
Cuerpo completo de la obra: la encarnación de Cristo
Débora: Nancy DeMoss Wolgemuth te invita a sorprenderte.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Hoy veremos, a lo que un teólogo se refiere como: «el milagro más sorprendente de toda la Biblia: mucho más sorprendente que la resurrección y más sorprendente aún que la creación del universo».
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora de «Incomparable», en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 10 de marzo de 2025.
Continuamos junto a Nancy la serie que inicio la semana pasada titulada «Incomparable». Si te perdiste alguno de esos episodios, puedes encontrarlos todos en la aplicación de Aviva Nuestros Corazones o en AvivaNuestrosCorazones.com. Hoy, Nancy nos va a contar sobre el milagro más asombroso de toda la Biblia.
Nancy: Bueno, ¿y de qué se trata todo esto? Permítanme pedirles que abran sus Biblias en el Evangelio de Juan, capítulo 1. Quiero leer dos versículos de este …
Débora: Nancy DeMoss Wolgemuth te invita a sorprenderte.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Hoy veremos, a lo que un teólogo se refiere como: «el milagro más sorprendente de toda la Biblia: mucho más sorprendente que la resurrección y más sorprendente aún que la creación del universo».
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora de «Incomparable», en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 10 de marzo de 2025.
Continuamos junto a Nancy la serie que inicio la semana pasada titulada «Incomparable». Si te perdiste alguno de esos episodios, puedes encontrarlos todos en la aplicación de Aviva Nuestros Corazones o en AvivaNuestrosCorazones.com. Hoy, Nancy nos va a contar sobre el milagro más asombroso de toda la Biblia.
Nancy: Bueno, ¿y de qué se trata todo esto? Permítanme pedirles que abran sus Biblias en el Evangelio de Juan, capítulo 1. Quiero leer dos versículos de este capítulo, el versículo 1 y luego el versículo 14.
Juan capítulo 1, versículo 1: «En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios».
Luego el versículo 14: «El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad».
Ahora, como saben, estamos dedicando varias semanas previas a la Semana de la Pasión, a la Semana Santa, lo que se conoce como la Pascua, durante lo que algunos llamarían la temporada de Cuaresma, para reflexionar sobre Cristo y para considerar Su Persona.
Hoy aprenderemos sobre la encarnación de Cristo, lo que un teólogo llamó «el milagro más asombroso de toda la Biblia».¹
La palabra encarnar proviene del término latino que significa «hacerse carne, convertirse en carne». Ahora, como tal, la palabra encarnación, no se encuentra en la Biblia, pero es un término que ha sido acuñado para describir el hecho de que Jesús era Dios en carne humana, la encarnación, cuando la Palabra, Dios, se hizo carne.
Y es ese momento de la historia en el que el Hijo de Dios fue concebido milagrosamente en el vientre de una virgen. No intentes entender eso, porque no puedes. Pero tienes que creerlo. Es cierto. Él fue concebido en el vientre de una virgen. Se hizo hombre y asumió, adoptó, la naturaleza humana.
En su libro llamado Teología Sistemática, Wayne Grudem dice:
«El hecho de que el infinito, omnipotente y eterno Hijo de Dios pudiera hacerse hombre y adoptara la naturaleza humana… seguirá siendo por la eternidad el milagro más profundo y el misterio más profundo de todo el universo».²
Cuando era niña, mis padres conocieron a un hombre llamado James Irwin, uno de los astronautas estadounidenses que fue a la luna. Ya él está con el Señor, pero a su regreso a la tierra después de caminar sobre la luna, Irwin dijo: «El logro más significativo de nuestra época no es que el hombre estuvo en la luna, sino que Dios en Cristo estuvo sobre esta tierra».
Esta es otra manera en que Cristo es incomparable, y en cada una de estas sesiones durante estas semanas, estamos viendo a Cristo y afirmando: «¿Por qué es único? ¿Qué lo hace incomparable?».
Cuando se trata de Su encarnación, de hacerse carne, tenemos que estar de acuerdo en que no hay nadie como Él en todo el universo, ni en el pasado, ni en el presente, ni en el futuro. La encarnación es lo que celebramos… ¿en qué época del año? En Navidad. Muchos de nuestros villancicos reflejan este misterio, este milagro, esta cosa asombrosa de que Dios se hiciera hombre.
Cantamos «¡Oíd un son en alta esfera!». Una de las estrofas de este villancico de Charles Wesley habla de la encarnación, y dice:
El Señor de los señores,
El ungido celestial,
Por salvar los pecadores
Vino (bajo al seno virginal) en forma corporal.
