
Una mujer conforme al corazón de Dios, día 2
Débora: Janet Parshall nos dice que cada mujer ha sido llamada a invertir en las generaciones futuras.
Janet Parshall: Todas de una manera u otra, somos madres espirituales para alguien y podemos ser mujeres que oran. Y ya sea que seamos mujeres solteras, estériles, sin hijos o con muchos hijos, o incluso las que nunca han podido hijos, Dios nos ha puesto en posición de ser mujeres verdaderas para los niños a través de la oración.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 16 de mayo de 2025.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Ayer escuchamos la primera parte de una fascinante historia bíblica sobre la maternidad y los anhelos insatisfechos. Janet Parshall compartió este mensaje en True Woman ‘08.
Janet Parshall ha sido una querida amiga de Aviva Nuestros Corazones. Ella es la anfitriona de un programa …
Débora: Janet Parshall nos dice que cada mujer ha sido llamada a invertir en las generaciones futuras.
Janet Parshall: Todas de una manera u otra, somos madres espirituales para alguien y podemos ser mujeres que oran. Y ya sea que seamos mujeres solteras, estériles, sin hijos o con muchos hijos, o incluso las que nunca han podido hijos, Dios nos ha puesto en posición de ser mujeres verdaderas para los niños a través de la oración.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 16 de mayo de 2025.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Ayer escuchamos la primera parte de una fascinante historia bíblica sobre la maternidad y los anhelos insatisfechos. Janet Parshall compartió este mensaje en True Woman ‘08.
Janet Parshall ha sido una querida amiga de Aviva Nuestros Corazones. Ella es la anfitriona de un programa de entrevistas en el que habla sobre muchos asuntos de la vida política. Sin embargo, a pesar de tener en un rol público, Janet siempre hizo de la maternidad su prioridad número uno.
En el episodio de ayer escuchamos la primera parte de su mensaje y ella concluyó hablándonos del personaje bíblico de Ana, en el primer libro de Samuel, capítulo 1, la mujer que fue al templo para pedirle a Dios fervientemente por un hijo.
Escuchemos ahora la segunda parte de la historia.
Janet: Primera de Samuel capítulo 1, versículo 11, dice: «Entonces hizo voto y dijo: “Oh Señor de los ejércitos, si Te dignas mirar la aflicción de Tu sierva, te acuerdas de mí y no Te olvidas de Tu sierva, sino que das un hijo a Tu sierva…». Vamos a detenernos aquí. Amadas, Ana pudo, y la mayoría de nosotras lo hubiéramos hecho, haber terminado la oración pidiendo: «Dame un hijo». Su deseo es evidente, ¿verdad? Pero ella no termina la oración ahí, ella le dice al Señor: «…yo lo dedicaré al Señor por todos los días de su vida y nunca pasará navaja sobre su cabeza».
Espera un momento… Por lo único que ella suplicó a Dios, más que por cualquier otra cosa, fue por un hijo. Ella no oró por su amargura, ni porque Penina la molestaba, ni por su vientre estéril, aunque ella sabía que fue Dios quien lo cerró, sino que ella dijo: «¡Oh Dios, dame un hijo!; ¡dame un hijo!». Eso es perfectamente razonable, perfectamente entendible. Sin embargo, ella dijo: «Yo lo dedicaré a Ti».
¿Hubieras tú orado así? ¿Hubieras podido decir: «Dios, si Tú me concedes lo que yo anhelo más que nada en la faz de esta tierra, te lo dedicaré a Ti»? ¿Cómo Ana pudo hacer eso? Porque estaba centrada en Dios.
Su relación con el Dios vivo decía: «Señor, confiaré en Ti. Puedo rendirme a Ti. Creo tanto en Tu provisión, Tu compasión y Tu cuidado. Dios, dámelo, y déjame mostrarte cuánto te amo dedicándotelo a Ti». Esa es verdaderamente una oración.
Entonces continúa diciendo «y nunca pasará navaja sobre su cabeza» (v. 11). Nadie le cortará jamás el cabello de su cabeza. El cabello era algo significativo, particularmente en el Antiguo Testamento. Era una forma de protección, una forma de cobertura. Así que casi estaba siendo un poco profética, sin siquiera conocer a ese hijo o cuál sería su nombre o cómo sería utilizado, Ana dijo: «Oh Dios, te pido tu protección. Ni un cabello de su cabeza será cortado».
¿Y qué sucede luego? Bueno, ella continúa orando al Señor, y Elí observa su boca. Ahora, permítanme decirles algo del templo, haré una pausa para explicarles la razón por lo cual, la antropología, la historia, los temas culturales y los diferentes aspectos del estudio bíblico son importantes para recrear lo que está sucediendo en el texto y hacer aún más vívidas estas historias.
