
Más que llamarlo Señor
Débora: En el evangelio de Lucas, Jesús pregunta: «¿Por qué me llaman Señor, Señor y no hacen lo que Yo digo?». Andrea Griffith dice que esta sigue siendo una pregunta importante.
Andrea Griffith: Creo que, si Jesús estuviera hoy en nuestras iglesias, esto es algo que definitivamente nos preguntaría.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 3 de febrero de 2025.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Esta semana escucharemos la historia de una joven que parecía ser una cristiana modelo. Sin embargo, eventualmente sus acciones alcanzaron su corazón pecaminoso. Creo que la historia que escucharemos los próximos días dará esperanza a cualquiera que esté luchando contra la amargura o la culpa por los pecados de su pasado.
Escucharemos un mensaje de mi amiga Andrea Griffith. Andrea sirvió durante varios años en el equipo de Life Action Ministries. Su esposo Trent …
Débora: En el evangelio de Lucas, Jesús pregunta: «¿Por qué me llaman Señor, Señor y no hacen lo que Yo digo?». Andrea Griffith dice que esta sigue siendo una pregunta importante.
Andrea Griffith: Creo que, si Jesús estuviera hoy en nuestras iglesias, esto es algo que definitivamente nos preguntaría.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 3 de febrero de 2025.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Esta semana escucharemos la historia de una joven que parecía ser una cristiana modelo. Sin embargo, eventualmente sus acciones alcanzaron su corazón pecaminoso. Creo que la historia que escucharemos los próximos días dará esperanza a cualquiera que esté luchando contra la amargura o la culpa por los pecados de su pasado.
Escucharemos un mensaje de mi amiga Andrea Griffith. Andrea sirvió durante varios años en el equipo de Life Action Ministries. Su esposo Trent es pastor.
Andrea estuvo con nosotras en la conferencia Revive’15, cuyo título fue: Mujeres Enseñando a Mujeres. Andrea participó en una sesión especial previa a la conferencia. Así que, mientras escuchas a Andrea, puedes comenzar a preguntarte: ¿tengo una historia que podría compartir, como Andrea ha compartido la suya? ¿Podría el Señor utilizar mi historia si la compartiera con otras?
Y quiero mencionar que esas conferencias son una gran oportunidad para aprender a profundizar en la Palabra de Dios por ti misma y compartirla eficazmente con las demás, de manera personal o en grupos pequeños, o tal vez incluso ante grupos más grandes de mujeres.
Escuchemos la historia de Andrea sobre el poder de Dios para avivar un corazón. Andrea comenzará con el Salmo 103.
Andrea: «Bendice, alma mía, al Señor, y bendiga todo mi ser Su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de Sus beneficios. Él es el que perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus enfermedades; El que rescata de la fosa tu vida, El que te corona de bondad y de compasión; El que colma de bienes tus años, para que tu juventud se renueve como el águila» (vv. 1-5).
Hoy quiero contarles cómo Dios ha hecho cada una de estas cosas en mi vida.
Crecí en un hogar cristiano. Mi papá era diácono y maestro de escuela dominical. Mi mamá siempre estaba a su lado. Creo que hice una oración de salvación cuando tenía seis años.
Recuerdo que caminé por un pasillo y que me reuní con el pastor. Él habló conmigo para asegurarse de que yo entendía y creía en todo lo que decía creer. Pero realmente nunca noté un cambio en mi vida. Supongo que siempre pensé: Bueno, cuando tienes seis años, no tienes mucho de qué arrepentirte. No tienes mucho qué cambiar realmente. Pero a medida que crecía nunca vi una actitud de arrepentimiento, no viví realmente esa actitud de corazón en mi vida.
Desde que tengo memoria, siempre fui una persona que engañaba a los demás con facilidad. Siempre he luchado por complacer a las personas, buscando su aprobación, pero al mismo tiempo quería salirme con la mía. Así que para conseguir ambas cosas, mentía y luego lo encubría de tal forma que nadie nunca lo notaba.
