idóneos para el sacrificio el día 14. De la misma manera, nuestro Cordero, sin mancha ni defecto, entró en Jerusalén el día 10, fue interrogado por el sanedrín, Herodes y Pilatos, quien no halló delito alguno en Él (Lc. 23:4). Como oveja fue llevado al matadero y enmudeció ante sus trasquiladores, tal como lo había dicho Juan: «Ahí está el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29).
En medio de las tormentas de una vida sin Dios, parece que cualquier salvador o sustituto servirá; o cualquier puerto aparenta ser seguro, pero no lo es. «En ningún otro hay salvación porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos» (Hch. 4:12).
Quizás Israel estaba ansioso por escapar de sus circunstancias, pero era más importante asegurarse primeramente de tener el animal apropiado, que querer huir de la esclavitud; sin este sacrificio, podrían ser víctimas de esta plaga de juicio. Así también debes hacer del Cordero tu Cordero; de Cristo, tu Redentor y Salvador por la fe para escapar del juicio venidero.
La sangre en el dintel
Era la identificación para que el heridor pasara de largo sin herir al primogénito. ¿Acaso Dios no podía identificar las casas de los hebreos? Claro que sí, pero Dios quería redimir no solo por la nacionalidad sino por la fe, que se mostrara en obediencia. Aquellos que marcaban sus casas con la sangre del cordero serían librados. Asimismo, el Unigénito Hijo de Dios fue ofrecido como sustituto nuestro, y sin derramamiento de Su sangre no hay remisión de pecados (Heb. 9:22). Solo por la fe en este sacrificio alcanzamos la salvación del juicio y la condenación eterna (Jn. 3: 16-18). Una fe verdadera que se muestra en obediencia.
«Mis ovejas oyen Mi voz; Yo las conozco y me siguen. Yo les doy vida eterna y jamás perecerán, y nadie las arrebatará de Mi mano». -Juan 10:27-28
¿Tienes una fe verdadera que se evidencia por tu temor a Dios y dependencia de Él, con un corazón inclinado a la obediencia a la Palabra de Cristo?
El pan sin levadura
Limpiar las casas y comer el pan sin levadura era indispensable (Dt. 16:3). Un recuerdo de la aflicción y símbolo del pecado, como más adelante Jesús advierte a Sus discípulos a guardarse de la levadura de los fariseos y saduceos (Mt. 16:12); y Pablo también nos exhorta a ser masa nueva sin levadura por Cristo (1 Co. 5:7).
Jesús, nuestro maná, el Pan de vida sin pecado, con Su cuerpo desfigurado, Su piel rota, Sus tejidos partidos, manos y pies perforados cual pan; condenó al pecado en la carne para que nosotros andemos en vida nueva, en santidad, sin que el pecado nos domine (Ro. 6:10-14).
Así como la levadura infla la masa, nosotros también podemos inflarnos a causa del pecado si no lo sacamos de raíz, pero por Cristo podemos dominarlo al presentar nuestros miembros como instrumentos de justicia (Ro. 6:13).
Como el sabor de las hierbas amargas fue la traición de Judas, mojo al Pan en pura hiel, levantando contra Él su calcañar.
¡Cuántas veces hemos sido traicionadas por aquellos que solo queríamos hacerles bien o cuántas veces hemos causado dolor al Señor cuando traicionamos Su amor rompiendo nuestras promesas de fidelidad!
La copa del nuevo pacto
¿Podemos recordar las palabras que escandalizaron a muchos cuando Jesús dijo que Su carne era verdadera comida y Su sangre verdadera bebida? (Jn. 6:55). Ahora lo vemos cumplirse, Jesús ha tomado la copa en Su mano que lo señala a Él mismo con el pacto de gracia.
«Y tomando el pan, después de haber dado gracias, lo partió, y les dio, diciendo: “Esto es Mi cuerpo que por ustedes es dado; hagan esto en memoria de Mí”». -Lucas 22:19
La vid está siendo exprimida para que salga su jugo. Se abstiene de beber el vino hasta que lo beba en el reino de Su Padre (Mt. 26:29) y al mismo tiempo tomó de la mano del Padre la copa del sufrimiento, como oró en Getsemaní.
¿Estaríamos dispuestas a abstenernos de los deleites temporales para participar de los padecimientos de Cristo abrazando Su voluntad, aunque ello implique un trago amargo?
Hoy nosotras, como hijas redimidas, tenemos el privilegio de participar de un banquete, la Cena del Señor, pero es necesario hacerlo dignamente. Porque más que una cena, fue un pago a precio de sangre. Esto implica estar en plena comunión con Él, con una conciencia limpia, saber discernir el cuerpo del Señor y recordar Su sufrimiento. Con solo estos dos elementos: el pan y el vino, hacemos evangelismo proclamando el nuevo pacto de gracia por medio de la muerte expiatoria de Cristo.
«De manera que el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será culpable del cuerpo y de la sangre del Señor», dice 1 Corintios 11:27.
Todos nuestros sentidos deben estar bien atentos en completa adoración y gratitud hacia Dios.
¡Hay una advertencia! Tomarla indignamente nos hace culpables de juicio y estaríamos expuestas a la disciplina del Señor que podría ser una enfermedad o la muerte; como sucedió en la iglesia de Corinto, por eso es necesario examinarnos a nosotras mismas para no ser juzgadas (1 Co. 11:30-31).
¿Estamos tomando tiempo suficiente para examinarnos a nosotras mismas con la ayuda del que escudriña los corazones y que como lámpara alumbra nuestros puntos ciegos?
¿De qué manera estamos limpiando nuestras vidas de toda levadura de orgullo, incredulidad, impureza, y toda forma de pecado?
¿Vivo en libertad por el evangelio de Cristo o estoy atada a alguna forma de esclavitud?
Cristo, nuestra Pascua, banquete y ofrenda. Más que una cena, fue un pago; vendido por monedas, sin dinero pagó; con solo Su sangre, un sacrificio costoso, para llevarnos a vida y a libertad, donde no reine el pecado, vida eterna por gracia.
Una copa por Él y con Él: la muerte del yo, que abraza su propia cruz con el gozo de Cristo delante.
Su dolor es tu fuerza y consuelo, Su sepultura es tu espera, Su resurrección tu esperanza y victoria, y Su ascensión tu futuro. Comamos de prisa sin glotonerías. Ceñidas y ligeras corramos con paciencia. La sangre del Cordero salpicó nuestras cabezas; marcadas y selladas, esperamos nuestro Mesías, que nos llevará a la tierra celestial prometida.
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