Este templo no era como el templo de Jerusalén. Este habría sido un tipo diferente de templo. Es decir, era un templo, probablemente hecho de pilares y piezas de lino. Así que si el viento soplaba, y aunque Ana estuviera parada atrás en el lugar donde las mujeres podían estar, mientras el viento soplaba el lino, el sacerdote Elí podía voltearse y verla orando.
Imagínense ese momento: Ana clamando con súplicas y ruegos. ¿Has hecho eso alguna vez? ¿Alguna vez has clamado a Dios en un silencio absoluto, susurrando, pero tus labios comienzan a moverse? Estoy segura de que cada una de nosotras lo ha hecho. Muchas veces no puedes evitar decirlo con la boca mientras le pides a nuestro gran Rey y te paras con valentía ante Su trono de gracia.
¿Y qué hace Elí? Él la observa. Ana oraba en su corazón y sus labios se movían, pero su voz no se oía. Elí pensó: «Está borracha». Ahora, ¿no es desesperante la situación de Ana? Ella había recibido burlas y desprecios por años de parte de Penina. Y ahora sube al templo a orar, hace un voto, derrama su corazón a Dios y el sacerdote le dice: «Estás borracha». Y fíjate en el lenguaje, esto también fue algo que me llamó la atención: «¿Hasta cuándo estarás embriagada?» (v. 14).
¡Qué calumnia hay en esa declaración! Esto no se trata de estar momentáneamente ebria, sino que Elí simplemente asumió que ella era alcohólica, lo cual era algo muy grave en esos días. No era nada poco común en esos días que hubiera personas así; recuerden que el templo había sido profanado y el país estaba en un caos total, por eso Elí asumió que Ana estaba ebria y la acusó de estar borracha. Pero me encantó la respuesta que ella le dio: «No, señor mío, soy una mujer angustiada en espíritu. No he bebido vino ni licor» (v. 15). Y me encantan las palabras «vino o licor». ¿Qué se hace con el licor? Lo derramas. Ella sigue diciendo: «Sino que he derramado mi alma delante del Señor. No tenga a su sierva por mujer indigna. Hasta ahora he estado orando a causa de mi gran congoja y aflicción».
Las Escrituras no registran una disculpa de parte de Elí, sin embargo, fíjate en la manera en que Ana respondió. Aquí hay una lección para nosotras como mujeres de Dios. Por la manera en que Ana respondió a esta falsa acusación, podemos aprender acerca de un espíritu gentil, por la forma en que, con tanta gracia, ella contestó.
El versículo 17 dice: «“Ve en paz”, le respondió Elí, “y que el Dios de Israel te conceda la petición que le has hecho”». En aquella época, cuando el sacerdote hacía una declaración de esa manera, se consideraba profética. Así que si el sacerdote lo decía, ella podía tener una buena probabilidad de que quizás su oración sería respondida favorablemente.
Versículo 18: «“Halle su sierva gracia ante sus ojos”, le dijo ella. Entonces la mujer se puso en camino, comió y ya no estaba triste su semblante».
¿Qué tiene que ver la comida con sentirse bien? Ella comió algo. ¡Me encanta eso! Lo maravilloso de las Escrituras es que puedes leer el capítulo 1 hasta el capítulo 2 y terminas en cinco minutos. Cuando lees la biografía de Ana, tienes que caminar a través de esta experiencia tratando de verla desde su punto de vista.
Ella no sabe cómo va a terminar la historia, solo tiene que confiar en Dios, ¿no es así? Tú y yo sabemos cómo termina la historia, pero nosotras podemos relacionarnos con esa experiencia y ver cómo confió en el Señor en cada paso del camino. ¿Y qué pasó después?
«A la mañana siguiente se levantaron bien temprano, adoraron delante del Señor y regresaron de nuevo a su casa en Ramá. Y Elcana se llegó a Ana su mujer [observen la secuencia de los hechos], y el Señor se acordó de ella» (v. 19).
¿Sabes lo que eso significa? Quiere decir que Elcana la conoció. No creo que quedó embarazada enseguida.
«Señor, hice mi voto. Tú me das un hijo y yo te lo devuelvo. Todos los días de su vida él será Tuyo. Esa es mi manera de agradecerte por tu soberano regalo y la misericordia y el amor que has tenido para con tu sierva».
