
Regreso a casa: la ascención de Cristo
Débora: Nancy DeMoss Wolgemuth les recuerda que, después de Su resurrección, Jesús ascendió físicamente al cielo.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Creo que hemos visto tantas cosas de ciencia ficción en este tiempo, que es fácil imaginar a Jesús siendo transportado a otro universo. Eso no fue lo que pasó. Él fue llevado corporalmente, a un lugar real, donde vive Dios.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora de «El Lugar Apacible», en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 23 de abril de 2025.
Nancy está en la última semana de una serie que comenzamos hace ya un tiempo. La serie va junto con su libro más reciente titulado, «Incomparable». Aquí está ella para dar inicio al episodio de hoy.
Nancy: Bueno, durante estas últimas semanas, hemos tenido el privilegio de caminar con Jesús a través de Su vida y …
Débora: Nancy DeMoss Wolgemuth les recuerda que, después de Su resurrección, Jesús ascendió físicamente al cielo.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Creo que hemos visto tantas cosas de ciencia ficción en este tiempo, que es fácil imaginar a Jesús siendo transportado a otro universo. Eso no fue lo que pasó. Él fue llevado corporalmente, a un lugar real, donde vive Dios.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora de «El Lugar Apacible», en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 23 de abril de 2025.
Nancy está en la última semana de una serie que comenzamos hace ya un tiempo. La serie va junto con su libro más reciente titulado, «Incomparable». Aquí está ella para dar inicio al episodio de hoy.
Nancy: Bueno, durante estas últimas semanas, hemos tenido el privilegio de caminar con Jesús a través de Su vida y ministerio terrenal, y hemos visto que Él es verdaderamente el Cristo incomparable en todos los sentidos, comenzando, como lo hicimos hace semanas, con Su encarnación. Cuando nació, vino a esta tierra como un bebé humano, se vistió de cuerpo humano. Ha sido divertido leer algunos de los comentarios que han llegado desde las oyentes.
Una oyente dijo: «¡Guau! Admito que soy una de esas creyentes que ha tenido una actitud indiferente en lo que respecta a la encarnación, y al admitir ese pecado, estoy ahora en libertad para maravillarme».
¡Me encanta eso!, porque muchas de nosotras somos indiferentes. Confieso que a menudo me siento apática acerca de estas cosas que muchas de nosotras hemos oído y conocido durante toda nuestra vida. Algunas de ustedes quizás son nuevas en la fe, pero he escuchado este tema toda mi vida. Antes de salir del vientre de mi mamá, escuchaba estas cosas todo el tiempo.
Cuando confesamos esa actitud apática e indiferente acerca de Cristo, entonces tenemos la libertad de maravillarnos. Él verdaderamente es el Cristo incomparable.
Bueno, quiero que veamos hoy que la salida de Jesús de este mundo no fue menos milagrosa que Su entrada treinta y tres años antes, porque cuarenta días después de Su resurrección, Jesús ascendió de nuevo al cielo. En la ascensión de Jesús tenemos otra razón, entre muchas, para maravillarnos ante el Cristo incomparable.
Ahora, sabemos que Jesús resucitó de entre los muertos el primer día de la semana, el domingo. Eso significa que el día de la Ascensión cae un jueves, cuarenta días después de Pascua. Muchas iglesias en los Estados Unidos, por ejemplo, celebran el Día de la Ascensión el domingo siguiente.
Antes de Su muerte, Jesús había hablado del día en que regresaría al Padre en el cielo. Él dijo en Juan 7: «Por un poco más de tiempo estoy con ustedes; después voy a Aquel que me envió»(vs. 33). Tenemos en las Escrituras dos relatos de la ascensión registrados por el Dr. Lucas, uno en el Evangelio de Lucas y el otro en el libro de los Hechos, y me gustaría leer solo una breve porción de cada uno de ellos.
Lucas 24, comenzando en el versículo 50, dice:
«Entonces Jesús los condujo fuera de la ciudad, hasta cerca de Betania, y alzando Sus manos, los bendijo. Y aconteció que mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado arriba al cielo. Ellos, después de adorar a Jesús, regresaron a Jerusalén con gran gozo, y estaban siempre en el templo alabando a Dios» (vv. 50-53).
