Donde no hay latido, hay esperanza eterna

El Día de las Madres es un día agridulce para mí. Me gozo celebrando a mi mamá, celebrando la bendición que significa ser madre, pero también es un recordatorio de una realidad que no puedo ignorar: he perdido dos bebés. Me recuerda que soy madre, pero que no puedo ver a mis hijos crecer, desarrollarse, hacer travesuras, aplaudir sus logros, ni llorar con ellos sus desilusiones.

Quizá, al leer esto, puedas notar algo en mi discurso. Sí, cuando me centro únicamente en lo que me falta, en lo que no sucedió, me vuelvo una víctima de mi realidad. El dolor es real, y la tristeza es profunda, pero hoy quiero compartir contigo una palabra de esperanza y paz, no solo para las mujeres que han perdido embarazos, sino también para aquellas que, por más que lo intenten, no han logrado concebir. Quiero contarte cómo, a través de mi experiencia, el Señor me dio consuelo, y esa paz no es exclusiva; es para ti también.

El camino que Dios recorría en mi corazón

Honestamente, antes de ser madre, no quería hijos. Pensaba que los niños solo estorbaban, que no me dejarían brillar, que me quitarían mi libertad. ¿No es irónico? Dios trató con mi corazón durante años, moldeándome y transformándome. Y, después de un año de intentarlo, ¡por fin lo logré!

Recuerdo el momento en que el ginecólogo confirmó el embarazo. El ultrasonido mostró un bebé en mi vientre, y mis sueños comenzaron a florecer. Ya pensaba en la cuna, en el cuarto que iba a decorar, en los días que pasaría esperando a conocer a ese pequeño, pero solo quince días después, la tragedia me golpeó. El ultrasonido no mostró latidos.

El dolor físico fue indescriptible, pero lo que realmente quebró mi corazón fue el vacío de no poder ver a ese bebé crecer. El proceso médico fue tan difícil y, entre el dolor físico y el emocional, solo pude dejar que las lágrimas corrieran.

El dolor y la respuesta de Dios

Las horas siguientes me encontré luchando con una sola pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué me diste el deseo de ser madre después de no quererlo? ¿Por qué me permitiste embarazarme si luego lo iba a perder? ¿Por qué tuve que pasar por esto?.

Fue en ese momento de lucha, cuando Dios trajo a mi mente un versículo que cambió mi perspectiva, Salmo 139:13-16:

«Porque Tú formaste mis entrañas; me hiciste en el seno de mi madre. Te daré gracias, porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho; maravillosas son Tus obras, y mi alma lo sabe muy bien. No estaba oculto de Ti mi cuerpo, cuando en secreto fui formado, y entretejido en las profundidades de la tierra. Tus ojos vieron mi embrión, y en Tu libro se escribieron todos los días que me fueron dados, cuando no existía ni uno solo de ellos».

 Lo leí con mucho esfuerzo, pero lo entendí claramente: 

  • Dios formó a ese bebé en mi ser.
  • Dios conocía a ese bebé, aunque yo no lo conocí.
  • Dios ya había escrito el fin de sus días en Su libro.

El Señor me habló sobre Su soberanía, y fue a través de esa comprensión que pude encontrar consuelo y sanidad. Al poner mi mirada en Él y no en mi dolor, comencé a encontrar la paz que solo Él puede ofrecer.

El propósito en medio del dolor

Después de perder al primer bebé, pensé que no pasaría por lo mismo de nuevo, pero la historia se repitió, esta vez empezó con un leve síntoma y se convirtió en algo más grave… sorprendentemente, Dios ya había estado trabajando en mi corazón durante años. A pesar de la tristeza, hubo algo diferente esta vez, pude ver cómo Dios se movía en medio del dolor. Fui capaz de reconocer las bendiciones que ya había recibido: mi esposo, mis mascotas, mi casa. Agradecí la bondad de Dios, incluso sabiendo que estaba perdiendo otro bebé.

En ese momento ya no preguntaba «¿por qué?», sino «¿para qué?». Y las respuestas empezaron a llegar: 

  • Para mostrar a otros la paz y la esperanza que solo hay en Jesús.
  • Para confiar en Su soberanía y en Su control absoluto sobre cada detalle.
  • Para llorar con los que lloran y amar mejor a quienes sufren como yo.
  • Para exaltar a Dios y no a mí misma.
  • Para rendir mi voluntad a Su voluntad.

Elegir confiar en Él no significa que el dolor desaparezca, pero significa que podemos vivir con la paz que sobrepasa todo entendimiento (Flp. 4:7). Puedes elegir estar fuerte porque estás refugiada en Él, o puedes sentirte vacía y enojada, caminando sola en tu dolor.

Esperanza de la eternidad

Hoy sé que algún día conoceré a esos dos bebés. Aunque no pueda abrazarlos aquí en la tierra, soy madre de dos hijos que no puedo ver (están en mejores brazos que los míos), pero soy hija de un Dios que es capaz de hacer lo imposible. Él me hace plena, completa y satisfecha en Él, no en mis circunstancias.

La pérdida de mis bebés ha dejado huellas profundas, pero también ha sido un proceso de transformación. En mi dolor, descubrí un Dios cercano (Sal. 34:18-20), un Dios que no solo permite que pasemos por pruebas, sino que está con nosotros en cada paso, dándonos la fuerza para soportarlas (1 Co. 10:13). Y más aún, a través de esas pruebas, Él nos invita a mirar más allá de lo visible (2 Co. 4:18), a ver la vida y las circunstancias a través de Su soberanía.

Quizá hoy te encuentres en medio de tu propio desierto, luchando con pérdidas o frustraciones que parecen no tener sentido. Te invito a detenerte por un momento y reflexionar: ¿Te atreves a poner tu confianza en un Dios que tiene un propósito aun en medio del dolor? No siempre entenderemos todo lo que pasa a nuestro alrededor, pero podemos confiar en que Él tiene el control de nuestras vidas, y Él nos dará la paz y esperanza que necesitamos.

La pregunta ya no es ¿por qué? sino ¿para qué? Y es en ese para qué dónde encontramos el propósito divino, en el cual podemos descansar y confiar. No estamos solas en nuestras pérdidas ni en nuestras luchas. Dios es fiel, y en Su soberanía, podemos encontrar consuelo, propósito y una esperanza que trasciende cualquier circunstancia.

Hoy, te pregunto: ¿qué eliges? ¿Te quedas en el dolor o decides caminar en la paz que solo Él puede dar? Aunque no tengamos todas las respuestas, podemos encontrar consuelo al saber que nuestra historia está en Sus manos, y Él es un Dios de redención, de esperanza y de vida eterna.

Te invito a que a pesar de tus circunstancias hagas tuya la oración de Ana:

«Mi corazón se regocija en el Señor, mi fortalezaen el Señor se exalta; mi boca habla sin temor contra mis enemigos, por cuanto me regocijo en Tu salvación. No hay santo como el Señor; en verdad, no hay otro fuera de Ti, ni hay roca como nuestro Dios». -1 Samuel 2:1-2

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Sobre el autor

Valeria Arredondo

Valeria Arredondo originaria de la Ciudad de México, es licenciada en Derecho y tiene un Certificado Avanzado de estudios ministeriales por South Western Baptist Theological Seminary, actualmente ha comenzado el proceso de certificación de Consejería Bíblica por ACBC; tiene una … leer más …


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