Ana recibe una falsa acusación del sacerdote, pero ella no devuelve el fuego, sino que es gentil y amorosa. Luego se va a su casa, y «a su debido tiempo…». Ana continuó caminando por fe, confiando en el Señor en todo momento. Ella pudo haberse preguntado: «¿Tenía razón el sacerdote? ¿Concebiré? ¿Tendré un hijo?»; sin embargo, confió en Dios a cada paso del camino.
Versículo 20: «Y a su debido tiempo, después de haber concebido, Ana dio a luz un hijo, y le puso por nombre Samuel, diciendo: “Porque se lo he pedido al Señor”». ¡Guau! Pero la historia no termina ahí. Ahora ella quiere dedicárselo al Señor porque su voto fue: «Señor, Tú me das un hijo y yo lo devolveré a Ti, todos los días de su vida».
Esto es muy difícil. Tú anhelas a este bebé. Este bebé ha estado moviéndose debajo de tu corazón; ha estado dando patadas, volteándose y teniendo hipo. Ahora tienes los calambres en las piernas que tenía Penina. Ya conoces de qué se trata todo esto. Cada día de esos nueve meses de gestación, cada pequeño movimiento, cada pequeño golpe, cada pequeña patada, ella tenía que elevar una oración silenciosa que dijera: «Sí, Señor, él es Tuyo. Sí, Señor, es Tuyo».
Ni por un solo momento ella se arrepintió de su voto, sino que una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, continuamente lo entregaba. Y eso, amadas, nos recuerda la profunda realidad de que ni ahora, ni nunca nuestros hijos nos han pertenecido. Son del Señor y Él nos los ha prestado. Dios nos da el permiso para tocar sus corazones y sus mentes, para enseñarles y para escribir verdad en las tablas de sus corazones, y ayudarles a conocer y amar al Salvador, para que así ellos lleguen a amar Su palabra. En última instancia, nuestros hijos son de Él y solo de Él.
Esto quedó muy claro para mí cuando una noche, a las tres de la madrugada, un agente de la policía se plantó ante nuestra puerta y nos preguntó: «¿Tienen un hijo llamado Sam?».
Y nosotros dijimos: «Sí».
Y él nos dijo: «Su hijo recibió un disparo en la cabeza y no sabemos si está vivo o muerto».
Durante tres horas, en medio de la noche, conduciendo a través de las montañas Blue Ridge, lo único que pudimos hacer mi esposo y yo fue tomarnos de la mano y orar en silencio, sin saber si cuando llegáramos allí, nuestro Samuel estaría vivo o muerto.
Pero en la quietud de esa noche, Dios me recordó suavemente: «Janet, él nunca te ha pertenecido». Todo lo que pude decir fue: «Gracias, Padre Dios, porque Sam te conoce como Señor. Si él se ha ido, ahora está ausente del cuerpo y en Tu presencia. Pero si no se ha ido, Tú eres el Gran Médico, y vas delante de nosotros. Te alabo y te doy gracias».
Durante toda la noche sentí cómo Sam se salía de mis manos, porque me di cuenta de que no era mío, sino del Señor.
Cuando Sammy nació, yo decía constantemente: «Oré por este niño y el Señor concedió mi petición». Es fácil decirlo al principio, pero ¿y si yo lo tenía que dejar ir antes de lo que yo pensaba que era el tiempo correcto? ¡Pero gracias sean dadas a Dios! Sammy se recuperó luego de muchos, muchos largos meses de terapia y rehabilitación. Ahora está casado y nos dio tres nietos. ¡Nuestro Dios es un Dios maravilloso!
Regresando a nuestra historia, ¿qué hace Ana? Versículos 21 y 22: «Subió el varón Elcana con toda su casa a ofrecer al Señor el sacrificio anual y a pagar su voto. Pero Ana no subió, pues dijo a su marido: “No subiré hasta que el niño sea destetado. Entonces lo llevaré para que se presente delante del Señor y se quede allí para siempre”».
Permítanme nuevamente hablarles de las costumbres en esos días. Cuando las madres destetaban, lo hacían alrededor de los tres años de edad. Así que durante tres años, repito, tres años, Ana le enseñó a Samuel a amarrarse las sandalias, a cumplir con sus tareas, a decir sus oraciones, hacer su cuna, lo instruyó en la disciplina y amonestación del Señor. Y cada día, Ana sabía que estaba un día más cerca de entregarlo para cumplir su voto al Señor.
