Túneles, espacios reducidos y la «enseñanza» de Tito

Escrito por Holly Elliff

¿Hay momentos en tu vida que parece que deberían pertenecer a un episodio de I Love Lucy? ¡A veces siento que vivo allí!

Hace unos años, en una visita a los acantilados de Mesa Verde, mi marido me pidió que eligiera la excursión que haría nuestra familia. Probablemente fue un grave error, porque, por supuesto, elegí la excursión que implicaba subir verticalmente por escaleras de madera temblorosas al borde de la pared del cañón y pasar por unos túneles por los que teníamos que arrastrarnos para ir de una zona de las viviendas a otra.

Los nueve pasamos todos los retos bastante bien hasta que, sin previo aviso, el cielo empezó a volverse de un color verde malvado, y el granizo empezó a golpearnos. Estábamos en un estrecho saliente con vistas al cañón, y nuestro tranquilo y controlado guía turístico no tardó en reaccionar de un modo que no era para nada tranquilo y controlado.

La única forma de salir de la cornisa implicaba una salida a través de un túnel de metro y medio de largo y diseñado como para miembros de una tribu que nunca había comido en McDonald's. El guía pasó primero y desapareció mientras subía la escalera de madera inclinada que conducía al suelo. No lo volvimos a ver. Nuestra tripulación empezó a salir de uno en uno del pequeño túnel mientras mi marido, una mujer literalmente ciega (no me lo estoy inventando), y su acompañante iban en la retaguardia. Billy, mi marido, se metió en el túnel y llegó hasta la mitad antes de empezar a imitar al Oso Pooh.

Un oso encajado en una gran estrechez... No recuerdo qué personaje lo dijo, pero era una descripción totalmente exacta de su situación. La mujer, que apenas veía, con el bastón de guía en la mano, empezó a apremiarle para que siguiera avanzando, pinchazo a pinchazo. Los ocho estábamos asomados al túnel gritando y animando desde el otro lado: «¡Vamos papá!», «¡Aguanta la respiración y menéate!», «¡Puedes hacerlo!», «¡Sigue avanzando!». Como si fuera Houdini, Billy atravesó los últimos metros y salió con su orgullo un poco dañado cuando nos acercamos a ayudarle.

Te estarás preguntando qué tiene que ver esta historia con el concepto de discipulado para las mujeres. Me he dado cuenta de que a veces animar a las mujeres con las que Dios nos rodea significa que ya hemos pasado por el túnel en el que ellas están atrapadas.

Podemos transmitir alguna información sobre cómo pudimos seguir avanzando, o cómo pudimos seguir respirando mientras nos apretaban, o cómo reconocimos los golpes del enemigo cuando estábamos inmovilizadas. Ya sea que tengamos 15 o 50 años, hay lugares apretados en nuestras vidas en los que necesitamos escuchar a alguien que está más adelante en el camino recordándonos que hay una verdad que necesitamos aplicar, una esperanza para nuestras circunstancias actuales, y una gracia que nos permite arrastrarnos los siguientes metros hasta la salida.

Hace unos días, una mujer me paró en el aparcamiento de la iglesia. Recordé vagamente haber orado con ella sobre lo difícil que fue para ella ser la cuidadora de su padre unos años atrás. Puso su brazo alrededor de mis hombros y me dijo: «Sé lo difícil que es; te he visto cuidar de tu madre. Solamente quiero que sepas que te comprendo y que oro por ti». Aquel encuentro duró menos de cinco minutos, pero sigue animando mi corazón.

La práctica de la «enseñanza» de Tito puede ocurrir cuando simplemente actuamos como las manos y los pies que transmiten el amor de Cristo. La mujer que lo necesita puede ser alguien que ya conozcas o quizás alguien que el Señor ponga en tu camino hoy.

¿Le pides al Señor que te dé ojos para ver y oídos para oír? Qué trágico sería tener la oportunidad de gritar en ese túnel: «Puedes hacerlo», «Sigue confiando en Cristo», pero estar demasiado ocupada, ser demasiado insensible o demasiado egoísta para tender la mano a esa hermana que está detrás para ayudarle a encontrar la verdadera libertad.

«Un mandamiento nuevo les doy: “que se amen los unos a los otros”; que como Yo los he amado, así también se amen los unos a los otros. En esto conocerán todos que son Mis discípulos, si se tienen amor los unos a los otros» -Juan 13:34-35

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