Querido Santa Claus,
Hoy quiero hablarte desde mi corazón, expresarte algo que va mucho más de una lista de deseos o de una promesa rota de que me seré una niña buena. Desde que tengo uso de razón escuché a muchos decir: “pórtate bien para que Santa Claus te traiga regalos en Navidad”, y te confieso que en ocasiones hacía mi mayor esfuerzo en la escuela o trataba de comportarme bien (lo más difícil siempre fue parar de hablar), traté de hacer mis deberes en la casa pero te confieso que no pasó mucho tiempo para darme cuenta de lo imposible que era mantener una conducta intachable todo el tiempo ¡mucho menos durante todo un año!
No lo vas a creer pero ya crecí lo suficiente como para darme cuenta que en realidad no existes, ya me explotaron la burbuja de la fantasía y sé que en realidad mi mamá y mi tía fueron las que estaban detrás de la misión en búsqueda de obediencia a cambio de regalos. Ya he madurado lo suficiente para ver de que tu filosofía, abuelito con barba blanca, es un reflejo de la ley y la cosmovisión de la sociedad en la que vivo: “solo eres merecedor de aquello por lo que trabajas, solo te corresponde eso por lo que te esforzaste. Lo vi en la escuela, las buenas calificaciones son el resultado de un gran esfuerzo (a menos que hagas trampa), en la universidad también, solo puedes mantener un buen índice académico si te concentras en tus estudios. Cualquier premio o reconocimiento es dado a aquellos que se lo han ganado y en la mayoría de los casos, los galardonados han hecho algo meritorio para recibirlo.
Por mucho tiempo, sin darme cuenta, “recibes lo que mereces” definió toda mi forma de ver la vida y mucho peor, definió mi idea de Dios, hasta que un día mis ojos se abrieron ante “el regalo inmerecido”.
Te cuento, Adán y Eva fueron colocados en un paraíso que no laboraron, con abundancias que no produjeron y se les encomendó trabajar (de manera placentera) la tierra que ya estaba provista para ellos, sin embargo el pecado arruinó toda esa dinámica. Por primera vez el ser humano experimentaría la consecuencia de sus hechos, ¿y qué crees? ¿Qué se ganaron algo bueno? ¡No! Su pecado hizo que merecieran la muerte. Desde ese entonces, “recibes lo que mereces” fue la regla que marcó la pauta, trayendo dolor y malas noticias. Hasta un día… el día más glorioso que jamás haya existido, cuando el Hijo de Dios revirtió la rueda de la muerte con el mayor de los regalos, Su vida.
A diferencia de mí (que sí merecía el castigo por mi mal comportamiento), Jesús fue el único que hallado bueno, vivió una vida perfecta y paradójicamente se ofreció voluntariamente para recibir lo que no merecía, fue colgado en una cruz y murió de forma injusta en mí lugar. Con Su sacrificio Él se ganó el favor y la completa aprobación de Dios y al resucitar venció el poder de la muerte, del castigo eterno que tenía a la humanidad atada a una eternidad sin Dios. ¿Sabes qué hizo Jesús cuando recibió ese regalo que sí merecía? Él lo entregó a pecadores que no había hecho absolutamente nada para recibirlo. Él compartió vida eterna a todos aquellos que pusieron su confianza en Él para el perdón de sus pecados. La injusticia cometida hacia Cristo, sirvió para justificar al pecador arrepentido.
¿Te dije que mi carta iba a ser diferente, verdad? Lo que quiero decirte es que ya no tengo una lista de deseos, que toda la felicidad que buscaba la recibí de las manos de Aquel que me dio el regalo inmerecido. Quiero decirte que soy parte de esos que abrieron sus brazos para recibir esa hermosa dádiva, que hoy soy libre de la culpa que pesaba sobre mis hombros al creer que mi buen comportamiento definía mi relación con Dios. Soy libre al recibir la santidad de Cristo como la mía y al saber que cuando Dios me ve, mira la obra perfecta de Cristo en mi lugar. Soy libre de las cadenas que me ataban a mi pobre desempeño, siempre con una baja calificación que me impedía venir confiadamente a los brazos de mi Padre. Soy libre de la vergüenza porque mi Salvador borró mi record y puso A+ en cada una de las casillas que Dios evaluaba, ahora puedo correr con confianza a su trono convencida de que recibiré gracia. ¡No existe mayor libertad! ¡No existe mayor regalo que ese!
Santa, contigo aprendí la insatisfacción de no llenar el estándar, me di cuenta que estoy muy lejos de ser buena, pero Jesús me enseñó que ese es el pre-requisito para obtener el obsequio que nunca perecerá, el regalo inmerecido de la salvación. ¡Qué alegría tan grande!
Sinceramente,
Betsy
PD: Aquí te dejo algunos versículos bíblicos que me sirvieron de ruta para encontrar el regalo inmerecido.
Todos se han desviado, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Romanos 3:12
Por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús. Romanos 3:23-24
Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él. 2 Corintios 5:21
Pues la paga que deja el pecado es la muerte, pero el regalo que Dios da es la vida eterna por medio de Cristo Jesús nuestro Señor. Romanos 6:23 (NTV)
Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Romanos 5:8
Para reflexionar:
- ¿Mides la aprobación de Dios de acuerdo a tu comportamiento?
- ¿Te sientes cansada de tratar de ganar el favor de Dios con las cosas que haces para Él?
- ¿Cuándo fallas sientes que estás mal con Dios o corres a sus brazos en arrepentimiento sabiendo que Cristo pagó el precio de todo tus pecados?
- ¿Qué esperanza te ofrece el Evangelio para esos días en los que fallas?
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