3 cosas que debes decirte a ti misma cuando otros prosperan mientras tú sufres

Por Jeane Harrison

¿Has notado que el sufrimiento nos hace estar más atentas a las bendiciones de otros? Es la mujer que se recupera de la pérdida de un embarazo la que más nota a las madres en espera en la tienda de comestibles. El empleado a quien terminaron su contrato, quien siente que cada amigo en Facebook está celebrando una carrera satisfactoria. La madre que cría sola y tiene muchas responsabilidades quien observa a los esposos entrando los cargadores de bebés a la iglesia.

Hubo una época en mi vida en que parecía que Dios decía “no” a cada petición que le hacía.

Guardaba esos “no” en mi corazón como una anciana con una casa llena de gatos, trayendo diariamente mis quejas delante de Dios. Finalmente, de la nada, recibí una bendición inesperada. Era algo pequeño, por lo que cuando se cayó unos pocos meses después, mi esposo no podía entender por qué lo tomé tan mal. Mientras cocinábamos en la cocina (bueno, técnicamente él cocinaba mientras yo sollozaba en un banquillo), finalmente pude contener las lágrimas "Es que era como una señal de que Dios todavía me amaba".

En las semanas siguientes Dios imprimió tres verdades en mí, que me consolaron profundamente y cambiaron mi perspectiva de manera radical. La primera fue:

No necesito una sola bendición de Dios para saber que Él me ama. Tan solo necesito mirar a la cruz para recordar que Él me ama.

Cuando solamente miramos las circunstancias de nuestra vida, a menudo parecería que Dios tiene sus favoritos. Como si amara a la dulce Susie Jane -con su familia feliz y vida fácil- más de lo que te ama a ti y a mí. Solía consolarme pensando que algún día los problemas también llegarían un día a la vida perfecta de Susie Jane. Pero puede que no. Las personas realmente enfrentan varios grados de sufrimiento mientras están en la tierra.  Y aunque así podía ocurrir con Susie Jane en alguna época, ¿es realmente bíblico deleitarse en su sufrimiento? ¿tan siquiera esperar que ocurra? Claro que no.

Todavía recuerdo el día que Dios me susurró esas palabras duras a mi corazón. De inmediato vi la cruz nuevamente. Y así de simple, tenía prueba –PODEROSA prueba- de que Dios no se había olvidado de mí. Así de simple, no necesitaba ponerlo a prueba nunca más porque ya me la había dado en el monte hace mucho tiempo, y la había aprobado con excelencia.

Unos meses después, mi inseguridad fue retada de nuevo cuando una dulce amiga recibió la bendición por la cual yo suspiraba. Cuando le lloraba a Dios en mi cama, casi pude escucharlo diciéndome con pasión “¡Mira a la cruz! ¡Te prometo que te amo! ¡Mira a la cruz!” ¿Sabes algo? Ni en mil años cambiaría ese momento íntimo y poderoso por una fugaz bendición terrenal. Lo cual me lleva a mi segunda lección:

En la economía de Dios, la bendición espiritual siempre supera la terrenal.

En el libro alegórico “Pies de Ciervas en lugares altos”, Miedosa se embarca en un viaje hacia los Lugares Altos. Cuando ya iba a iniciar, el Pastor le promete “he elegido cuidadosamente para ti las más fuertes y mejores guías”.  Miedosa queda horrorizada cuando descubre que se trata de Pena y Congoja. Pero más Adelante en el viaje, cuando el Pastor le pregunta cómo se siente con ellas, ésta fue su respuesta:

Nunca pensé que fuera posible Pastor, pero de algún modo las amo…ellas en realidad quieren hacerme llegar a los Lugares Altos, no solo porque es el mandato que les diste sino porque quieren que una cobarde como yo llegué allí para ser cambiada. Sabes Pastor, lo que hace la gran diferencia en mis sentimientos hacia ellas es que ya no las miro con   temor, sino como amigas que quieren ayudarme.

¡Esto es exactamente lo que el pasaje de Santiago 1:2-4 quiere que veamos! Dios diseña el sufrimiento para hacernos más como Cristo. Tanto como desprecio encontrar pena y aflicción en mi propio viaje, éstas son las tutoras más excelentes que pueda conocer.  Y nada es más alentador que mirar atrás y descubrir que debido a ellas, ya no soy la cobarde que una vez fui. …o la arrogante adolescente…o la joven adulta idólatra. Esa es la bendición más verdadera. Ser más parecida a Jesús es más valioso que tener hijos o ganar premios o encontrar un esposo… o cualquier otra bendición terrenal que podríamos haber pedido.

Mi última parada en mi viaje hacia aceptar el sufrimiento personal a la luz de la prosperidad de otras personas, fue Juan 21. Justo después de las profecías de Jesús acerca de la muerte futura de Pedro, Pedro mira a Juan y pregunta exactamente lo que yo hubiera preguntado “Señor, ¿y éste, qué?”  (v. 21) A lo cual Jesús hermosamente responde, " Si yo quiero que él se quede hasta que yo venga, ¿a ti, qué? Tú, sígueme." (v. 22)

¡Uao!  Y ¡ay! Si es mi voluntad que ella reciba la bendición que tú querías, ¿a ti, qué? Si es mi voluntad escribir la historia de tu vida completamente diferente a cómo tú querías que yo lo hiciera, ¿a ti, qué? Si es mi voluntad decirle “Sí” a él y “No” a ti, ¿a ti, qué? Tú, sígueme.

Amada creyente, tú y yo somos llamadas a una sola cosa: a Jesús mismo. A amarlo lo suficiente como para seguirlo sin importar nada más. Tal como Miedosa pudo ver en el Valle de la Pérdida "Justo en las profundidades de su corazón ella no tenía más que un apasionado deseo, no por las cosas que el Pastor le había prometido sino por Él mismo. Todo cuanto quería era que se le permitiera seguirlo por siempre".

Algunas veces solo los valles y desiertos pueden enseñarnos eso.

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