Cuando el «felices para siempre» se pone a prueba

Se casaron y vivieron felices para siempre... ¿Es esto verdad?

Al unirnos en matrimonio, comenzamos una nueva faceta de vida. El deseo de caminar juntos en amor y compartir todo, es un motivo de alegría y emoción. Nubes de pensamientos y sueños brotan al imaginar lo grandioso de esta etapa, y el corazón no nos cabe de contento, pero pronto se desvanecen estos sueños y deseos, al hacerse presente el choque entre la cultura, las costumbres y la forma en que cada uno fue enseñado en casa. Uno y otro defenderán su crianza como la mejor y la más sabia. Añade a esto sus pecados y los tuyos, y eso se vuelve una olla de presión. Se pierde el tiempo en cosas desgastantes, necias y sin provecho.

Específicamente en nosotras, las mujeres, es evidente el deseo de dominar al varón, como consecuencia de la desobediencia. Lo vemos en Génesis 3:16: «Tu deseo será para tu marido». Nuestro impulso primario, ante toda circunstancia, es hacer lo que queremos o pensamos que es mejor, y en ese afán, erramos y somos mala influencia para nuestros esposos.

Pero ese nunca fue el plan de Dios para el matrimonio. Su plan es que cada uno, desde su posición y rol, sirva al otro con amor y glorifiquen a Dios con su conducta, mientras muestran el carácter y las virtudes de Cristo. Fuimos creadas para ser ayuda idónea, o sea, complemento ideal para crecer y caminar juntos en una misma dirección y en un mismo propósito. El rumbo a seguir es hacia Cristo, y con el firme entendimiento de mostrarlo a Él con nuestra unión. Cabe recordar la importancia de entender que el matrimonio es un pacto ante Dios, un compromiso de hacerlo todo como para el Señor y un lazo que nos une hasta la muerte (Mt. 19:6).

El consejo común que se escucha en el mundo ante un problema de pareja es: «no te dejes», «hazle lo mismo», «déjalo», «no lo perdones» y otros consejos malos que solo nos llevan a la frustración, el alejamiento y, muchas veces, a la triste separación. Entonces, ¿qué pasó? ¿No era el ferviente amor y deseo de compartir una vida juntos lo que nos había unido? Sucede esto, porque muchas veces, estamos escuchando más la voz de mentira, que la voz de la verdad de Dios en Su Palabra. ¡Aún como hijas de Dios!

En el mundo hay miles de voces que gritan y resuenan engaño y falsedad... voces que endulzan y adormecen la conciencia, y que solo son cadenas disfrazadas de libertad... voces que desvían la mirada de lo verdaderamente valioso, correcto y bueno del plan original de Dios. Un perfecto plan del que no debemos salir, sino, más bien, luchar por seguir en él, aunque duro sea el camino. El matrimonio es un medio de santificación, si lo podemos ver así para nosotras, que hemos sido redimidas por Cristo por pura gracia. Nuestro llamado como esposas es uno que refleja la hermosa unión de Cristo con Su amada iglesia.

Gálatas 2:20 dice: «Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí».

Es para Su gloria y excelencia que buscamos la obediencia, para eso recibimos el poder de Su Espíritu que produce en nosotras un deseo de ser fieles al Señor (2 Pe. 1:3b). El compromiso es vivir y servir, no solo como esposas, sino como hijas del Rey, haciéndolo ante Sus ojos con el gozo y alegría de saber que ningún trabajo o esfuerzo hecho para Cristo es en vano (1 Cor. 15:58).

Recordar y tener presente el alto costo que Jesús pagó por nosotras siendo inocente y justo, y mantener presente el evangelio, grabándolo en la mente y el corazón, es vital para lograr dar pasos en fe hacia adelante. Cristo venció todo pecado por nosotras, para que podamos servir de manera fiel a nuestro esposo, mostrando el carácter de Cristo. Este paso conlleva una intención propia y una rendición continua.

Es nuestra responsabilidad orar e ir a las Escrituras para saber la verdad sobre nuestro llamado como mujeres y nuestro rol como esposas. Conocer la Palabra del Señor traerá fe a nuestro corazón y nos revelará la forma de renunciar y ser libres de pecados y ataduras como el rencor, el enojo, la amargura, etc., pero también nos dejará ver el grande e inmenso amor, perdón y paciencia que Cristo nos ha mostrado para seguir Su ejemplo de obediencia, oración, sumisión y dependencia al Padre en todo (Tit. 2.11-14).

A lo largo de estos años casada, Dios me ha revelado pecados que ni sentía tener. Creía que solo era vanidosa e iracunda, pero en Su trato especial de amor por mí, abrió mis ojos para ver que también peco y lucho con el orgullo, la soberbia, la mentira, los celos amargos y contenciosos, y tantos más, que solo han sido estorbo para hacer lo que Dios me ha llamado a hacer.