Cuando era niña, esas pequeñas mentiras tenían consecuencias pequeñas, pero entre más crecía, mayores eran las consecuencias. Era un patrón en mi vida en el que mentía para cubrir mis huellas, y así poder ocultar mis verdaderas intenciones.
Mientras crecía, fui líder del grupo de jóvenes de la iglesia a la que asistía. Siempre estábamos allí, y si alguien le hubiera preguntado al pastor: «Menciona una familia de tu iglesia que sea sólida», él hubiera señalado, sin duda, a mi familia.
Yo formaba parte del consejo de jóvenes, cantaba como solista en la iglesia. Estaba muy, muy involucrada. Pero en el fondo, yo era una persona muy distinta de lo que la gente veía por fuera.
Cuando crecí y me convertí en adolescente, mis padres nos pusieron normas muy estrictas sobre las citas y ese tipo de cosas. Así que tuve que esperar mucho tiempo hasta que pude salir con alguien,pero una vez que pude hacerlo, pensé: Voy a salir con quien yo quiera, con el más popular, no me importa. Yo sabía que solo podía casarme con un cristiano, sin embargo, pensaba: Eso no debería impedir que salga con no creyentes, ¿verdad?
Así que, cuando estaba en mi tercer año de secundaria, había un chico en particular al que realmente le había echado el ojo. Ahora, él no creció en un hogar cristiano, ni en una familia cristiana, ni tampoco conocía la Palabra de Dios como yo. Cuando empezamos a salir, yo empecé a involucrarme con él de una manera inmoral, y eso se convirtió en un patrón para nuestra relación de noviazgo.
No pasó mucho tiempo hasta que me enteré de que estaba embarazada. Recuerdo que pensé: Soy una persona cuando estoy frente a la iglesia cantando, y otra persona cuando estoy afuera. Reconozco que soy alguien totalmente diferente dentro, en mi corazón, y al final eso era lo que realmente le importaba al Señor.
Al ver esa época de mi vida, veo a Dios obrar de una forma bondadosa y soberana, dándome la oportunidad de sincerarme y ser honesta acerca de quién yo era realmente en mi vida… Pero no iba a ser honesta tan fácilmente. Aún quería encubrirme y aún quería mentir en ese tipo de cosas.
Quise intentarlo, así que traje a ese joven a cenar a mi casa, y esa noche mi madre había invitado al director del centro de apoyo a mujeres embarazadas en crisis. Esta es una organización que apoya mujeres en estado de embarazo, bajo circunstancias atípicas. Creo que probablemente ella intentaba que él compartiera algo con nosotros para que entendiéramos las consecuencias de vernos envueltos en este tipo de situaciones antes de tiempo.
El objetivo y el motivo de mi mamá era que yo entendiera las implicaciones. Sin embargo, dado el estado en el que ya me encontraba (aunque esto no fue en absoluto lo que dijeron), lo que yo escuché fue lo terrible que son esas chicas que se involucran en inmoralidad antes de casarse y que sus vidas nunca llegaran a nada y que todo se acabó para ellas. Pero no se refirieron a eso.
Salí de casa esa noche, me senté en un muelle con vista a la bahía y decidí abortar.
Sabía que eso estaba mal. Sabía que no era solo un trozo de tejido, sabía que era un bebé. Mi mamá trabajaba en un centro de apoyo a mujeres embarazadas en crisis, así que entendía muy bien lo que significaba. Pero en mi orgullo, quería encubrirme y tratar de mantener una reputación.
A pesar de todo, decidí continuar con el aborto, y cuando lo hice, no solo murió mi bebé, sino que mi corazón se endureció, y comencé a odiar y a despreciarme a mí misma y lo que había hecho. Ese fue para mí el comienzo de una larga espiral descendente en mi vida.
La Biblia habla mucho de estas personas. En Santiago capítulo 1, versículo 22, dice:
«Sean hacedores de la Palabra y no solamente oidores que se engañan a sí mismos».