¿No te encanta la forma en que Jesús se fue?, bendiciendo a sus discípulos, pensando siempre en los demás; amándolos, bendiciéndolos. Se separó de ellos «mientras los bendecía». Él los estaba bendiciendo, y mientras aún los estaba bendiciendo, se apartó de ellos y fue llevado al cielo. Al leer otras partes de las Escrituras, nos damos cuenta de que Él todavía está bendiciendo a esos discípulos y a nosotras desde Su lugar en el cielo.
Él los bendijo. Mi corazón se siente reconfortado, alentado y fortalecido por el pensamiento de que Jesús me bendice. Incluso en esos momentos en que Él parece estar tan lejos, parece estar fuera del escenario de mi vida, Él todavía me está bendiciendo. Lo interesante es que cuando regresaron a Jerusalén, ¿qué hicieron? Lo bendijeron. Lo bendecimos. Como hemos recibido una bendición de Él, le devolvemos esa bendición y luego podemos bendecir a otros con la bendición que hemos recibido de Él.
Luego dice que regresaron a Jerusalén «con gran gozo». Esa frase me impactó, porque pienso cuán diferente eran las cosas ahora, en ese momento, en comparación con los acontecimientos que rodearon Su muerte menos de seis semanas antes. Después de la crucifixión, los discípulos estaban desanimados, afligidos, dudando, preocupados, y después de la ascensión estaban gozosos.
Ahora, puede que te preguntes: «¿Pero Él los deja y ahora ellos están gozosos? ¿Cómo puede haber gran gozo cuando Él los acaba de dejar?». Bueno, ellos habían llegado a comprender, durante ese ministerio de cuarenta días, entre la resurrección y la ascensión, la necesidad de que Él se fuera y las bendiciones que recibirían una vez que Él regresara al cielo.
Hechos capítulo 1 registra la ascensión de esta manera en el versículo 9:
«Después de haber dicho estas cosas, fue elevado mientras ellos miraban, y una nube lo recibió y lo ocultó de sus ojos».
Ahora, la ascensión de Cristo es una doctrina descuidada hoy en día. No escuchamos mucha enseñanza al respecto. A veces creo que tendemos a tratarla como una especie de «una nota a pie de página» sobre la vida, muerte y resurrección de Cristo y no como parte del texto principal, sino como un hecho que pasó después, y nada más.
Pero hoy quiero que hoy nos demos cuenta de que la ascensión de Cristo es, en verdad, una doctrina vital.
Es esencial para la fe cristiana y tiene importantes implicaciones para nuestras vidas aquí en la tierra. En los últimos años, y mediante estudios más profundos, me he encontrado creciendo en mi propia comprensión de lo importante que es la ascensión. Todavía estoy estudiando eso, todavía aprendiendo cosas nuevas, y solo quiero compartir con ustedes hoy un poco de lo que el Señor me ha estado mostrando.
Por ejemplo, leemos en el libro de Oswald Sanders, El Cristo incomparable, que:
«La obra redentora de Cristo se basa en cuatro pilares: encarnación [cuando vino a la tierra como un bebé], crucifixión, resurrección y ascensión».
Este es uno de los cuatro pilares, según Oswald Sanders.
«La ascensión fue la demostración completa y final de que Su expiación había resuelto para siempre el problema creado por el pecado y la rebelión del hombre».
Eso es bastante importante. La ascensión es parte de Su obra redentora.
Por eso, quiero hacer varias observaciones sobre el relato de la ascensión en sí. Algunas pueden parecer bastante obvias, pero me ha resultado útil y alentador reflexionar sobre ellas. En primer lugar, la ascensión fue tanto un final como un comienzo. Marcó el final del ministerio terrenal de Jesús y el final de Su humillación. Al mismo tiempo, marcó el comienzo de Su exaltación, sobre la cual leemos en Filipenses 2, y Su ministerio celestial a favor nuestro.
El Padre lo había enviado a la tierra para hacer la voluntad del Padre, y ahora Él había cumplido aquello para lo que había sido enviado. Su trabajo estaba completo. Ahora Jesús dejaba la tierra y regresaba para estar con Su Padre. Durante esos años que estuvo aquí en la tierra, Él había dejado a un lado la gloria que tenía en el cielo, para venir a esta tierra como hombre, y ahora estaba siendo exaltado de regreso a ese lugar glorioso.