El amor, la bondad y la misericordia del Señor son tan únicas e inmensas, que nunca nos deja donde nos encontró (Flp.1:6). Ahora somos parte del plan eterno del Señor y eso nos lleva a un plano supremo, sumamente mayor, excelso y mejor (Col. 1:10-14). El motivo real de por qué hacemos lo que hacemos es la gloria de Cristo. Es hacer notorio, por el poder de Su Espíritu, que hay una nueva naturaleza que nos gobierna. El móvil de aquí en adelante para servir y tratar a nuestro esposo, no será si puedo, si quiero, si me gusta, si lo entiendo, etc. ¡El móvil será Cristo en todo! Sirviendo a mi esposo con humildad, viendo el ejemplo que Jesús nos dio en Lucas 22:27. Y tratando a mi esposo, con el mismo trato de amor, paciencia, misericordia, perdón, fidelidad y ayuda que recibo de Cristo (1 Cor. 13:1-8a).

Cristo sufrió la cruz por el gozo de saber que pagaba nuestros pecados. Por Él recibimos vida y oportunidad de ir al Padre y habitar eternamente con Él (Heb.12:12). ¿No es esto grandioso, hermoso y digno? Solo esto debe motivarnos a hacer las cosas con una mentalidad diferente a lo común (Ro. 12:1-2).

Dice en 2 Pedro 3:18 que crezcamos en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Por consiguiente, si Jesús es nuestro Señor y Su Espíritu habita en nosotras, somos aptas para obedecer. Y si Jesús es nuestro Salvador, la gratitud nos dará el impulso para buscar agradarle en todo.

Dicho todo esto, mi oración y deseo por ti y por mí, es que cada una, como esposas, sirvamos en debilidad y en dependencia del Espíritu, orando en todo tiempo para ser fieles a Cristo en cada paso, día con día, sirviéndoles con alegría. Pidamos sabiduría al Señor para ser mujeres de aliento a nuestro marido, hablando palabras correctas, suaves, amables, con rostros que reflejan un corazón gozoso y alegre. Dejemos la dureza, la amargura, el enfado, los celos, la contención y los pleitos sin razón, y vivamos en esperanza, con paz, llevando nuestra ansiedad y lucha a Cristo, descansando en Su voluntad, propósitos y soberanía. Seamos luz y bendición a nuestro esposo, respetando el precioso lugar que Dios le ha dado como cabeza, y con sumisión voluntaria a Cristo, dejémonos guiar. Disfrutemos de ser ayuda idónea, no hablemos mal de nuestro esposo con otros. 

Dejemos la queja, la burla y la crítica, y mejor estimulemos a nuestro esposo a lo bueno, lo recto, siendo ayuda y soporte para que él también dé buenas cuentas ante Dios. Resaltemos las virtudes que Dios le ha dado y seamos buen ejemplo a nuestras hijas y a otras mujeres sobre lo bello del matrimonio. 

Y no olvidemos que no podremos hacer nada si no estamos pegadas a la vid verdadera. Para perseverar y caminar como verdaderas cristianas, debemos andar en el Espíritu para dar sus frutos (Gal. 5:22).

Mira en Isaías 54:5 por qué debemos movernos así: «Porque tu Esposo es tu Hacedor, el Señor de los Ejércitos es Su Nombre, y tu Redentor es el Santo de Israel, que se llama Dios de toda la tierra». Roguemos por una vida de santidad, pureza, entrega y virtud; una vida digna de Su llamado (Ef. 4:1).

Dios nos provee gracia abundante para toda labor. En el Salmo 121:3 nos dice que nuestro socorro viene de Jehová. Habrá muchas diferencias en el camino; así que, cuando sientas que es difícil, mira la cruz, recuerda el costo de tu salvación. Recordemos que donde ningún hombre ve, Dios todo lo ve. Veamos dos ejemplos que Dios nos dejó en Su Palabra de mujeres con características dignas de imitar como esposas:

  • Abigail - una mujer inteligente y de buen entendimiento (1 Sam. 25:3) permaneció junto a Nabal, aun cuando se dice en la Palabra que él era un hombre áspero e insensato (1 Sam. 25:25).

En su libro, «La Esposa Excelente», Martha Peace nos dice que nuestro esposo es una autoridad que Dios nos da como protección. Dios quiere que sepamos que Él planeó para nosotras este lugar de ayuda idónea como un ministerio (Gn. 2:18). Dios creó este lugar con propósito y para ser esposas gozosas y completas en Cristo. Nuestro enfoque como esposas cristianas debe estar en Dios y no en nosotras mismas.

Seamos mujeres como María, atentas y aprendiendo a los pies del Maestro (Lc. 10:39). Cristo lo vale todo, Él es nuestra fuerza, y debe ser nuestra expresión y deseo máximo en todo. Así que, como esposas, sirvamos a nuestro cónyuge en amor por Cristo, con esperanza, y estimando todas las cosas como pérdida en vista del incomparable valor de conocer a Cristo, nuestro Señor (Flp. 3:8).

¿Por qué no renuevas votos ante Dios e invitas a tu esposo a escuchar el bello canto «Misterio» de Jonathan y Sarah Jerez?

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