Vale la pena prevenirlos del fuego

Es fácil pasar de largo el libro de Judas cuando avanzamos las páginas de las epístolas de Juan hacia Apocalipsis. De tan solo 25 versículos, esta corta carta pareciera ser trivial. Sin embargo, contiene verdades vitales para la Iglesia a medida que el hermano terrenal de Cristo constriñe a sus lectores a pelear por la fe. Él nos dice que: «Algunos hombres se han infiltrado encubiertamente, los cuales desde mucho antes estaban marcados para esta condenación, impíos que convierten la gracia de nuestro Dios en libertinaje, y niegan a nuestro único Soberano y Señor, Jesucristo» (v. 4). Los falsos maestros están entre nosotros, él dice, y ¡debemos estar en guardia!

Al acercarse al final de su carta, Judas da algunas instrucciones finales de cómo tratar con aquellos que están luchando dentro de nuestras iglesias locales. Él nos dice que tengamos misericordia de los que dudan y de aquellos quienes han sido contaminados por la carne. Y a algunos, dice, debemos «arrebatarlos del fuego» (v. 23)

¿Quién está en el fuego?

Judas no menciona a una persona o grupo específico con esta orden. Él simplemente dice: «A otros sálvenlos, arrebatándolos del fuego». Esto trae la pregunta, entonces, ¿quiénes son estas personas a quienes estamos alertando del fuego?

Piensa en la última vez que estuviste en la iglesia. Haz una imagen de los rostros de aquellas mujeres que se sentaron en la misma fila o que te saludaron mientras entrabas. Piensa en aquellas que te preguntaron por tu familia mientras acomodabas tu abrigo. Ellas son de quienes Judas estaba hablando. No quiero decir que todas las mujeres en nuestras iglesias están destinadas al «fuego»; lo que quiero decir es que podría ser cualquiera de nosotras.

Judas expresa su preocupación sobre los falsos maestros quienes se han infiltrado en la iglesia «encubiertamente». Ellos no tienen tatuajes en sus frentes publicitando que están a punto de predicar un falso evangelio. Satanás es mucho más listo que eso. En lugar de eso, entran totalmente desapercibidos. Comienzan a hacer preguntas, «blasfemando», dice Judas, «las cosas que no entienden» (v. 10). Ellos también rechazan la autoridad (v. 8). Quizás esto se podría ver como susurros divisorios acerca del pastor, los ancianos o los diáconos. O tal vez ellos promueven quejas y murmuraciones acerca de los líderes. Finalmente, estos infiltrados «contaminan la carne». Esto será usualmente más difícil de ver, por lo menos por un tiempo. Sin embargo, un denominador común entre los falsos maestros es la inmoralidad y la perversión sexual.

Tal vez pienses: «No hay nadie así en mi iglesia», y ciertamente espero que sea verdad. Sin embargo, un paseo por la sección «cristiana» de libros de Barnes & Noble, una rápida búsqueda en internet de los pastores famosos de moda, o incluso un breve encuentro con las redes sociales, te dirá que el acceso a la enseñanza herética es más sigiloso y más frecuente que nunca. No hace falta mucho para caer en la trampa: un vídeo de YouTube «sugerido para ti», un artículo de internet compartido por un amigo o un libro regalado por un vecino, y de repente el dedo del pie del enemigo está en la puerta. Antes de que te des cuenta, tu amiga está tomando la palabra de esa persona prominente por encima de la clara enseñanza de las Escrituras y siguiéndola en lugar de a Cristo. 

¿Puede esto haberle pasado a alguien en tu iglesia?

A las que somos llamadas a prevenir del fuego son aquellas a quienes conocemos como nuestras hermanas en Cristo. Ellas adoran con nosotras, toman la Cena del Señor con nosotras, celebran el bautismo de los santos con nosotras, y asienten sus cabezas durante la predica con nosotras. Ellas sirven en la sala de cunas, tal vez entregan los boletines en la entrada y se aseguran que las instalaciones estén limpias. Ellas conocen la Verdad, pero se han alejado de ella.

¿Cómo lo sabré?

A este punto, te estarás preguntando cómo podrías saber de alguna manera si alguien en tu iglesia está en este predicamento. La respuesta es simple, pero está lejos de ser fácil. Si no tomamos el tiempo para verdaderamente conocer a nuestras hermanas, seremos tomadas completamente por sorpresa cuando se pierdan. No es suficiente saber sus nombres y ocupaciones. Necesitamos construir relaciones redentoras con ellas en nuestras iglesias locales. Claro, esto no ocurrirá de la noche a la mañana, y muy probablemente no sucederá con cada persona en tu iglesia. Esto nos involucra a todos. Sin embargo, la magnitud de la tarea no puede asustarnos y alejarnos para poder completarla.