Luego vemos que en la ascensión Jesús fue arrebatado en una nube. Ese no es un detalle insignificante. La nube en las Escrituras es un símbolo de la presencia y la gloria de Dios, de la gloria shekinah de Dios, que se manifestó a los judíos del Antiguo Testamento en una nube: una columna de nube, la nube que descansaba en el Monte Sinaí cuando Dios estaba revelando los Diez Mandamientos, la nube que vino y rodeó a Jesús en el Monte de la Transfiguración después de que Moisés y Elías aparecieron allí con Jesús. Entonces ahora vemos que en la ascensión la nube simboliza que Jesús está regresando a la gloria de Dios.
Sabemos que Jesús había orado y había anhelado este día. ¿Recuerdas Su oración sacerdotal en Juan capítulo 17? Él dice:
«Yo te glorifiqué en la tierra, habiendo terminado la obra que me diste que hiciera. Y ahora, glorifícame Tú, Padre, junto a Ti, con la gloria que tenía contigo antes que el mundo existiera» (vv. 4-5)
Jesús había anhelado este momento. Su deseo era estar de regreso en la presencia de Su Padre celestial, y por eso esta nube que lo llevó al cielo era un símbolo de la presencia y la gloria de Dios mientras ascendía a la diestra del trono de Dios.
También es importante que nos demos cuenta de que la ascensión fue física y visible. Piensa en eso por un momento. Si Jesús simplemente hubiera desaparecido en el aire sin dejar rastro, los escépticos de entonces, y los de ahora, podrían haber afirmado que Su resurrección y Sus apariciones posteriores a la resurrección nunca ocurrieron, pero los testigos presenciales lo vieron corporal, física y visiblemente siendo llevado al cielo.
Entonces es importante comprender que al hacerlo, en la ascensión, Jesús retuvo Su cuerpo físico humano. Su cuerpo no se esfumó ni desapareció. Creo que a veces tenemos esta sensación (y creo que la tuve hasta hace unos años, cuando realmente comencé a pensar en esto) porque sabemos que Él se encarnó (que es lo que celebramos en Navidad); sabemos que vivió, murió, resucitó y regresó al cielo.
A veces pienso que tenemos la sensación de que cuando regresó al cielo, se despojó de su cuerpo físico. Dejó de ser hombre, que solo estuvo en carne humana durante el tiempo que estuvo aquí en esta tierra, pero no es eso lo que dicen las Escrituras.
Esto es lo que nos dicen las Escrituras. Sabemos que en la primera venida Él tomó nuestra humanidad, nuestro cuerpo humano. Él se hizo hombre. Y durante esta serie hemos analizado la importancia y las implicaciones de Su humanidad, por qué tuvo que convertirse en hombre para que se cumpliera el plan de redención. Entonces, en Su primera venida, Él se hizo hombre.
En la resurrección, Él venció la muerte y tomó un cuerpo eterno y resucitado, pero era un cuerpo, era un cuerpo físico, un cuerpo glorificado, un cuerpo resucitado, y Sus discípulos pudieron tocarlo. Él le dijo a Tomás: «Toca mis manos. Toca Mis pies. Mírame». Él comió y tuvo un cuerpo físico después de la resurrección.
En la ascensión Él regresó al cielo como hombre, con un cuerpo físico, humano. Él sigue siendo un hombre físico hoy en el cielo. En Su Segunda Venida, Él regresará a esta tierra con ese mismo cuerpo físico, y en ese momento resucitará nuestros cuerpos para que sean como el Suyo.
Randy Alcorn lo expresa de esta manera: «Jesús se ha convertido en un miembro permanente de la raza humana». No solo mientras estuvo aquí en la tierra, sino como miembro permanente de la raza humana. Él será por siempre plenamente Dios y plenamente hombre: el Dios/hombre, la encarnación perpetua, continua y eterna de Cristo, no solo mientras estuvo aquí en esta tierra, sino para siempre en el cielo.
Luego vemos además que Él ascendió de la tierra a un lugar físico. Creo que hemos visto tantas cosas de ciencia ficción en este tiempo, que es fácil imaginar a Jesús siendo transportado a otro universo. Eso no fue lo que pasó. Él fue llevado corporalmente a un lugar real donde Dios vive.
