Por David Murray
¿Por qué tomamos nuestras características individuales, los rasgos de nuestra personalidad, nuestros dones o nuestro llamado y hacemos de ellos la suma total de santidad para todos?
- El introvertido iguala santidad con santidad.
- El extrovertido equipara la santidad con actividad.
- La persona generosa asimila la santidad con el dar.
- La persona sociable mide la santidad por la hospitalidad.
- El trabajólico iguala la santidad con trabajar duro.
- El pastor equipara la santidad con los dones de predicar.
- El consejero iguala la santidad con los dones de discipular.
- Los educadores en el hogar equiparan la santidad con hacer escuela en el hogar.
- El misionero mide la santidad por el apoyo misionero.
- El evangelista iguala la santidad con actividades evangelísticas.
- Quienes gustan de la lectura miden la santidad por una gran biblioteca.
- Las personas alegres equiparan la santidad con alborozo.
- Los melancólicos igualan la santidad con el sentido de culpa.
- Las personas valientes comparan la santidad con testificar en público.
- Las personas a las que les gusta la política miden la santidad por la acción social.
- Las personas prácticas igualan la santidad a hacer.
- La persona intelectual equipara la santidad a pensar.
- La persona emocional mide la santidad por las emociones.
- La persona amistosa iguala la santidad a tener muchos amigos.
- Las personas artísticas igualan la santidad al «compromiso cultural».
- La santidad no debe medirse tanto por aquellas cosas que me resultan más fáciles hacer, sino por cómo progreso en aquellas áreas en las cuales soy más débil.
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