Alguien perfecto: la perfección moral de Cristo

«Todo lo ha hecho bien». -Marcos 7:37
 

¿Por dónde empezar? Al escribir sobre Jesús, las opciones son realmente ilimitadas. Podríamos empezar antes del tiempo, donde Él existe desde la eternidad: el Creador no creado. Podríamos empezar en un pesebre de Belén, donde Aquel que hizo el universo descendió a habitar en la Tierra. Podríamos empezar con los acontecimientos que condujeron a lo que ahora conocemos como Pascua, donde Su propósito de venir aquí llegó a su plena realización y donde a los seres humanos se nos dio la inefable esperanza de vivir para siempre con Él.

Sin embargo, creo que haríamos bien en simplemente dar un paso atrás y tratar de asimilar la realidad de Jesús, Su absoluta belleza y verdadera perfección.

Él es completamente ideal

Ésta afirmación se hace evidente cuando consideramos lo lejos que estamos de ser ideales. No somos perfectas física, espiritual ni moralmente. Por muy trabajadoras y bien intencionadas que seamos, también somos pecadoras que necesitamos desesperadamente un Salvador.

Deseamos que no fuera así, de hecho, sentimos el impulso de hacer y ser más, ser diferentes para ser mejores; sin embargo, siempre nos quedamos cortas. Las personas pueden ser fuertes en ciertas áreas, pero nadie puede ser fuerte en todo. Cada una de nosotras tenemos debilidades.

Detente y maravíllate de que Jesús no tiene áreas débiles. Es perfecto en todos los sentidos. 

Los escritores que profetizaron sobre Él en el Antiguo Testamento lo veían como «el más hermoso de los hijos de los hombres» (Sal 45:2). El Mesías de Israel, tal como lo predijeron bajo la inspiración del Espíritu de Dios, debía ser un hombre perfecto, que superara a todos los demás seres humanos.

Pero qué experiencia tan incomparable haberse encontrado con Él en la tierra, haber pasado tiempo con Jesús y darse cuenta de Su perfección, y de que no había nada en lo que no sobresaliera.

Esto no quiere decir que Jesús impresionara a todos los que conoció por ser físicamente perfecto. No hay evidencia en el Nuevo Testamento de que fuera el estándar masculino de belleza en su época, aunque, como carpintero, seguramente estaba en forma. El profeta Isaías había declarado que el Mesías prometido:

«No tiene aspecto hermoso ni majestad para que lo miremos, ni apariencia para que lo deseemos». -Isaías 53:2

Sin embargo, la gente deseaba a Jesús. Lo siguieron sin dudar porque, sin importar Su apariencia, Su belleza era inconfundible. Poseía toda la gracia y cada virtud en perfecto equilibrio, no le faltaba nada. Piensa en esto, nunca hemos visto la verdadera perfección en una persona, una perfecta congruencia entre el interior y el exterior, perfecta alineación entre el corazón y el carácter. Es imposible siquiera poder imaginarlo, pero ahí está Jesús.

Él no es simplemente bueno, es perfecto; Él no es suficiente, lo es todo.

Jesús también guardó perfectamente la ley de Dios y debemos tener claro lo que esto significa; no solo evitó pecar (un gran logro, conociendo nuestras luchas es bastante notable), sino que la perfección de Jesús fue más allá de la mera evasión del pecado, Él vivió activamente conforme a los estándares de la ley de Dios. Todo lo que hizo y dijo fue con una motivación pura y correcta, cumplió cada mandamiento en la ley.

Pienso en este conocido versículo en Miqueas 6:

«Él te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno. ¿Y qué es lo que demanda el Señor de ti, sino solo practicar la justicia, amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios?» (v. 8).

Ese es un resumen sólido de lo que la ley de Dios requiere de nosotras: justicia perfecta y amor perfecto, entregados con perfecta humildad; eso es precisamente lo que Jesús hizo cada segundo de Su vida terrenal. La gente no podía evitar darse cuenta que «todo lo ha hecho bien» (Mc. 7:37).

Así que, hagamos una pausa también para maravillarnos ante la perfección de Jesús.

Él no es simplemente bueno, es perfecto.

Él no es simplemente suficiente, lo es todo.

Él no es simplemente nuestro Salvador y Señor, es nuestro invaluable tesoro.

En Él tenemos lo más hermoso del mundo, la posesión más deseable de todas, la relación más maravillosa que un ser humano jamás podría tener con alguien.

Cuando tenemos a Jesús, tenemos todo lo que realmente necesitamos para la eternidad.

John Flavel, un pastor puritano de los 1600, en un sermón titulado «Christ Altogether Lovely» pidió a sus oyentes que inspeccionarán el universo y miraran entre todas las cosas creadas. Él dijo: «Dentro de la creación observaras fuerza en algo, belleza en otra cosa, fidelidad y sabiduría en algo más, pero nada sobresale como lo hace Cristo. El pan tiene una cualidad, el agua tiene otra, lo mismo con la ropa o medicina, pero nada es como Cristo; quien es el pan para el hambriento, el agua para el sediento, vestido para aquel que está desnudo, la mejor medicina para el herido; y todo lo que el alma puede desear se encuentra en Él». 

Busca la perfección en cualquier otro lugar y nunca la encontrarás, considera a alguna persona como el modelo perfecto de amor, y seguramente te decepcionarás. Busca en cualquier cosa o persona (tu esposo, tu casa, tu trabajo, a ti misma) la satisfacción absoluta, y aunque puedas observar cualidades asombrosas en ellos, también notarás las deficiencias que te recuerdan que nunca podrán ser todo lo que tu ser necesita.

Mira a Jesús y Él superará tus mayores deseos.

Mira a Jesús, y Él superará tus expectativas.

Mira a Jesús, y te encontrarás en presencia de la perfección absoluta.

Adaptado de «Incomparable: 50 días con Jesús de Nancy DeMoss Wolgemuth» (©2024).

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Sobre el autor

Nancy DeMoss Wolgemuth

Nancy DeMoss Wolgemuth ha tocado las vidas de millones de mujeres a través del ministerio de Aviva Nuestros Corazones y del Movimiento de Mujer Verdadera, llamando a las mujeres a un avivamiento espiritual y a la feminidad bíblica. Su amor … leer más …


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