Aunque el lugar real es algo que no podemos imaginar, tiene dimensiones que no somos capaces de comprender, pero las Escrituras dicen que fue llevado «al cielo». Es un lugar, y Él está sentado a la diestra de Dios.
La ascensión corporal de Jesús a un lugar físico garantiza nuestra futura ascensión corporal al cielo.
Puede que digas: «¿Por qué esto es importante?». Bueno, Su ascensión corporal a un lugar físico (al cielo) garantiza también nuestra futura ascensión corporal allí. Garantiza que estaremos físicamente con el Señor en ese lugar que es la presencia de Dios.
Luego vemos que Su ascensión estuvo acompañada además de una promesa. De seguro estás familiarizada con esa promesa, pero nunca deberíamos cansarnos de escucharla. Hechos capítulo 1, versículos 10 y 11, dice:
«Mientras Jesús ascendía, estando ellos mirando fijamente el cielo, se les presentaron dos hombres [sabemos que fueron ángeles] en vestiduras blancas, que les dijeron: “Varones galileos, ¿por qué están mirando al cielo? [y esta es la promesa:] Este mismo Jesús que ha sido tomado de ustedes al cielo, vendrá de la misma manera, tal como lo han visto ir al cielo”».
Así que existe la promesa de que un día será el regreso visible y corporal de Cristo, y volveremos a ese tema dentro de un par de días cuando lleguemos al final de esta serie. Pero quiero tomarme solo unos momentos durante el resto de esta sesión para reflexionar sobre lo que sucedió una vez que Él llegó al cielo, y qué implicaciones tiene eso para nosotras ahora mientras todavía estamos aquí en esta tierra.
Hay muchas cosas que podríamos decir, pero permítanme resaltar tres que creo que son particularmente importantes para nosotras.
En primer lugar, las Escrituras nos dicen que cuando Él llegó al cielo, se sentó, ¡un símbolo, una evidencia, una imagen de que la obra redentora estaba terminada! Ahora, como veremos en la próxima sesión, el hecho de que esté sentado no significa que sea sedentario. Él todavía está muy activo y hablaremos de eso mañana.
Pero Él se sentó, ¿y dónde se sentó? Bueno, Hebreos capítulo 1 nos dice que: «Después de hacer la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas»(v. 3). Hebreos 10 lo expresa de esta manera:
«Pero Cristo, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados para siempre, se sentó a la diestra de Dios, esperando de ahí en adelante hasta que Sus enemigos sean puestos por estrado de Sus pies» (vv. 12-13).
La victoria final aún está por llegar, pero Él está sentado al lado de ese trono, en ese trono, como símbolo de la victoria que es Suya como Rey soberano. Hay una implicación en eso para nosotras: a través de la fe, nosotras estamos «en Cristo», nos dice la Escritura. Dice que estamos unidas a Él en cada aspecto de Su obra redentora (ver Romanos 6:5).
Romanos capítulo 6 dice que fuimos crucificados juntamente con Él; fuimos sepultados con Él (véanse los vv. 4-10). Luego Efesios 2 nos dice que:
«…Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia ustedes han sido salvados), y con Él nos resucitó y con Él nos sentó en los lugares celestiales en Cristo Jesús» (vv. 4-6).
Algo de esto es alucinante, y lo entiendo, solo podemos entender los tenues matices de esto. Pero debería reforzar nuestra fe, nuestro valor y nuestro gozo, nuestra alegría, cuando nos damos cuenta de que no solo hemos sido crucificadas con Cristo, ya que Él murió en nuestro lugar como nuestro sustituto, sino que cuando Él murió, nosotras morimos; cuando fue sepultado, nosotras fuimos sepultadas; cuando Él resucitó de entre los muertos, nosotras resucitamos de entre los muertos con Él para caminar en novedad de vida. Ahora hemos ascendido, resucitado y nos hemos sentado con Él en los lugares celestiales.
Todo el libro de Efesios se basa en esa suposición de que estamos sentadas con Cristo en los lugares celestiales.