¿Ves lo que dice ese versículo? Nos está diciendo que podemos sentarnos en la iglesia domingo tras domingo, podemos escuchar y escuchar, pero si no obedecemos, nos estamos engañando a nosotras mismas.
Lo sé porque fui una de las personas más autoengañadas del planeta. Creía que porque lo sabía, era parte de mí y que estaba bien. No importaba lo que hiciera; estaba bien. Si lo sabía, entonces todo estaba bien. Me engañé a tal punto que ya no podía distinguir entre la verdad y la mentira.
Pablo habla de estas personas en 2 Timoteo capítulo 3. Dice:
«…[Ellos] teniendo apariencia de piedad pero habiendo negado su poder. A los tales evita. Porque entre ellos están los que se meten en las casas y se llevan cautivas a mujercillas cargadas de pecados, llevadas por diversas pasiones, que siempre están aprendiendo, pero nunca pueden llegar al pleno conocimiento de la verdad». (vv. 5-7).
¿Has estado allí alguna vez? Lo aprendes, subrayas las columnas de tu Biblia, tomas notas. Siempre estás aprendiendo, pero llegas a casa, o regresas a tu lugar de trabajo, o llegas a algún lugar en la vida real donde encuentras obstáculos en el camino, y estás constantemente fallando.
Lo aprendes, luego sales a la vida real, y fracasas. Ese fue el patrón de mi vida durante años: aprender, pero nunca ser capaz de vivir la verdad en mi vida.
Pasé cuatro años en la universidad cristiana. Me pedían que cantara en diferentes lugares, y lo hacía. Participaba en estudios bíblicos, participaba en el ministerio del campus de la universidad. Estaba en un grupo pequeño en el que me habían pedido que participara, y me iba muy bien con el Señor por un tiempo. Luego volvía a caer en el pecado de la inmoralidad.
En la universidad empecé a tomar alcohol. Traté de salir adelante por mis propios medios y vivir la vida cristiana, y luego fracasaba. Ese fue el ciclo de mi vida durante años.
Cuando estaba a punto de graduarme de la universidad con un título en música, realmente no tenía idea de lo que iba a hacer con él. Mis padres acababan de asistir a un retiro de dos semanas de Life Action Ministries. Así que llegué a casa de la universidad en Navidad, y dije: «No sé lo que voy a hacer con este título».
Mi padre me dijo: «¿Por qué no haces una audición para este ministerio? Sé que te encantaría cantar y viajar con ellos».
Bueno, hice una audición para Life Action Ministries, y vi la mano soberana de Dios abriéndome la puerta a un lugar donde realmente podía recibir ayuda y encontrarme con Él.
Cuando llegué a Life Action Ministries, me parecía bastante a las otras chicas. Me vestía tan modestamente como ellas, y teníamos nuestros tiempos de quietud más o menos la misma cantidad de veces. Y aunque por fuera me veía igual, empecé a notar una gran diferencia en nuestros corazones.
Mi actitud hacía notar que no me importaba la autoridad, pero si la autoridad les decía algo a ellas, ellas lo hacían. Yo no buscaba tener un deseo de pureza. Pero estas chicas, tenían un deseo de pureza, y se estaban asegurando de practicarlo en sus vidas.
Empecé a notar estas diferencias en nuestros corazones. Recuerdo que una mañana me levanté, y estaba teniendo mi tiempo con el Señor. Iba regularmente a la Palabra. Estaba teniendo mi tiempo con el Señor, y Dios claramente habló a mi corazón, y Él me dijo: «Andrea, si no te abres y eres honesta acerca de tu pasado y lo que has hecho, no podrás avanzar».
Eso me asustó mucho porque sabía que Él era mi única salida. Sin Su ayuda, yo estaría en un gran problema.