¿Y cómo fue capaz de hacerlo? Porque era una verdadera mujer de Dios. Ella pudo hacerlo porque su vida no estaba centrada en ella, sino en Dios. Ana tenía un millón de razones, incluso con los estándares modernos de hoy, para retener a su hijo y no entregarlo. Sin embargo, ella confió en Dios y dijo: «Señor, no sé lo que suceda en el futuro, pero sé que tienes el futuro en Tus manos. Tú me diste este niño, así que, Padre, voy a cumplir mi voto y te lo voy a devolver, y él será Tuyo todos los días de su vida».
Ana se rindió y dijo: «Sí, Señor». Eso fue lo que hizo. ¿De qué otra manera pudo hacerlo? Al rendirse al Señor, ella se convirtió en un modelo excelente para nosotras de lo que implica ser una mujer verdadera.
Ana se rinde y luego, en ese punto, tenía que contar con la aprobación de su esposo. ¿Y qué le dijo él? Él le dijo:
«Elcana su marido le dijo: “Haz lo que mejor te parezca. Quédate hasta que lo hayas destetado; solamente confirme el SEÑOR Su palabra”. Ana se quedó y crió a su hijo hasta que lo destetó» (v. 23).
Entonces el voto que Ana hizo tuvo el consentimiento de su esposo, pues también era su hijo. Ella tuvo el apoyo de su esposo. Cumplió su palabra y todos los días lo cuidó, lo amó y acunó su pequeña y febril frente cuando le salieron los primeros dientes. Ana sabía que cuando lo destetara se lo llevaría a los tres años.
Un niño sigue siendo un bebé a los tres años. Hablemos por un momento sobre la intimidad de la lactancia.
Vayamos a Isaías capítulo 49, versículo 15, para ver lo que Dios nos dice sobre esa conexión entre una madre lactante y su bebé. «¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ella se olvidara, Yo no te olvidaré». ¿Ves lo increíblemente profundo que es esto?
Aquí está el Dios de toda la creación, quien da forma al concepto de amamantar a los bebés, de esa conexión, de ese increíble vínculo entre una madre y su hijo. La vida misma de ese bebé, su sustento, se extrae de la madre, esos momentos en que se queda dormido en tus brazos y hueles ese dulce cabello de bebé y enrosca su dedo alrededor del tuyo mientras lo amamantas, las Escrituras dicen que algún día lo olvidarás.
Pero, ¿sabes qué? Por muy profundo, íntimo y emocionante que sea ese momento, nuestro gran Dios se dirige a nosotras y nos dice: «Nunca te olvidaré».
¿No te deja esto sin aliento? «Yo no te olvidaré». Tan íntima, tan maternal, tan universal como pueda ser la experiencia de una madre amamantando a su hijo, puede desvanecerse, pero esas palabras: «Yo no te olvidaré», nos muestran cuán profundo, ancho y vasto es el amor que nuestro Padre tiene por nosotras.
Así que continuemos. Versículos 24 y 25:
«Después de haberlo destetado, llevó consigo al niño, y lo trajo a la casa del SEÑOR en Silo, aunque el niño era pequeño. También llevó un novillo de tres años, un efa (22 litros) de harina y un odre de vino. Entonces sacrificaron el novillo, y trajeron el niño a Elí».
Ana básicamente le dijo: «¿Me recuerdas, me recuerdas?».
Versículos 26 al 28:
«“¡Oh señor mío!”, dijo Ana. “Vive su alma, señor mío. Yo soy la mujer que estuvo aquí junto a usted orando al Señor. Por este niño oraba, y el Señor me ha concedido la petición que le hice. Por lo cual yo también lo he dedicado al Señor. Todos los días de su vida estará dedicado al Señor”. Y adoró allí al Señor».
Ahora vayamos al capítulo 2 de Primera de Samuel, versículo 18: «Samuel, siendo niño, ministraba delante del Señor usando un efod de lino». Un efod de lino era como una chaqueta sin mangas que se usaba sobre la túnica, y las Escrituras dicen que «Su madre le hacía una túnica pequeña cada año». Podría haber dicho simplemente una túnica, pero el hecho de que dijera «una túnica pequeña» nos recuerda que Samuel aún era un niño pequeño.
Una vez al año Ana lo veía y traía una túnica nueva; solo una vez al año, y se lo llevaba cuando subían a ofrecer el sacrificio anual. ¿Cómo sería ese encuentro? «¡Oh, Samuel, qué grande estás! ¡Oh, Samuel, nunca me había fijado en lo hermoso del color de tus ojos! ¡Oh, Samuel!, ¿te acuerdas de mí? ¡Oh, Samuel, tú le perteneces a Dios!».
