Deja un legado

Tengo la oportunidad de estar cerca de mujeres jóvenes en sus veintitantos años. He podido escuchar lo que hay en su corazón cuando habla su boca. Y mientras las escucho, oro al Espíritu Santo y trato, con toda ecuanimidad, de que mis ojos no se abran demasiado ni mis cejas delaten mis emociones al comprobar que, en la ecuación de sus vidas, Dios no está incluido, y más triste aún, el tema de la feminidad bíblica luce como una ridiculez. 

Feministas declaradas, pro aborto y sin afecto a temas domésticos, como muchas mujeres jóvenes de hoy, que, a pesar de un carácter calmado, defienden con pasión esas ideas. Una de ellas, respetuosa, de vez en vez abre el espacio para conversar sobre el tema de la feminidad bíblica y del mundo, hasta que con su vocecita dulce me dice: «No estoy de acuerdo y no quiero pelear contigo. Allá tú con lo que crees».

Como dice Pedro, debo presentar con mansedumbre la razón de la Esperanza que hay en mí (1 Pe. 3:15). Así que me aguanto la lagrimita por salir, nos abrazamos desde nuestras posiciones, y yo oro todos los días para que esos corazones sean ganados por el Señor Jesucristo algún día y conforme a Su voluntad. 

Sin embargo, esto que te cuento es una dolorosa llamada de atención a mi vida y a la de muchas madres, tías o amigas. Las preguntas llegan: ¿he ejercido mi feminidad con gozo? ¿La he vivido como algo deseable o detestable? ¿Qué tanto territorio en la vida de las mujeres jóvenes he descuidado por atender otras cosas, otras personas? ¿Cómo se ha endurecido tanto su corazón? ¿En qué momento se deslizaron sus almas ahí? ¿He mostrado a Cristo modelado Su amor?

Las respuestas que el Señor me ha permitido ver han sido abrumadoras. Estas jóvenes mujeres ya no son menores de edad que están bajo mi total tutela, y ellas, como todo ser humano, tienen una responsabilidad personal con el evangelio que sí han escuchado. Sé que el poder de Cristo y del Santo Espíritu de Dios es total y soberano en la vida de cada una; y que, como nos dice Romanos 9:16: «Así que no depende del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia». Aunque mi ejemplo haya sido el peor, aun así, la Palabra hace su trabajo. 

Sin embargo, no pueden amar lo que no conocen. No aman la feminidad bíblica porque no aman al Dios Creador que hizo un modelo perfecto para la mujer. 

«¿Pero cómo pueden ellos invocarlo para que los salve si no creen en él? ¿Y cómo pueden creer en él si nunca han oído de él? ¿Y cómo pueden oír de él a menos que alguien se lo diga?». -Romanos 10:14 (NTV)

De nuevo, entiendo que hay una responsabilidad de quien escucha, pero, también entiendo que las mujeres cristianas ancianas (de edad cronológica o por crecimiento espiritual) tenemos que hablar y vivir a Cristo con las mujeres jóvenes, hablarles del honor que significa ser mujer, una mujer de Dios. 

Lo que ellas encuentran en el mundo es que el único camino posible para las mujeres es luchar por el poder, por defenderse, por ser respetadas. No sé en tu país, pero en el mío, en México, 10 mujeres son asesinadas por día. ¡Diez! La violencia y el nivel de agresión son inéditos.

Ante esto, muchas mujeres, las jóvenes sobre todo, han optado por el camino del feminismo como defensa, sin saber ni haberse permitido experimentar la libertad que hay en vivir como una mujer de Dios. La realidad abruma y duele porque la violencia es real. Los abusos no son un invento. El número de niñas, jovencitas y mujeres asesinadas, no es fantasía. Es una horrible cotidianidad. Pero, ¿será el feminismo la respuesta adecuada que solucionará estos problemas? ¿El camino de la ansiada libertad femenina?

Por supuesto que no. Sin embargo, en estos tiempos peligrosos en los que nos ha tocado vivir, ser una mujer que conoce, ama y ejerce la feminidad bíblica, no es el tema más popular ni aceptado. 