Dios tomando forma de carne. Él se agradó de habitar entre nosotros en carne humana. Él vino a habitar con nosotros. Cristo, nuestro Emmanuel.
Y así, mientras contemplamos la encarnación, vemos la majestad, el poder y la grandeza de Cristo, quien nació de una virgen; eso es milagroso. Ningún ser humano podría nacer así. Él es Dios.
Vemos Su poder y Su grandeza. Pero también vemos Su mansedumbre, Su humildad y Su amor cuando se despojó a Sí mismo, como dice Filipenses 2:6-7. Él vino a esta tierra para convertirse en uno de nosotros, para tomar forma de hombre. Así que vemos Su grandeza, Su exaltación y vemos Su humillación, todo en la encarnación de Cristo.
Ahora que tienes tu Biblia abierta en Juan capítulo 1, mira nuevamente el versículo 1: «En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios». Esto nos resulta incomprensible.
- Porque Cristo es infinito; nosotros somos finitos.
- Él es santo; nosotros somos pecadores.
- Él tiene una comunión pura e ininterrumpida con Dios; nosotros estamos alejadas, somos enemigas de Dios debido a nuestro pecado.
Pero Dios, en la eternidad pasada (porque este Verbo estaba con Dios y el Verbo que era Dios) diseñó un plan a través del Verbo, Jesucristo, para reconciliarnos consigo mismo.
Y así es cuando llegamos al versículo 14: «El Verbo [Cristo Jesús] se hizo carne y habitó entre nosotros».
Dejó los palacios, los palacios de marfil, la gloria, el esplendor, las riquezas del cielo. Dejó esa asombrosa presencia de Dios y descendió a esta tierra. Atravesó la barrera del tiempo, atravesó la barrera de la geografía. Vino a esta tierra. Se hizo carne y habitó entre nosotros. Entre nosotros, los seres humanos.
Esa palabra «morar» es una palabra que podría traducirse, «tabernaculizó», «Él plantó Su tienda» aquí abajo entre la humanidad.
- Lo infinito se volvió finito.
- Lo inmortal se volvió mortal.
- El Creador se convirtió en una de Sus criaturas.
Vino a vivir donde vivimos nosotros. Él plantó Su tienda entre nosotros. Él acampó aquí en la tierra durante treinta y tres años.
Matthew Henry, el gran comentarista de la antigüedad, dijo: «El Padre eterno se hizo hijo del tiempo… El Anciano de días se convirtió en un niño por un lapso de tiempo»³. ¡Eso es asombroso!
Filipenses capítulo 2 nos dice que: «El cual [Jesús] aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse». Él no se aferró a sus derechos como Dios, sino que «… se despojó a Sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres» (Fil. 2:6-7).
Él se despojó a sí mismo en la encarnación. Cuando Dios tomó forma de hombre, se despojó a Sí mismo. No dejando de lado Sus atributos divinos, pues Él seguía siendo Dios, sino asumiendo nuestra humanidad y restringiendo voluntariamente el uso de esos atributos divinos.
En la encarnación, al hacerse hombre, Él asumió nuestras debilidades humanas, nuestras flaquezas, nuestras limitaciones. Solo piensa en eso por un momento. Por cierto, ha sido un placer para mí tener en esta serie muchísimo tiempo para reflexionar sobre estas asombrosas realidades. Pero piensa en esto:
- Aquel que nunca duerme, se cansó, como un hombre.
- El Creador de los océanos [de todos los cuerpos de agua de la tierra] tuvo sed.
- Aquel que alimentó a su pueblo con maná en el desierto, tuvo hambre.
- Aquel que colgó las estrellas en el firmamento durmió bajo las estrellas.
- Aquel que habitaba los palacios de marfil del cielo nació en un establo prestado.
- El Dios omnisciente tuvo que aprender a hablar y caminar como niño, como bebé, como infante, como ser humano.
- La eterna Palabra de Dios tuvo que aprender a leer.
- El Ayudador de su pueblo se volvió indefenso y dependiente.
- El amado Hijo de Dios se convirtió en el rechazado Hijo del Hombre.
- Aquel que creó a los ángeles, hizo que los ángeles vinieran en Su ayuda cuando fue tentado en el desierto, y nuevamente en Getsemaní.