Entonces, cuando peleamos la guerra espiritual, cuando nos involucramos en promover y proclamar el reino de Cristo aquí en la tierra, no lo hacemos bajo las circunstancias o bajo los poderes de este mundo. Lo hacemos desde un lugar donde, por fe, estamos sentadas con Cristo en los lugares celestiales. Esto tiene enormes implicaciones para nuestra fe.
Entonces, Él se sentó cuando llegó al cielo, y luego (esto se desprende del primer punto) recibió gloria, honor y autoridad de parte de Dios cuando llegó al cielo. Fue establecido como Cabeza de la Iglesia.
Déjame leerte un párrafo de Efesios capítulo 1, versículo 20. Dice:
«Ese poder [el poder de Dios] obró en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a Su diestra en los lugares celestiales, muy por encima de todo principado, autoridad, poder, dominio y de todo nombre que se nombra, no solo en este siglo sino también en el venidero. Y todo lo sometió bajo Sus pies, y a Él lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es Su cuerpo, la plenitud de Aquel que lo llena todo en todo» (vv. 20-23).
Todo esto es parte de lo que sucedió en la ascensión cuando Jesucristo regresó al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Él recibió gloria, honor, autoridad y poder del Padre Celestial y fue establecido, coronado, como Rey y Cabeza sobre Su Iglesia. Entonces, como Sus representantes aquí en la tierra, como Su Cuerpo aquí en la tierra, hay un sentido en el que compartimos la autoridad que le ha sido dada. Y esta es la posición, como dije hace un momento, desde la cual nos involucramos en la guerra espiritual.
Entonces tenemos esa increíble esperanza de que en la era venidera experimentaremos esa posición y esa autoridad aún más plenamente mientras reinamos y gobernamos con Él sobre Su creación, sobre los ángeles y sobre las naciones. Esto es lo que tenemos que esperar al darnos cuenta, al ver con ojos de fe a Cristo que ha ascendido, resucitado, sentado a la diestra del trono de Dios con todos los poderes, dominios y autoridades bajo Sus pies.
Nosotras también reinaremos con Él, y ahí es donde tenemos esta increíble promesa en Apocalipsis capítulo 3:
«Al vencedor, le concederé sentarse conmigo en Mi trono, como yo también vencí y me senté con Mi Padre en Su trono» (v. 21).
Todo esto forma parte de lo que significa estar en Cristo, el Salvador ascendido.
Luego, desde el cielo, Jesús, el Cristo ascendido, dio el don del Espíritu Santo. Él envió ese regalo a Su Iglesia aquí en la tierra, como prometió que lo haría. Leemos sobre eso en Hechos capítulo 2:
«Así que, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que ustedes ven y oyen» (v. 33).
Esto está en el mensaje de Pedro el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo fue derramado por primera vez sobre los discípulos.
Jesús fue al cielo. Recibió el don del Espíritu del Padre y derramó el Espíritu Santo sobre Su Iglesia aquí en la tierra. Si Jesús no hubiera ascendido al cielo, el Espíritu no habría sido dado y la Iglesia no habría nacido.
¡Qué regalo tan increíble es que Jesús haya ascendido al cielo y nos haya enviado Su Espíritu Santo, eso significa que la vida, el corazón y el carácter de Cristo moran en cada creyente aquí en esta tierra! Si eres hija de Dios, tienes ese Espíritu Santo viviendo en ti, y dándote gracia, poder y la presencia de Cristo para servirle aquí en esta tierra. Y con el Espíritu, con el don del Espíritu a Su Iglesia, Jesús dio dones espirituales a Su Cuerpo aquí en la tierra.
Escucha este versículo en Efesios capítulo 4. Es un versículo asombroso y tiene mucho más de lo que tenemos tiempo de analizar en el día de hoy, pero simplemente deja que toque tu corazón. Dice:
«Pero a cada uno de nosotros se nos ha concedido la gracia conforme a la medida del don de Cristo. Por tanto dice: “Cuando ascendió a lo alto, llevó cautivo un gran número de cautivos, y dio dones a los hombres”» (vv. 7-8).
Reflexionemos un momento sobre esto. Pablo está citando el Salmo 68, versículo 18, que es un himno de victoria de David en el que celebra la conquista de la ciudad de Jerusalén por parte de Dios. Es una imagen de cómo, después de un triunfo militar, el rey regresaba a casa, a la capital, trayendo el botín y los prisioneros de guerra.