Y luego, cuando regresaban a Ramá, en la tranquilidad de ese viaje de regreso a casa, Ana pensaría para sí misma: «Pasará un año más antes de que pueda volver a verlo», o quizás pensó: «Oh, Señor, eres tan misericordioso. Eres tan bondadoso. Me has dado lo que te pedí. Así que Padre, qué gozo poder devolvértelo». Creo que probablemente pensó lo último.
Versículos 20 al 21 de Primera de Samuel, capítulo uno:
«Entonces Elí bendecía a Elcana y a su mujer, y decía: “Que el Señor te dé hijos de esta mujer en lugar del que ella dedicó al Señor”. Y regresaban a su casa. El Señor visitó a Ana, y ella concibió y dio a luz tres hijos y dos hijas. Y el niño Samuel crecía delante del Señor».
¡Ahí tienes, Penina!
Ahora bien, cuando Ana entregó a su hijo, ella no sabía que eso iba a suceder, pero mira cómo es Dios: Él nos da más abundantemente de lo que podemos pedir. Él nos dice: «¿Confías en Mí? ¿Estás dispuesta a rendirte a Mí? ¿Crees que te amo?». Esta es una historia asombrosa.
Mientras tanto, el niño Samuel crecía en la presencia del Señor. Es asombroso el poder de las oraciones de una madre.
Cuando leemos el Magnificat, vemos como María, cuando escucha al ángel, ella responde: «Oh Dios, que se haga Tu voluntad». ¡Que se haga Su voluntad!
Ana oró por un hijo que cambió una nación, María oró y le fue dado un Hijo quecambiaría el mundo. Las oraciones de una madre piadosa pueden mucho. Y creo que aquí hay algo que nosotras podemos aprender como mujeres que oran, y es esto:
Ya seas madre biológica o no, todas de una manera u otra, somos madres espirituales para alguien y podemos ser mujeres que oran. Y ya sea que seamos mujeres solteras, estériles, sin hijos o con muchos hijos, o incluso las que nunca han podido tener hijos, Dios nos ha puesto en posición de ser mujeres verdaderas para los hijos a través de la oración.
Y pienso en esto: cuando finalmente estemos en gloria, podremos conocer a las personas por las que hemos orado de manera constante y sin cesar.
La historia de Ana nos enseña exactamente lo que significa ser una verdadera mujer de Dios. Su vida estaba centrada en Dios. Ella dejó de lado sus propios planes y dijo: «Dios, Tú estás a cargo y yo no lo estoy», entonces confió en Dios y le dijo: «Señor, creo que puedes responder a esta oración. Lo creo tanto que me voy a casa. Voy a comer algo. Me siento bien. Confío en Ti completamente. Puedo creer en Ti». Y luego ella dijo: «Sí, Señor. Sí, Señor. Sí, Señor. Sí, Señor».
Esta historia, aunque es dura, es muy poderosa, porque la maternidad fue el fuego refinador que Dios usó. Cuando tenemos bebés, pensamos en las suaves mantas, los sonajeros y los juguetes de cuna. Pero la realidad es que cuando tienes un hijo, muchas veces ese es el fuego refinador diseñado por Dios para que te rindas a Él, para soltar, para confiar, y para que creas que Él es Dios.
Esta es realmente una historia maravillosa. Ana es un profundo ejemplo de lo que significa ser una mujer de Dios. Oh que podamos nosotras, así como Ana, vivir vidas centradas en Dios, aprendiendo a confiar en Él por completo, y luegodecirle: «Sí, Señor. Sí, Señor».
Nancy: Y de eso es que se trata, de vivir vidas centradas en Dios, confiando en Él completamente y diciendo: «Sí, Señor». Y ya sea que estés casada o soltera, que tengas hijos biológicos o no, Dios quiere desarrollar ese corazón maternal en ti.
Janet Parshall nos ha estado describiendo el rol crucial que las madres y las madres espirituales tienen en la vida. Ella compartió este mensaje en True Woman’08.
Débora: Amén. Esperamos que estos dos episodios hayan sido de ánimo para ti en cuanto a rendir tu voluntad a la voluntad del Señor y mientras lo haces, poder vivir una vida centrada en Dios, aprendiendo a confiar en Él por completo, y luego decirle: «Sí, Señor. Sí, Señor».
Y bueno, el próximo lunes damos inicio a una nueva serie llamada «Cuando los hombres no lideran» En esta serie aprenderemos del ejemplo de Débora, una mujer que ejerció una influencia grande y piadosa, en una forma distintivamente femenina.
Te esperamos aquí para una nueva serie de Aviva Nuestros Corazones.
Invitándote a decir: «Sí, Señor», Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de la Nueva Biblia de Las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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