5 marcas de un fariseo

Por Kelly Needham

Hace varios años hice un estudio a fondo sobre los fariseos, los líderes religiosos en los días de Jesús. Si no estás familiarizada con este grupo de personas, te diré que ellos eran hombres muy religiosos, con muy altos valores morales, que con frecuencia se encontraban en el templo, estudiando la Ley y haciendo sacrificios. Sin embargo, cuando Jesús comienza su ministerio, se sintieron tan ofendidos por Él que casi inmediatamente comenzaron a tramar cómo matarlo.

La pregunta más apremiante que se desprende de este estudio es ‘¿por qué?’ ¿Por qué los fariseos estaban equivocados? ¿Por qué odiaban a Jesús? ¿Por qué debe evitarse su forma de vida? ¿Acaso no es bueno tratar de ser bueno?

El peligro de la autojusticia

Los sacerdotes principales y los ancianos del pueblo se le acercaron… Jesús les dijo, “En verdad os digo que los recaudadores de impuestos y las rameras entran en el reino de Dios antes que vosotros.” (Mateo 21:23, 31)

Los fariseos tenían el problema de que se justificaban a ellos mismos. Sentían que podían encontrar la rectitud dentro de sí mismos, y por tanto consideraban que no tenían necesidad de Jesús como Salvador. Hasta aquí les estaba yendo bien así, muchas gracias. En comparación, las prostitutas y los recaudadores de impuestos se sentían desesperados por alguien que les salvara de su condición manchada por el pecado, y sin esperanza. Entendían que se necesitaría un milagro (a saber Un Salvador) para poder estar a cuentas con Dios. Esta es la razón por la que en el párrafo de arriba Jesús dejó muy claro que la justicia propia te deja fuera del reino de Dios mucho más pronto que un montón de pecado externo.

Entonces, en nuestros días ¿cómo podemos evitar caer en el patrón de la auto justificación? Aquí hay cinco señales de un fariseo contemporáneo.

1. Teniendo una relación con Dios basada en nuestro desempeño.

Refirió también esta parábola a unos que confiaban en sí mismos como justos, y despreciaban a los demás: “Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo y el otro recaudador de impuestos. El fariseo puesto en pie, oraba para sí de esta manera: “Dios te doy gracias porque no soy como los demás hombres: estafadores, injustos, adúlteros; ni aún como este recaudador de impuestos. Yo ayuno dos veces por semana; doy el diezmo de todo lo que gano.” Pero el recaudador de impuestos, de pie y a cierta distancia, no quería ni siquiera alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios ten piedad de mí, pecador.” Os digo que éste descendió a su casa justificado pero aquél no; porque todo el que se ensalza será humillado, pero el que se humilla será ensalzado.” (Lucas 18:9-14).

Al igual que en la parábola de Jesús, el fariseo siempre será el que se relaciona con Dios basado en lo que ha hecho, no basado en lo que Dios ha hecho. Se siente bien cuando está haciendo el bien y se siente desanimado cuando está batallando con el pecado.

Cuando piensas en cómo vas en tu vida espiritual, ¿de inmediato te enfocas en lo que has hecho para Dios?

¿Te sientes confiada después de que has tenido tu tiempo de devoción? ¿O cuando has ofrendado mucho dinero? ¿O has compartido el evangelio cierto número de veces?

¿Sientes que como no has estado cumpliendo con tus propios estándares de bondad, no puedes acercarte a Dios?

Para evaluar lo bien que lo estás haciendo ¿con regularidad comparas tu espiritualidad con otros en tu vida?

2. Menospreciando a otros

[Los fariseos]… confiaban en sí mismos como justos, y despreciaban a los demás. (Lucas 18:9).

¿Tienes la tendencia a menospreciar a aquellos que percibes como “peores pecadores” que tú misma? Esta puede ser la joven de tu fraternidad que se acuesta por ahí y se emborracha los fines de semana, o el camarero gay que ves cada semana en Starbucks, o la mujer que ya va por su cuarto matrimonio. En cuanto quitas tu enfoque en que todos somos pecadores en desesperada necesidad de la gracia de Dios para que pueda manifestarse ALGUNA bondad en nuestras vidas, ya estás siguiendo los caminos orgullosos de los fariseos.

¿Te sientes consolada al pensar que eres una “mejor persona” o una “mejor cristiana” que otras en tu vida?

¿Hay ciertas personas por quienes encuentras difícil sentir compasión?

¿Has pensado con frecuencia un ‘¡yo nunca haría eso!’ o ¿Qué tipo de persona haría algo así?”

3. Amando las señales externas de santidad

“[Los fariseos] hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres; pues ensanchan sus filacterias y alargan los flecos de sus mantos;” (Mateo 23:5).

Las filacterias eran cajitas cuadradas que contenían las Escrituras y por propósitos religiosos de la cultura judía, los fariseos las usaban en la frente y en el brazo izquierdo. Esto y las borlas de sus ropajes eran señales exteriores de espiritualidad, para que los demás pudieran notarlas. Quizás no atemos las escrituras sobre nuestra frente y brazos, pero eso no significa que no “ensanchemos” nuestras propias señales de santidad en nuestra cultura cristiana en América.