¿Y por qué lo hizo? ¿Por qué hizo todo esto? Lo hizo para llevarnos a Dios. Éramos rebeldes. Estábamos separadas de Dios por nuestro pecado. Estábamos bajo Su ira. Estábamos sujetas al justo juicio de Dios sobre los pecadores.
1 Timoteo nos dice: «Cristo Jesús vino al mundo [¿para qué?] para salvar a los pecadores» (1 Timoteo 1:15).
Juan 3:16 [que es quizás el versículo más famoso de la Biblia] «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, sino que tenga vida eterna». El siguiente versículo dice: «Porque Dios no envió a Su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él» (v.17).
Entonces, para salvarnos, Cristo tuvo que nacer. Tenía que vivir. Tuvo que morir como humano. Tuvo que tomar forma de hombre. Eligió voluntariamente el camino de la humillación y la condescendencia. Bajar, cruzar esa brecha infinita entre el cielo y la tierra, entre Dios y nosotros, todo por amor a nosotros, todo para nuestro bien.
¿Entonces qué? ¿Qué significa eso para nosotras? ¿Por qué eso importa? ¿Cuánto importa realmente? Bueno, lo único que está en juego es nuestra salvación eterna, pero piénsalo:
¿Y si no hubiera habido encarnación? ¿Y si Cristo no hubiera venido a esta tierra? ¿Qué hubiera pasado si Dios no hubiera dado a su Hijo por nosotros? ¿Y si Cristo, el Verbo, no se hubiera hecho carne?
Bueno, no podríamos conocer a Dios tal como Cristo nos lo ha revelado, porque en Juan 1, versículo 14 dice: «Hemos visto la gloria de Dios». Hemos visto la gloria de Dios porque hemos visto a Cristo. En el rostro de Cristo, hemos visto a Dios. Podemos conocer a Dios porque Cristo vino a esta tierra y nos lo reveló.
Si no hubiera habido encarnación, no podríamos reconciliarnos con Dios. Estaríamos eternamente separadas de Él y bajo Su justo juicio. No habría manera de expiar nuestros pecados. Estaríamos sin esperanza. Estaríamos eternamente perdidas. Viviríamos unos años en este planeta y luego moriríamos y estaríamos eternamente separadas de Dios.
Es algo en lo que la mayoría de las personas no piensa, pero debemos pensar en ello. Necesitamos pensar dónde estaríamos si no hubiera encarnación.
La encarnación significa:
- Que Cristo vivió nuestra vida, aunque sin pecado.
- Que Él obedeció perfectamente al Padre.
- Que Él murió nuestra muerte en nuestro lugar.
- Y que Él pagó la pena que merecíamos por nuestros pecados, para que pudiéramos ser perdonadas, y para que pudiéramos ser liberadas de la pena de muerte.
Y entonces, al hacerse hombre y compartir nuestras experiencias de carne y sangre, Cristo se convirtió en un Salvador misericordioso, un Sumo Sacerdote misericordioso que no solo puede salvarnos de nuestros pecados, como si eso no fuera suficiente, sino que Él continúa encontrándonos en cada momento de necesidad porque Él ha sido uno de nosotros. Él ha vivido nuestra vida.
Este concepto se ve en el libro de Hebreos capítulo 2, a partir del versículo 14. Dice:
«Así que, por cuanto los hijos participan de carne y sangre, también Jesús participó de lo mismo, [se hizo carne y sangre] para anular mediante la muerte [al morir en la cruz] el poder de aquel que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo» (vv. 14-16).
El poder del diablo para mantenernos en esclavitud, para hacernos morir eternamente, ese poder fue roto, destruido, cuando Jesús murió como el Hijo de Dios sin pecado, como el sustituto en nuestro lugar, en la cruz.
Y ahí en Hebreos 2, versículo 16, dice:
«Porque ciertamente no ayuda a los ángeles, sino que ayuda a la descendencia de Abraham. [Jesús vino a la tierra para ayudarnos, para ser nuestro Salvador. Versículo 17:] Por tanto, tenía que ser hecho semejante a Sus hermanos en todo, a fin de que llegara a ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel en las cosas que a Dios atañen, para hacer propiciación por los pecados del pueblo». (vv. 16-17)
Esa es una palabra teológica grande que significa que Él satisfizo la ira de Dios contra nuestro pecado, porque murió la muerte que nosotros merecíamos morir por causa de nuestro pecado.
Algunas de ustedes, por cierto, han escuchado estas cosas durante tanto tiempo que lo espectacular se ha convertido en algo común en su pensamiento. Quizás algunas de ustedes no han escuchado esto antes y dicen: «¿En serio? ¡Wow!». Pero algunas de nosotras necesitamos ver estas cosas con ojos nuevos y oírlas con oídos nuevos, como si nunca las hubiésemos oído antes.