Esa mañana fui a la iglesia, encontré a la esposa de un evangelista y le conté básicamente todo lo que les acabo de contar. Lloró conmigo y oró conmigo, y fijó una hora para que me reuniera con ella y su esposo.
La primera vez que me reuní con esta pareja, Dios y este hombre, me pusieron contra la pared, solo con las preguntas que él hacía y las Escrituras que citaba. Me clavó a la pared. ¿Y saben qué? Lo necesitaba porque yo era tan buena mintiendo, y aunque siempre había sido capaz de escabullirme de las situaciones, esta vez no había forma de evitar lo que el Señor me estaba revelando sobre mi corazón.
Recuerdo que me levanté de su remolque y no sabía a dónde iba ni qué hacía, pero tenía que salir de ahí. Así lo hice, entré en la iglesia y fui a la sala de oración, y solo me pude quedar callada y quieta ante el Señor.
Realmente no sé cómo describirlo más que diciendo que Dios apareció en esa sala de oración y, por primera vez, vi mi corazón de la manera en que un Dios santo lo había estado viendo durante años. Vi cómo mi pecado había roto Su corazón y cómo estaba pecando descaradamente contra ese Dios que había muerto en la cruz por mi pecado. Por primera vez, no podía justificarlo o racionalizarlo, ya que la luz de Dios brillaba en mi corazón.
No sabía lo que estaba pasando porque pensaba que era salva. Pensé que había sido salva a los seis años. Así que no sabía qué hacer. Pensé que era otra experiencia con Dios. Así que le entregué a Dios cada parte de mí, empezando desde mi cabeza, hasta mis pies. Había pecado tanto con mi cuerpo que necesitaba poner ese cuerpo bajo la autoridad de Cristo y bajo Su Señorío.
Dios me mostró mi corazón ese día. Era tan malvado y tan horrible. Espero no volver a ver mi corazón en ese estado nunca más. Pero cuando Dios me lo mostró, Dios me dijo: «Bien, ahora necesitamos tratar con esto, y tratemos con esta actitud». Pero ese día, eso fue todo, yo estaba deshecha ante Él.
Recuerdo haber estado en esa sala de oración durante horas. Llegué allí probablemente como a eso de las 2: 30. Me perdí nuestra reunión de equipo a las 4: 00, me perdí la cena, me perdí el servicio, estuve en esa habitación llorando ante el Señor mientras Él me traía a la mente una situación tras otra.
Ese día al salir de ahí, fui a la casa donde me hospedaba y dormí como una roca. A la mañana siguiente me desperté y aún tenía la cara hinchada. Volví a la iglesia. Mi trabajo consistía en preparar los aperitivos y las bebidas para que la gente tuviera algo que comer en los descansos.
Cuando llegué a la iglesia, hubo un error en la comunicación, y la iglesia no había comprado la comida que se suponía que yo tenía que servir. Así que cogí las llaves del coche, me subí y corrí al supermercado. Mientras empujaba el carrito del supermercado iba escuchando la música y cantándola. Pero de repente una voz habló a mi corazón y dijo: «Andrea, ¿son tuyos los oídos con los que estás escuchando esa música?, ¿son tuyos los labios con los que estás cantando?».
Le dije: «No, Señor. Son tuyos. Te los di anoche, ¿no?».
Llegué a la caja, y miré todas las revistas que había ahí, y de nuevo, una voz me dijo: «Andrea, ¿son tuyos los ojos con los que miras esa inmundicia?».
Le dije: «No, Señor. Son tuyos. Te los di anoche».
Sé que mi rostro pudo tener una expresión de asombro mientras hablaba con la cajera. Pero por primera vez, el verdadero cristianismo estaba sucediendo en mi vida. Dios hablaba, y yo solo tenía que obedecer. No era yo intentando vivir mi vida, y fallando, intentando y fallando. Era yo estando en comunión con un Dios santo que estaba hablando a mi corazón, y yo solo tenía que obedecer.
