Luchando contra la epidemia del yo, el mí misma y el mi

«Necesitas cuidarte».

«Encuentra lo que te haga feliz y hazlo».

«Solamente tú puedes transformar tu vida».

«Mereces más».

«Eres la respuesta a tus problemas».

¿Te suena familiar? Todas esas frases tienen un común denominador: tú.

La advertencia de cuidarnos, por encima de todos, nos está gritando desde todas las direcciones todos los días. Anuncios, redes sociales, televisión, libros de autoayuda (cristianos y no cristianos), consejeros, personas que respetamos (y algunas que no), la caja de cereal, marcas de ropa nos están diciendo la misma cosa: debemos enfocarnos más en nosotras. 

El camino falso hacia la realización

«Encuentra lo que es mejor para ti y hazlo realidad». ¿A quién no le gusta ser alentado de esa manera? A todos nos gusta. Así que, solo por un instante, exploremos este supuesto camino hacia la realización. Si la meta es hacer lo que es mejor para mí, te puedo informar ahora mismo que no haré la cena (no es broma). Es más, yo exigo una mucama. Detesto limpiar los inodoros, las duchas y los pisos. Y olvídate de que estaré llevando a los niños a las clases de fútbol para tener que quedarme sentada en el carro por una hora, ¿quién tiene tiempo para eso?

Además, necesito sol, entonces tendré que hacer viajes mensuales a Florida para obtener algo de vitamina D de forma natural y, obviamente, necesito ir sola, porque o sea, necesito tiempo para mí. ¿Y qué de mis hijos, mi esposo y mis amigos? Pues si voy a estar feliz y saludable, entonces mamá debe hacer lo que mamá tiene que hacer. 

Suena egoísta, ¿verdad? Hasta ridículo. Y lo más probable es que arruine a mis hijos, a mi matrimonio y a cualquier amistad que tenga. Perseguir todos nuestros caprichos y deseos no conduce a lugares satisfactorios, sino que nos catapulta por caminos de vacío, aislamiento e intensa tristeza.

La satisfacción no se encuentra en la ganancia personal

Si pudiéramos encontrar satisfacción en el beneficio propio, la Biblia nos habría animado a poner nuestras necesidades primero; pero en ninguna parte de las Escrituras se nos anima a pensar en nosotros mismos por encima de los demás. De hecho, dice lo contrario en 1 Corintios 10:24: «Nadie busque su propio bien, sino el de su prójimo».

«No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo»(Filipenses 2: 3). Eso es exactamente lo que Jesús hizo por nosotros. Nos consideró más importantes que a Él mismo y fue a la cruz. Bendito sea el Señor porque Cristo no estaba pensando ante todo en sí mismo, ¿verdad?

En Mateo 16:24 Jesús dijo a los discípulos: «Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo». En otras palabras, mantente firme en contra de ti mismo. Abstente de ti, porque no se puede confiar en nuestros deseos inducidos por la carne. Aparte de Cristo, nuestros corazones, nuestro ser más íntimo, está lleno hasta rebosar con los efectos del pecado.

Nuestro pecado se ancla en el egoísmo, el interés personal y el yo. El momento en que el pecado entró al mundo a través de Adán y Eva es el momento en que comenzamos a ponernos por encima de Dios, y ahora luchamos contra los efectos devastadores del egocentrismo.

El yo, el mí misma y el mi

«Te mereces esa fruta», le dijo la serpiente a Eva en el jardín, engañando a Eva para que pensara en ella misma por encima de Dios. Desafortunadamente, hoy en día todavía seguimos cayendo en el mismo truco antiguo cuando compramos filosofías como:

«Tu felicidad es lo más importante».

«Si no te cuidas, ¿quién lo hará?».

«Solo necesitas amarte más a ti misma».

«Haz un plan y apégate a él. Tú decides tu destino».

Pero llamemos a las cosas por su nombre. Cada una de estas ideas es una mentira de Satanás destinada a destruirnos. Reemplaza eficazmente la adoración del Dios trino (Padre, Hijo y Espíritu Santo) con la falsa trinidad del yo, del mí misma y el mi, alejándonos de Dios y del gozo de vivir la vida para la gloria de Dios en lugar de la nuestra.

Sin embargo, hace mucho tiempo, Dios nos dijo qué era lo mejor para nosotros: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza» (Deuteronomio 6: 5). No creo que sea por accidente que ese mandato consta de tres partes, amiga querida. La tracción del yo, del mí misma y del mí es fuerte, y tenemos que amar a Dios con nuestro corazón, alma y fuerza si queremos ganar una batalla tan épica. 