Bueno, en Efesios 4 dice que: «Cuando ascendió a lo alto, llevó cautivos un gran número de cautivos, y dio dones a los hombres». Esa es una imagen de Jesús regresando a Su hogar en el cielo después de Su batalla en la tierra, trayendo consigo los trofeos de la gran victoria que había ganado en la cruz.
Había triunfado sobre los poderes demoníacos, sobre la muerte, y llevó consigo el testimonio, los trofeos, los pecadores que había rescatado del dominio y del control de Satanás. Esos son los cautivos. Él nos llevó como cautivos voluntarios en un séquito, por así decirlo, y a Satanás, un cautivo involuntario en Su séquito.
Él condujo a una hueste de cautivos cuando ascendió a lo alto, y del botín de Su victoria dio regalos, dio dones a los hombres. Dio los dones del Espíritu a los creyentes aquí en la tierra. Efesios 4 nos dice que Él dio hombres, dones, a la iglesia para equipar a Su pueblo para la obra del ministerio (véanse los versículos 11 y 12). Y la Escritura nos dice en 1.ª Corintios 12, y Romanos 12, y 1.ª Pedro 4, y Efesios 4, que Él dio dones espirituales a cada creyente por el poder del Espíritu Santo, el don más grande de todos, para permitirnos servirle aquí en esta tierra.
Entonces, como dijo un comentarista:
«La Cruz fue el conflicto decisivo y expiatorio; la resurrección fue la proclamación del triunfo; la ascensión fue el regreso del Conquistador con los cautivos de guerra que resultó en la entronización del Rey victorioso».1
Ese Rey que ascendió, como veremos mañana, está vivo hoy y trabajando activamente a nuestro favor en el cielo. ¡Gracias, gracias Señor! Amén.
Débora: Hemos estado explorando un suceso un poco olvidado de la vida de Jesús. Y, como acabamos de escuchar de Nancy DeMoss Wolgemuth, es un evento muy importante. Ese mensaje es parte de una serie mayor de Nancy llamada, «Incomparable».
Ella concluirá esta serie el viernes. Así que, para escuchar todos los episodios de la serie completa o ponerte al día con los episodios que te perdiste, visítanos AvivaNuestrosCorazones.com o encuéntralos en la aplicación de Aviva Nuestros Corazones. Esta serie y toda la enseñanza de Aviva Nuestros Corazones está marcando una gran diferencia en la vida de las mujeres que la escuchan. Nancy tiene un ejemplo.
Nancy: «En el momento en que le diagnosticaron autismo a mi hijo, sentí que me estaba ahogando». Eso es lo que nos escribió una mujer llamada Wendy. Debido al trabajo de su esposo, se habían mudado mucho, por lo que cuando recibieron este diagnóstico de autismo, Wendy y su esposo estaban lejos de su familia y no tenían mucho apoyo alrededor.
Bueno, Dios usó Aviva Nuestros Corazones para animar a Wendy durante este tiempo, y continuó haciéndolo cuando a su segundo hijo también le diagnosticaron autismo. Ella escribió: «Aviva Nuestros Corazones ha sido la mujer mayor de Tito 2 para mí. El programa de radio ha satisfecho mi profunda hambre de aprender la Palabra de Dios, brindándome una perspectiva bíblica en todas las áreas de la vida y animándome en mi llamado como esposa y madre».
Estoy tan agradecida de que Aviva Nuestros Corazones haya estado disponible para Wendy todos estos años. Ha sido posible gracias a los oyentes que apoyan económicamente al ministerio. Cuando das una ofrenda a Aviva Nuestros Corazones, nos ayuda a estar ahí para mujeres como Wendy cuando necesitan que se les enseñe la Palabra de Dios.
Débora: Si aún no has obtenido «Incomparable», el nuevo libro de Nancy, puedes obtenerlo visitando avivanuestroscorazones.com.
Y bueno, una vez que Jesús ascendió al cielo, ¿qué empezó a hacer? El día de mañana, Nancy te mostrará que Jesús está activo, muy activo, ahora mismo. Te esperamos para nuestro próximo episodio aquí, en Aviva Nuestros Corazones.
Llamando a las mujeres a libertad, plenitud y abundancia en Cristo, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de la Nueva Biblia de Las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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