¿Te enorgulleces en áreas de santidad visibles? ¿Con frecuencia te comparas con otras en estas áreas?

¿Con frecuencia, cuando estás sola, abandonas las disciplinas inadvertidas (oración, servicio a tu familia o compañeros de cuarto, autodisciplina, etc.)?

¿Con frecuencia te pones a pensar cómo te verían los demás si hicieras o dejaras de hacer algo?

¿Buscas en las conversaciones por una oportunidad para contar a otros sobre tu disciplina espiritual (oración, ayuno, ofrendas, compartir el evangelio, etc)? ¿O lo compartes con regularidad en las redes sociales?

¿Pasas más tiempo buscando a Dios (en oración, lectura de la Biblia, alabanza, etc.) cuando estás con otros, que cuando estás sola?

4. Amando el honor y el reconocimiento

“[Los fariseos] aman el lugar de honor en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, y los saludos respetuosos en las plazas y ser llamados por los hombres Rabí. (Mateo 23:6-7)

Aunque no creas que ésta te aplica, la verdadera prueba de nuestros corazones es cómo respondemos cuando otros son honrados y enaltecidos, especialmente aquellos cercanos a nosotras o aquellos que estimamos como menos espirituales.

Antes de que viajara con mi esposo, Jimmy, nunca hubiera pensado que anhelaba honor y enaltecimiento. Luego me encontré acompañándolo a conciertos cada fin de semana donde con frecuencia se le daba alabanza y reconocimiento públicamente. De pronto, me consumía con pensamientos de “¿Qué hay de mí? ¿Nadie se da cuenta de lo espiritual que soy?” El honor que alguien más estaba recibiendo reveló mis verdaderos deseos: Amaba el honor; amaba el ser reconocida.

¿Te resulta difícil alegrarte por otros cuando son honrados y elogiados?

Cuando alguien más es honrado, ¿inmediatamente te comparas con él o ella o te preguntas porqué nadie ha dicho eso de ti?

¿Haces cosas espectaculares con la esperanza oculta de que aquellos a tu alrededor lo notarán y te alabarán públicamente?

Cuando alguien “menos spiritual” o más joven que tú es honrada, ¿Te comen los celos?

¿Anhelas ser una maestra, líder de alabanza, o estar en un ministerio de tiempo completo para que otras personas te admiren o para tener gente bajo tu autoridad?

¿Te sentirías complacida si supieras que Dios te ha llamado a un servicio de por vida detrás del escenario, o siempre estarías deseando algo más?

5. Siempre necesitando justificarte a ti misma

“Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos antes los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones, porque lo que entre los hombres es de alta estima, abominable es delante de Dios.” (Lucas 16:15)

Esto se verá diferente para cada una, dependiendo en la imagen que estás tratando de proteger. Para la mayoría de las cristianas, yo incluida, tendemos a enorgullecernos en diferentes aspectos de ser una “buena cristiana.” Esto puede referirse a cómo te vistes y cuánto maquillaje te pones, cómo comes, con quién y cómo te relacionas, cómo pasas tu tiempo, o lo que lees.

Por ejemplo, si te enorgulleces en ser una persona que no derrocha el dinero, ¿sientes la necesidad de compartir lo poco que gastas? Si te enorgulleces en “sentirte bien sin maquillaje” ¿Sientes la necesidad de dar explicaciones en los días en que sí lo usas? Un deseo ardiente por justificarte muestra tu amor por la estima de otros, más que la estima de Dios.

¿Eres proclive a explicar a otros tus motivos?

¿Te cuesta trabajo recibir halagos, sin tener que dar explicaciones?

En las conversaciones ¿Buscas el momento para contarle a otras porqué haces lo que haces?

¿Te cuesta trabajo hacer cosas que puedan parecer “menos espirituales” de lo que crees que eres?

El Antídoto

Porque no te deleitas en sacrificio, de lo contrario yo lo ofrecería; no te agrada el holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu contrito; al corazón contrito y humillado, oh Dios, no despreciarás (Salmo 51:16-17)

Me di cuenta que soy igual que los fariseos. Pasé una gran parte de mi vida buscando la rectitud dentro de mí, y sintiéndome bastante confiada de poderla encontrar ahí. Mi pecado no era uno que otros podían ver, porque se escondía detrás de una nube de disciplinas espirituales. Pero darme cuenta que me identificaba más con el grupo de personas que querían matar a Jesús, es muy humillante.

Si tú te identificas con esta gente religiosa anti-Jesús, que tu primera reacción sea una de sincero quebrantamiento. Más que las buenas acciones y tiempos de devoción más largos, lo que Dios desea es un corazón humilde y quebrantado. Nos pide que nos arrepintamos de nuestros intentos de tratar de ser rectas pero lejos de Él, y reconozcamos que solamente Cristo es lo suficientemente bueno para que seamos consideradas como justas delante de Dios. Arrepintámonos de la justicia propia y aferrémonos a Jesús, el cual se hizo para nosotras, nuestra justificación, nuestro Salvador. (1Cor 1:30)

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