El dolor de ser padres y la esperanza del evangelio

Es comprensible sentir vergüenza, enojo o sentirnos traicionadas cuando nuestros hijos adultos nos decepcionan o nos humillan. Jesús sabe cómo se siente la traición y la humillación, Él sufrió esas cosas por nuestro bien cuando éramos pecadores no arrepentidos (Ro. 5:8), pero no fue una voz airada la que movió nuestros corazones a la convicción, fue Su amor. Cristo nos perdonó mucho y pagó un gran precio, saber esto puede ayudarnos a responder de forma reflexiva en lugar de reactiva cuando vemos pecar a nuestros hijos.

Considera cuán profundamente agraviado y humillado fue tu Salvador por tu bien. Jesús entendió lo que era soportar daños, abandono, traición y malentendidos por parte de Su familia y amigos, sin embargo, Él no contuvo Su amor basado en Su comportamiento diciendo: «Esto es demasiado. Se acabó». Su ejemplo debe influir en la manera en que nos relacionamos con nuestros hijos, recordar el costo de tu salvación puede que no transforme a tu hijo, pero sí puede transformarte a ti.

¿Estás dispuesta a soportar humillación por el bienestar de tu hijo, incluso si es impío? ¿Estás dispuesta a sufrir injusticias por el bien de alguien a quien amas? ¿No es eso lo que Cristo hizo por nosotras? Lucas 15 cuenta la historia de un padre cuyos hijos adultos lo agraviaron y humillaron. Este buen y amoroso padre sufrió por hijos que no lo amaban. Debería ser reconfortante para los padres saber que las luchas con los hijos no necesariamente son el resultado de una mala crianza.

Gracia sublime

Cuando Dios nos confronta con nuestro pecado, lo hace con amor. Es hablar verdad con amor, no con vergüenza, lo que nos lleva al arrepentimiento. Como dice Romanos 2:4: «¿O tienes en poco las riquezas de Su bondad y tolerancia y paciencia, ignorando que la bondad de Dios te guía al arrepentimiento?». 

He escuchado a adultos jóvenes con el corazón roto y angustiados, cuyos padres claramente les habían comunicado la ira de Dios (lo llamaban «hacerlos responsables»), pero no expresaron el amor incondicional e inmenso de Dios. Esta omisión puede deberse a que sus padres nunca habían experimentado plenamente el amor de Dios por ellos mismos, o tal vez su propia ira los consumió. No solo sienten que no pueden regresar a casa, sino que tampoco creen que Dios los ame. La verdad sin amor es un veneno que afectará a esos jóvenes corazones y cuando esto sucede, el cielo llora. Si enseñamos apasionadamente la verdad a nuestros hijos, necesitamos que esa verdad sea, ante todo, que Dios salva a los pecadores porque los ama. Ellos pueden citar capítulos y versículos sobre la ira de Dios, Satanás se ha asegurado de eso.

En la parábola de Jesús, Él se enfocó en el amor sin ignorar el pecado:

«Y el hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus siervos: “Pronto; traigan la mejor ropa y vístanlo; pónganle un anillo en su mano y sandalias en los pies. Traigan el becerro engordado, mátenlo, y comamos y regocijémonos; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado”. Y comenzaron a regocijarse». -Lucas 15:21-24 

El amor del padre deshizo el plan del hijo menor. Abandonó la idea de ser un sirviente y enfrentó las consecuencias que su amoroso padre dispuso. ¡Y su padre dispuso una gloriosa celebración!

Gracia exasperante

Aunque un hijo se rindió, este padre aún tenía otro hijo al que enfrentar. ¿No es esa a veces la manera de ser padres? La parábola dice:

«Su hijo mayor estaba en el campo, y cuando vino y se acercó a la casa, oyó música y danzas. Llamando a uno de los criados, le preguntó qué era todo aquello. Y él le dijo: “Tu hermano ha venido, y tu padre ha matado el becerro engordado, porque lo ha recibido sano y salvo”. Entonces él se enojó y no quería entrar. Salió su padre y le rogaba que entrara». -Lucas 15:25-28

Nos encanta hablar sobre la gracia, cuánto la amamos, la necesitamos y especialmente cuando la recibimos, pero cuando se nos llama a extenderla, esa es otra historia. La gracia no siempre se siente bien, a veces es francamente exasperante. Es más que suficiente para irritar a un fariseo. Por segunda vez en ese mismo día, el padre soportó la humillación de lidiar con el vergonzoso comportamiento de un hijo. Esta vez, fue el hijo mayor.

Los invitados del padre habrían visto el berrinche de ese hijo adulto fuera de casa como un grave insulto hacia su padre. El padre tenía todo el derecho de disciplinarlo severamente, pero esto habría profundizado la división entre ellos; podría haber ignorado el comportamiento de su hijo y esperar para tratar con él hasta que se fueran sus invitados, pero esto habría permitido que su hijo mayor se tomara más libertades.