Algunas de nosotras hemos perdido el sentido de asombro. Hemos estado rodeadas de todos estos conceptos cristianos toda la vida. Hemos estado en la iglesia toda la vida. Y simplemente no lo entendemos, y pensamos: «Ah, sí, eso, la encarnación, sí, claro, claro».
No. No es «claro, claro», es ¡Sí! Es el milagro más asombroso en la historia del mundo en todos los tiempos y en la eternidad, que Cristo vino a esta tierra para salvar a los pecadores. No podría habernos salvado sino hubiera venido.
Y Él no solo hace propiciación por los pecados del pueblo (volviendo al texto de Hebreos 2), sino también en el versículo 18: «Pues por cuanto Él mismo fue tentado en el sufrimiento, es poderoso para socorrer a los que son tentados».
Él es un misericordioso Sumo Sacerdote fiel que continúa sirviéndonos, actuando a nuestro favor, ministrándonos gracia en momentos de necesidad. Cuando somos tentadas, Él puede ayudarnos porque Él ha sido tentado. Él ha estado ahí y nunca pecó ni una sola vez. Por eso, Él vive dentro de nosotros para permitirnos decir «sí» a Dios y «no» a nuestra carne. Él es una ayuda siempre presente en tiempos de necesidad, todo porque vino a esta tierra.
Cuando somos tentadas, Él puede ayudarnos porque Él ha sido tentado.
Es importante recordar que la encarnación no es solo tiempo pasado. No es simplemente algo que sucedió hace aproximadamente 2.000 años. No, la encarnación, y piensen en esto, no dejó de ser cuando Cristo dejó esta tierra y regresó al cielo.
Tiene valor para nosotras hoy porque el Dios que se hizo carne, que vino a poner Su «tienda», a «tabernaculizar» entre nosotros, que habitó aquí en esta tierra durante treinta y tres años y fue crucificado, resucitó de nuevo, ascendió al cielo y hoy está sentado en Su cuerpo humano glorificado a la diestra de Dios, el Dios-Hombre. Y desde ese lugar en el cielo, Él es nuestro Abogado hoy. Él intercede por nosotras ante el trono de Dios hoy, el Cristo Encarnado.
Creo que a veces tenemos esta imagen de que Cristo nació, Él vivió Su vida, Él murió, Él subió al cielo y se fue, y ya no es más. ¡Pero todavía Él es! Él sigue siendo el Dios-Hombre encarnado, Dios encarnado, Dios sentado en el trono en el cielo, el Hijo de Dios, el Cristo encarnado, siempre vivo para interceder por nosotras. La encarnación importa enormemente.
Algunas de ustedes están familiarizadas con el Valle de la Visión. Este es un gran libro devocional. Es una colección de oraciones tomadas de la era puritana. Una de esas oraciones se llama «El don de los dones», y resume el corazón de lo que tenemos en la encarnación, el don que es nuestro, porque Cristo vino a la tierra.
Permítanme leerles solo una parte de esa oración:
He aquí la maravilla de las maravillas:
Él bajó para elevarme,
Él Nació como yo para que yo pueda ser como él
He aquí el amor:
Cuando no puedo elevarme hacia Él, Él se acerca con alas de gracia,
para elevarme a Él mismo.
He aquí el poder:
cuando la Deidad y la humanidad estaban infinitamente separados
los unió en unidad indisoluble,
lo no creado y lo creado.
He aquí la sabiduría;
cuando estaba deshecho, sin voluntad de volver a Él
y sin intelecto para idear la recuperación,
él vino, Dios encarnado, para salvarme hasta lo sumo,
como hombre murió mi muerte,
para derramar en mi nombre, sangre que satisface
para obrar en mí una justicia perfecta…
En Él me ha dado tanto
que el cielo ya no puede dar más.
Hermanas, Dios no tiene nada más que darles. No hay nada más que Él pueda darte que lo que ha dado por ti, en Jesucristo. Sé que en muchos de nuestros corazones, mientras hablamos de la encarnación de Cristo, hay un nuevo sentido de gratitud, aprecio, amor por Cristo, enfocándonos en la maravilla, la maravilla de que Él dejara el cielo y viniera a la tierra por nosotras.
Es bueno pensar en estas cosas, recordarlas, refrescar nuestro amor por Él y nuestro aprecio por lo que Él ha hecho por nosotros.