Cuando miro hacia atrás, tardé seis meses en darme cuenta de esto, pero ese día en la sala de oración fue mi momento de salvación. Fue ahí cuando conocí al Señor realmente.
Hay una diferencia que se muestra incluso aquí mismo en este pasaje de Hechos 20:21. Cuando Pablo iba predicando el evangelio, él decía: «Predico dos cosas: el arrepentimiento para con Dios, y la fe en nuestro Señor Jesucristo».
Bueno, durante años yo tuve fe en que Cristo es el Hijo de Dios. De donde vengo, es común escuchar esas historias desde que naces. Hemos estado en la iglesia toda nuestra vida. Yo tenía fe en que Jesús es el Hijo de Dios.
¿Pero sabes dónde me había perdido totalmente? En el arrepentimiento. El arrepentimiento es un cambio de mentalidad. Es un cambio de dirección. Cuando el lanzador lanza la pelota de béisbol tan fuerte como puede en una dirección, y el bate golpea esa pelota de béisbol, ¿sabes lo que hace la pelota? Se arrepiente. Otra fuerza actúa sobre la pelota. La fuerza de Dios, la fuerza de Su Espíritu Santo, impacta nuestras vidas y no podemos evitar ir en una dirección diferente.
Hay otro versículo donde Jesús estaba hablando, y dice: «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos; sino el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos» (Mateo 7:21).
¿Escuchas la diferencia? Una es llamarlo Señor con nuestras bocas y la otra es obedecerlo como Señor en nuestras vidas. Yo lo había estado llamando Señor por años. Y vemos este problema desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo.
En el Antiguo Testamento, Dios dijo: «Este pueblo se acerca a Mí con los labios, pero su corazón está lejos de Mí» (Isaías 29:13, parafraseado).
Jesús dice que solo el que haga la voluntad de Su Padre entrará en el reino de los cielos. ¿Ves la diferencia? Uno lo llama Señor y el otro lo obedece como Señor. ¿En qué categoría encajas tú hoy?
Es fácil ser de las que le llaman Señor. Nos etiquetamos y nos vemos de esa manera, pero nuestra vida nunca cambia. ¿Quién entrará en el reino de los cielos? Solo el que hace la voluntad de Dios; solo el que le obedece. Se trata de un estilo de vida de obediencia a Dios y no de un estilo de vida de labios para afuera.
Al final del Sermón del Monte, en Lucas capítulo 6, versículo 46, Jesús mira a la multitud y dice: «¿Por qué ustedes me llaman: “Señor, Señor”, y no hacen lo que Yo digo?».
Creo que si Jesús estuviera hoy en nuestras iglesias, nos estaría diciendo lo mismo: «¿Por qué me llaman “Señor”, pero no me obedecen como Señor?».
Eso es lo que Jesús me decía todos esos años de mi vida, y yo nunca le escuchaba, nunca le escuchaba. Seguía pensando que mi cristianismo no me satisfacía. Así que, seguí corriendo a esos sustitutos artificiales para satisfacerme.
Pero no era que mi cristianismo no me satisfaciera. Era que no tenía un verdadero cristianismo. Puedes preguntar: «¿No es suficiente con que le llame “Señor”? ¿Importa cómo viva mientras solo le llame “Señor”?».
Y mi respuesta es: «¡Sí, sí importa cómo vives!».
La palabra Señor es más que una palabra. Indica una relación, Su total posesión de mí y mi total sumisión a Él. Eso es la salvación. Se trata de Él siendo Señor de nuestras vidas.
Después de conocer al Señor, todo cambió en mi vida. No me cansaba de leer la Palabra de Dios. Literalmente, esta Palabra salta de la página hacia mí. Hay una cita que dice: «Tu Palabra tiene manos; me toma. Tiene pies; corre tras de mí». Eso es lo que empezó a pasar en mi vida, y eso es lo que todavía me pasa cuando estoy con el Señor en Su Palabra.