En lugar de eso, el padre dejó a sus invitados y de manera pública suplicó tiernamente a su hijo por una verdadera restauración. El hijo mayor profesaba ser el mejor hijo, después de todo, había cumplido la ley y quería su recompensa; era incapaz de ver cuánto tenía en común con su hermano menor.

El hijo mayor expuso su caso al padre: «Pero él le dijo al padre: “Mira, por tantos años te he servido y nunca he desobedecido ninguna orden tuya, y sin embargo, nunca me has dado un cabrito para regocijarme con mis amigos;pero cuando vino este hijo tuyo, que ha consumido tus bienes con rameras, mataste para él el becerro engordado”» (Lc. 15:29-30). 

«Te he servido y nunca he desobedecido ninguna orden tuya» ¿De verdad? ¿Nunca? Esto nos recuerda al joven rico que le dijo a Jesús: «Todo esto lo he guardado desde mi juventud» (Lc. 18:21). Aunque el hijo mayor lograra una obediencia perfecta en casa, falló en su deber con la familia. Tenía la responsabilidad de encontrar al hijo menor y traerlo de vuelta a casa.1

Así que la afirmación de lealtad del hijo mayor era falsa. Ni siquiera se dirigió a su padre por su nombre, también se refirió a su hermano como «este hijo tuyo», eso no suena a lealtad. Para el hijo mayor, cumplir con su deber significaba llevar un registro de los pecados que no cometió, y no consideró las obligaciones proactivas que le debía a su padre porque esas acciones requerían amor. No fue fiel porque no amó. «Nunca me has dado un cabrito para regocijarme con mis amigos», da a entender que el padre no le dio nada, jamás. En realidad, el padre había dividido la herencia cuando el hijo menor se fue, y el hijo mayor también recibió su parte (Lc. 15:12).

Cuando los pecados de aquellos a quienes amamos (como un hijo adulto) nos hacen enojar, y es comprensible, debemos reconocer nuestra necesidad de un Salvador en lugar de señalar un falso registro de perfección sin pecado. De lo contrario, podemos parecernos más al hijo mayor de lo que nos damos cuenta. La respuesta de Jesús ante esta actitud es: «Hijo mío, tú siempre has estado conmigo, y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este, tu hermano, estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado» (Lc. 15:31-32).

Gracia que capacita

Este padre absorbió un dolor y sufrimiento tremendos para amar a estos dos hombres, sus hijos, durante años. Si alguna vez has acompañado a alguien a través del sufrimiento, esta pregunta surge inevitablemente: ¿Cómo lo soportas? Días después de que mi esposo falleciera, coloqué 2 Corintios 12:9 en la pared de mi dormitorio, para verlo cada mañana: «Y Él me ha dicho: “Te basta Mi gracia, pues Mi poder se perfecciona en la debilidad”. Por tanto, con muchísimo gusto me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí». Este versículo fue mi recordatorio para levantarme de la cama (porque algunos días no tenía ganas). Al leer este versículo día tras día, me di cuenta de que la gracia no solo era por la salvación inmerecida, la gracia también era un poder inmerecido, dado por Dios, para permitirme soportar el sufrimiento.

Si tienes el corazón roto por tu relación con tu hijo, los errores que has cometido o palabras de las que no te puedes retractar, recuerda la cruz, recuerda que tres días después de esa muerte tan atroz, nuestro Salvador resucitó de entre los muertos para salvarte y seguir salvándote. Puedes acercarte valientemente al trono de Aquel que soportó nuestra vergüenza; Él entiende cada dolor y sufrimiento por el que has atravesado y cada lágrima que has derramado. Imagina a Él como ese padre, que, cuando te ve a lo lejos, corre hacia ti. Él te equipará no solo para pelear tus batallas, sino también para prosperar en ellas.

«Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino Uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado. Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna». -Hebreos 4:15-16

Este artículo se ha adaptado de Loving Your Adult Children: The Heartache of Parenting and the Hope of the Gospel por Gaye Clark (© 2024). Publicado por Crossway. Usado con permiso.

1 Kenneth E. Bailey, The Cross and the Prodigal: Luke 15 through the Eyes of Middle Eastern Peasants (Downers Grove, IL: Inter-Varsity Press, 2005), 45.

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Sobre el autor

Gaye Clark

Gaye Clark trabaja como enfermera cardíaca en Augusta, Georgia, es corresponsal a tiempo parcial de la revista WORLD y directora de iniciativas femeninas de Servants of Grace. También es voluntaria en iCare, una organización cristiana que provee ayuda para víctimas … leer más …


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