Pero sé que hay algunas que me escuchan que nunca han experimentado una relación personal con Jesucristo. Tal vez hasta hoy nunca te hayas dado cuenta de por qué Jesús vino a la tierra, de qué se trata todo eso. Puede que seas miembro de una iglesia; puede que escuches radio cristiana todos los días; puedes amar Aviva Nuestros Corazones, pero no conoces a Jesús. No tienes una relación con Él.
Es mi oración, y espero que hoy Dios haya abierto tus ojos, tu corazón y tu entendimiento para darte cuenta de por qué vino Jesús. Él vino por ti.
- Él vino a cerrar esa brecha entre el cielo y la tierra, que nosotras nunca hubiéramos podido cerrar.
- Nunca podríamos haber tenido comunión con Dios.
- Nunca podríamos haber tenido vida.
- Todo lo que hubiéramos esperado era el juicio y la ira de Dios por los siglos de los siglos, si Cristo no hubiera venido a la tierra.
Me pregunto si el Espíritu Santo no ha estado inquietando tu corazón y diciéndote: «Esto es verdad. Hice esto por ti. Ahora pon tu fe en Mí».
Quiero que inclinemos nuestros corazones en oración por un momento aquí. Me gustaría invitar a cualquiera a quien Dios haya estado hablándole y te has dado cuenta de que no eres una hija de Dios, todavía estás separada de Dios, pero hoy Dios te ha abierto los ojos, Él ha abierto tu corazón, Él te ha dado fe para creer que Cristo es el Hijo de Dios que vino a la tierra y que vino a vivir y a morir por ti, en tu lugar, y que tú solo quieres recibirlo, quieres confiar en Él, podrías decir ahora desde tu corazón:
«Señor Jesús, yo creo. No soy digna de que vinieras a la tierra y murieras en mi lugar, que te rebajaras a hacerte hombre por mí, pero lo hiciste, y lo creo y te recibo. Te recibo como mi Salvador. Quiero que seas el Señor de mi vida, no solo el Señor de esta creación, el Señor de este mundo, sino el Señor de mi vida. Me vuelvo a Ti, me vuelvo a Tu gracia y por Tu gracia. Me arrepiento del pecado que me separó de Dios, y quiero ser hija Tuya. Quiero ser hija de Dios. Confío en Ti para que me salves, para que vengas a mi vida, para que perdones mis pecados y para que me conviertas en la persona para la que Tú me creaste».
Las palabras que digas no son lo más importante, lo más importante es si tu corazón ha estado expresándole al Señor el deseo de pertenecerle, de ser Suya, de recibirlo como tu Salvador y tu Señor, porque Dios conoce tu corazón, y por fe puedes creer que Él ha escuchado y ha respondido esa oración.
Oh, Señor, cuánto te agradezco por el misterio, la maravilla, el milagro de lo que hiciste hace miles de años, cuando te vestiste de carne humana, cuando viniste a esta tierra para salvarnos de nuestro pecado. Gracias Señor, gracias, gracias. En el nombre de Jesús, amén.
Débora: El programa que acabas de escuchar, sobre la encarnación de Cristo, forma parte de la serie «Incomparable». Nancy se está centrando en aspectos importantes de la vida de Cristo.
Todas necesitamos que se nos recuerde mantener nuestros ojos en Cristo. Es importante saber que pienses lo que pienses sobre Jesús, Él es mucho más que eso. Nancy aborda esto en su libro «Incomparable». Este contiene cincuenta lecturas sobre la vida, la obra y las palabras de Cristo, y es un excelente recurso para la serie que ella está enseñando ahora mismo.
Si aún no has adquirido «Incomparable», el nuevo libro de Nancy, puedes obtenerlo visitando avivanuestroscorazones.com. También tenemos disponible para ti una guía de lectura adicional disponible a través de Aviva Nuestros Corazones. Es una excelente herramienta para leer el libro mientras te preparas para la Pascua. Puedes obtenerla visitando AvivaNuestrosCorazones.com.
¿Cuánto sabemos sobre la infancia de Jesús? No se registró mucho de ello en las Escrituras, pero si reflexionas cuidadosamente sobre lo que sí sabemos, obtendrás una nueva apreciación de la humildad de Cristo. Únete a nosotros mañana para escuchar sobre la infancia de Cristo en Aviva Nuestros Corazones.
Ayudándote a contemplar la belleza de Cristo, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de la Nueva Biblia de Las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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