Nancy: Hemos estado escuchando la historia de Andrea Griffith. Tal vez te puedas relacionar con algunas partes de su testimonio. Has sabido mantener las apariencias, pero nunca has rendido completamente tu vida al Señor. Espero que hagas lo que Andrea hizo: sé honesta sobre tu pecado, confiésalo al Señor y busca a alguien en tu iglesia que pueda ayudarte a crecer.
En los próximos días, Andrea nos mostrará el proceso por el que el Señor la llevó después de ese momento inicial de rendición. Ella necesitaba limpiar su conciencia, necesitaba dar y recibir perdón, necesitaba abrazar un estilo de vida de santidad.
Pero Andrea no es la única que necesitaba hacer eso, sino que cada una de nosotras necesita atravesar por esos pasos.
Y escribí sobre este proceso en un libro titulado «En Busca de Dios: El gozo de un avivamiento en la relación personal con Dios». Y quiero animarte a que obtengas una copia y trabajes en este proceso en tu tiempo de quietud.
Esta será una gran oportunidad para dejar que Dios evalúe tu corazón y también para abrazar la entrega y el quebrantamiento de una manera totalmente nueva y experimentar la libertad que viene de estar bien con Dios y bien con los demás también.
En Busca de Dios es un estudio de doce semanas que puedes hacer por tu cuenta o, mejor aún, con un grupo de amigas que quieran experimentar esa realidad de avivamiento personal junto contigo.
Puedes obtenerlo visitando AvivaNuestrosCorazones.com. Te animo a que comiences el proceso, como lo hizo Andrea, el proceso de buscar al Señor y experimentar el gozo de dejar que Dios avive tu corazón.
Débora: Gracias Nancy. Andrea estará con nosotras nuevamente el día de mañana para contarnos cuál fue el siguiente paso en el proceso que Dios estaba teniendo en su vida.
Andrea: La otra cosa que Dios quería hacer en mi vida era darme una conciencia tranquila. Tener la conciencia tranquila es básicamente poder decir que no hay nadie a quien yo haya lastimado y que no haya buscado para arreglar las cosas.
Ahora, ¡mi lista para limpiar mi conciencia era kilométrica! Tenía tantos jóvenes en mi grupo a los que necesitaba llamar y pedir perdón. Tenía profesores en la universidad a los que había copiado en los exámenes en su clase y a los que necesitaba llamar y pedir perdón. Yo había hablado con mis padres acerca de todo mi pasado, pero ahora tenía una nueva visión de cómo los había lastimado, y tenía que llamarlos y pedirles perdón.
Mi lista de conciencia limpia fue un trabajo en proceso, y, honestamente, todavía lo es, solo para mantener una cuenta corta de pecados. Cuando Dios trae a esa persona a mi camino, puedo pedirle perdón y decirle: «Escucha, me equivoqué. ¿Puedes perdonarme?».
En mi familia, esta mañana tuve que pedirle perdón a mi hija. Ella dijo algo y yo le respondí bruscamente, y el Espíritu de Dios estaba en mi corazón. Así que tuve que decirle: «Brooke, ¿me perdonas, por favor? Eso estuvo mal». Busco mantener esa cuenta corta de pecados teniendo una conciencia limpia ante la gente.
No solo tenía que aclarar mi pasado, sino que, como era tan buena mintiendo (y mentía todo el tiempo), tenía que aclarar mi presente. Así que, si mentía o exageraba, miraba a la persona y le decía: «Te acabo de mentir. ¿Me perdonas, por favor?».
Después de humillarte así, es mucho más fácil decir la verdad. Estoy mintiendo para obtener su aprobación, y si tengo que volver atrás y decirles que mentí, es mucho más fácil decir la verdad desde el principio.
Débora: En el próximo episodio, Andrea nos mostrará una imagen del avivamiento personal. ¡Te esperamos el día de mañana en Aviva Nuestros Corazones!
Llamándote a un avivamiento genuino, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de la Nueva Biblia de las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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