¿Por qué? Quizá nosotras, empezando conmigo, le hemos hecho «mala publicidad» a esa feminidad que es plena, gozosa y totalmente disfrutable. La feminidad que se respalda con las verdades de toda la Biblia para nuestra vida. Necesitamos saberlas, repasarlas, abrazarlas y compartirlas. Casadas, solteras, divorciadas, viudas, jóvenes, maduras, ancianas, mujeres todas, Dios habla en Su palabra del misterio y honor que es adorarle a Él, a Cristo Jesús, con«la belleza interior, la que no se desvanece, la belleza de un espíritu tierno y sereno, que es tan precioso a los ojos de Dios» (1 Pedro 3:4 NTV). 

Hay gozo en hacerlo. ¿Pero lo demuestro? ¿O me vivo quejando de lo difícil que es todo el tema para las mujeres?

El auge feminista que hoy vivimos no es un desliz en la soberanía del sabio Dios. Sin embargo, creo que, en efecto y comenzando conmigo, no hemos sido buenas muestra de esa gloriosa feminidad. Quizá no tuvimos ejemplos a seguir, quizá por mucho tiempo hemos abrazado nuestra propia defensa ante el mundo sin recordar que Abogado tenemos en Cristo, y que ser mujer (sin menospreciar el dolor que esto ha involucrado) va más allá de marchas y pañoletas. 

Pero es tiempo de dejar el discurso, y con la palabra de Dios en nuestra mente hacer deseable esa feminidad bíblica a las generaciones que nos siguen. Luchar con el feminismo no es sencillo, pero sé que mi Señor Jesús sufrió más que yo, y que Sus palabras siempre fueron sazonadas con el evangelio. Él me ha dado Su Espíritu de amor, poder y dominio propio, y Su santa Palabra.

Sé que en un tiempo glorioso, recién convertida, algunas mujeres se tomaron horas, minutos y días para invertir en mi vida; para mostrarme e iniciarme en el glorioso evangelio de la gracia de Jesús. Tuvieron paciencia para explicarme y corregir mis errores, y aún más, para enseñarme a depender del Espíritu Santo de Dios, antes que de cualquier otra persona o cosa. 

Es tiempo de replicar eso. 

Es Su Espíritu que, con las verdades de Cristo, salva y lava nuestras vidas impregnadas de orgullo y feminismo, y va cambiando ese corazón rudo y áspero que se niega a servir a otros en casa, por la preciosa adoración que resulta al vivir el diseño de Dios para la mujer; y así, contarlo a otras. 

Debemos orar sin cesar al Espíritu para que abra las mentes reacias a esta nueva vida y puedan comprobar la maravillosa presencia de Dios en cada acto de sus vidas. En el matrimonio, en la maternidad y en el servicio a la iglesia, debemos saber y agradecer que somos canales de la gracia recibida y que debemos dejarla fluir para la gloria de Su Nombre. 

El panorama hoy puede lucir desesperanzador y ridículo para quien no conoce la Palabra, ni la locura de la cruz. Pero gloria y alabanza a Jesús, que por Su amor ha cambiado tantas historias, tantas familias, tantas generaciones de mujeres que han comprobado que la mejor cosa para elegir no es una fabulosa vida de apariencias y espejos, sino la quietud de la presencia de Dios, a Sus pies. 

Es de Él de donde tomamos gracia sobre gracia. Y no la podemos retener. Que el Santo Espíritu que levantó a Cristo de los muertos, abra nuestras bocas para hablar y contar a otras mujeres del Rey que nos ha llevado a la casa del banquete, y que ha puesto en nosotras la bandera de Su amor. 

Contemos de Cristo. Gocemos Su favor y diseño. Compartamos a otras, y dejemos un hermoso legado, para que la Palabra de Dios no sea blasfemada. 

Nuestro llamado como mujeres es santo. Podemos detenernos un momento y pensar en cómo ha sido nuestra feminidad hasta hoy o cómo fue heredada esa feminidad en nosotras. El resultado de estas preguntas no es para atormentar a nadie, sino apuntar al Único que puede sostener nuestra alma cuando hemos fallado miserablemente.

Tenemos que ser la mujer que pasa la antorcha del mensaje de ánimo a otras chicas y mujeres: hay gozo en vivir como una mujer de Dios. Una mujer altamente estimada y valiosa, como si fuera ella misma una joya.

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Sobre el autor

Claudia Sosa

Claudia Sosa es mexicana, de la ciudad de Mérida, para ser más especifica. Nacida de nuevo, por gracia de Dios, en Enero de 2009. Casada con Rubén, su novio de toda la vida, desde hace casi 28 años. ¡Matrimonio rescatado … leer más …


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