Comienza con cosas pequeñas. Considera a una o dos personas en tu iglesia a quienes quisieras llegar a conocer mejor. Quizás ya tengas una amistad superficial con ellas, pero reconoces que necesitas ir más profundamente. Invítalas a tomar café o a almorzar después de la iglesia. Haz preguntas y llega a conocerlas. ¿Cómo fueron salvas? ¿Por cuánto tiempo han asistido a tu iglesia? ¿Cómo es su familia? Con el pasar del tiempo y cuando la relación se profundice, así se volverán las preguntas también. Y tienes que estar lista para que la relación sea de doble vía. Ellas estarán invirtiendo en ti también para asegurarse que no te alejes de la verdad.

Entre más relaciones construyamos que vayan más allá de las preguntas: «¿Cómo estás?», menos serán las que caerán en el fuego y más preparadas estaremos para alertar a aquellas que caen.

¿Qué es lo que está en juego? 

Intencionalmente Judas usa imágenes gráficas para comunicar la seriedad de la situación. Lo que tú piensas que significa «el fuego», es exactamente lo correcto. Él está hablando del juicio eterno. Otro de los hermanos de Jesús, Santiago, lo pone de esta manera:

«Hermanos míos, si alguien de entre ustedes se extravía de la verdad y alguien le hace volver, sepa que el que hace volver a un pecador del error de su camino salvará su alma de muerte, y cubrirá multitud de pecados» (Santiago 5:19-20, énfasis añadido).

Santiago dice que ayudar a alguien «entre ustedes» que se ha extraviado de la verdad, salva el alma de esa persona de la muerte.

De la misma manera, el autor de Hebreos pone lo que está en juego de forma clara. Considera estos versículos del capítulo 10:

«Porque si continuamos pecando deliberadamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio alguno por los pecados, sino cierta horrenda expectación de juicio, y la furia de un fuego que ha de consumir a los adversarios…. ¿Cuánto mayor castigo piensan ustedes que merecerá el que ha pisoteado bajo sus pies al Hijo de Dios, y ha tenido por inmunda la sangre del pacto por la cual fue santificado, y ha ultrajado al Espíritu de gracia?» (vv. 26-27, 29).

Santiago, Judas, y el autor de Hebreos, todos están escribiendo sobre personas dentro del cuerpo local de creyentes. Sin embargo, la muerte, juicio, y el fuego al cual ellos se refieren, aguarda a los no creyentes. Estos hombres, bajo la inspiración del Espíritu Santo, nos enseñan que dentro de nuestras iglesias podría haber algunas almas que profesan conocer a Cristo, pero que, eventualmente, demostrarán por sus acciones y creencias que no lo hacen. Ninguno de estos pasajes enseñan que una persona puede perder su salvación. Enseñan que, aquellos que se extravían de la fe y nunca regresan, prueban que nunca fueron genuinamente salvos. No somos llamadas a distinguir quién es una creyente genuina y quién no lo es. Debemos asumir que todos quienes profesan a Cristo son genuinamente suyos. Es nuestra tarea, entonces, llamarlas de regreso a esa Verdad cuando se extravíen.

Permitir que una hermana se extravíe de la Verdad y que caiga en pecado es, como Judas podría decir, jugar con fuego. Sí, el Espíritu Santo puede usar cualquier circunstancia que Él decida para traer a un extraviado al arrepentimiento. Para Jonás, fue una tormenta y un gran pez. Para el hijo pródigo, fue una hambruna. Pero para David, fue un amigo. Considera por un momento; si Natán hubiera rehusado buscar al Rey David (2 Sam. 11-12), ¿se hubiera arrepentido David? Nunca lo sabremos, pero lo que sí sabemos es que algunas veces Dios decide usar a Su pueblo para rescatar un alma que va directo al fuego.

¿Estás dispuesta a embarcarte en esa misión de rescate?

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Sobre el autor

Cindy Matson

Cindy Matson

Cindy Matson vive en un pequeño pueblo de Minnesota con su esposo, su hijo y su ridículo perro negro. Le gusta leer libros, tomar café y entrenar baloncesto. Puedes leer más de sus reflexiones sobre la Palabra de Dios en … leer más …


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