Pero presta atención, pues como es Dios quien moldea nuestras partes más íntimas, es Él quien sabe que nos puede satisfacer y que no. Dios está a favor de nosotras, no en contra. Si amarnos a nosotras mismas fuera el mejor camino, Él lo hubiera ordenado; pero el Señor sabe que es amándole a Él primero y sobre todo lo que nos da satisfacción, y que en segundo lugar, amar a los demás como ya nos amamos a nosotros mismos, rebosa de satisfacción nuestras copas (Mateo. 22:39).

Ponernos de primero no es la respuesta

La acción de amor más grande que podríamos hacer por nosotros mismos es amar a Dios con todo nuestro corazón. No necesitamos amarnos más vigorosamente a nosotros mismos, necesitamos amar más a Dios con vigor. No necesitamos buscarnos a nosotros mismos, necesitamos con vigor y valentía buscar a Dios a través de Jesucristo.

Para conocer la plenitud de vida que Dios quiere para nosotros, junto con el gozo y la satisfacción, no necesitamos perseguir nuestros sueños, necesitamos perseguir a Dios, creyendo por fe que Dios es el sueño, porque en última instancia no hay nada más satisfactorio que estar en la presencia de Dios, nada.

El Salmo 16:11 dice: «Me darás a conocer la senda de la vida; en Tu presencia hay plenitud de gozo; en Tu diestra hay deleites para siempre».

Nuestro problema no es que no nos amemos lo suficiente o no nos cuidemos lo suficiente o que no pasemos el tiempo suficiente satisfaciendo nuestros propios deseos. Nuestra lucha con el contentamiento surge de nuestra lucha por amarnos a nosotros mismos por encima de nuestro amor a Dios.

La segunda carta a Timoteo 3: 2–5 dice que en los últimos días «los hombres serán amadores de sí mismos..., amadores de los placeres en vez de amadores de Dios; teniendo apariencia de piedad pero habiendo negado su poder». ¿Somos nosotros? Decimos que amamos a Dios, pero ¿damos la vuelta y seguimos nuestro propio camino en nombre de nuestra propia protección.

Dios tiene nuestros mejores intereses en el corazón

Buscar lo que creemos que es lo que más necesitamos no es la respuesta a nuestra búsqueda de satisfacción en la vida, perseguir lo que Dios quiere es la respuesta. Su voluntad para con nosotros es buena, amorosa, perfecta y santa. Sus mandamientos son para nuestro beneficio. Él tiene nuestro mejor interés en el corazón.

«Mucha paz tienen los que aman Tu ley, y nada los hace tropezar». (Salmo 119:165)

Jesus dice en Juan 15:11: «Estas cosas les he hablado, para que Mi gozo esté en ustedes, y su gozo sea perfecto».

No es el cumplimiento de mi propia agenda lo que me conduce al gozo, sino una entrega voluntaria a la agenda de Dios. ¿Qué tiene Dios para mí? ¿Qué quiere Dios para mí? Ponerme en un pedestal inevitablemente me llevará a una olla de lástima que me aleja de Dios, mientras que poner a Dios en un pedestal me abre puertas que no puedo abrir por mí misma y me conducirán a lugares de verdadera satisfacción y gozo.

Si no fuera así, Dios nos lo hubiera dicho. Todo lo que Dios dice es confiable y verdadero. Así que dejemos de creer las mentiras del diablo con el anzuelo, el sedal y la plomada y, en cambio, comencemos a creer las verdades de Dios con todo nuestro corazón, alma y fuerza. La respuesta a nuestro dilema de insatisfacción no es ponernos por encima de todos los demás, sino poner a Dios por encima de todos los demás (incluyendo a nosotros mismos). Entonces, el amor de Dios derramado en nuestros corazones a través de Cristo nos guiará de tal manera que incluso nosotros mismos estaremos satisfechos.

Ayúdanos a llegar a otras

Como ministerio nos esforzamos por hacer publicaciones de calidad que te ayuden a caminar con Cristo. Si hoy la autora te ha ayudado o motivado, ¿considerarías hacer una donación para apoyar nuestro blog de Mujer Verdadera?

Donar $3

Sobre el autor

Stacey Salsbery

Stacey Salsbery

Stacey Salsbery es esposa de granjero y madre de cuatro hijos. Cuando no está sirviendo una comida, viajando en un tractor con su esposo o llevando a los niños a practicar, la encontrará escapando de la locura escribiendo devocionales en … leer más …


Únete a la conversación